Después de una semana, casi dos, de mucha calle, de citas diarias, de requerimientos, de dejarse ver a pesar de las reticencias covid, he vuelto a lo que vendría ser mi normalidad. La semana, se resintió a todos los niveles, con decir que un fan total como yo del gimnasio solo fui dos veces la semana pasada y medio a regañadientes.
Esta semana, eso si, la rutina ha cambiado y eso que el tiempo, no acompaña, hace mucha humedad, el frío que la semana pasada, me avisaba con la nariz de forma permanente helada, ha dado paso a cuello y extremidades. Es horrible, ganas de que termine todo, pero no se muy bien el qué.
Dejé el puto Psyllium, el plántago ovata de toda la vida, y mis problemas de falta de sueño, han sido prácticamente resueltos. Yo duermo del tirón, y Eko, una vez superado el bache de su mini enfermedad, duerme también como un toro, la familia, también dentro de lo que cabe bien, así que la cosa furula.
Últimamente, estoy calmado, quitando el momento de furia de mis cuñados, y su momento covid, que bueno, creo que la cosa, tiene entidad suficiente, para dedicarle un post. Ayer por la tarde, y por efecto de la demoniaca acción del trozo de la palmera de la kiki, ingerido, tuve un mini ataque de rabia, que me sorprendió a mi mismo.
Lo más amargante de este tiempo de invierno, que estamos a punto de inaugurar, es la cantidad de horas que hay que pasar en casa. Cuando convives con otras personas, pues se hace difícil, tener el espacio espiritual para poner poso y escribir, no digo ya leer y mantener un mínimo de coherencia en el texto.
Aun así, lo que más me molesta, es el requerimiento de mantecados, turrones y otras aberraciones navideñas, que ni tengo ni echo de menos, allá cada uno. Lo dicho, molesta, el mar de fondo.