Me duele la lengua, tanto como para provocarme pesadillas y terminar levantándome de la cama, y claro, luego siempre hay algo que hacer, aunque sean naderías que hacen aprovechable este periplo del tiempo, donde el frío aún no es noticia y el silencio es una excepción agradable.
Ayer tuve una cita fallida con un cliente, era la segunda vez que aplazabamos el encuentro, no vi necesario recalcar de nuevo la cita, no me gusta ser tan insistente. Fui sin más. Esquivé la autovía y fui por la ruta convencional pero con un giro de última hora, atravesando y deleitándome por el barrio de la Palma Palmilla.
Hasta el barrio está cambiado, no vi el eco de miseria que en otras ocasiones, en un primer momento pensé que era porque habría mejorado la cosa, luego ya más tarde, me vino a la cabeza que igual toda la periferia de Málaga, habría alcanzado el mismo grado de degradación. La verdad, no tengo aún muy claro mi opinión en ese aspecto.
La cita no vino, no respondió a los WhatsApp de los dos teléfonos a los que tengo contacto. Esperé los quince minutos de rigor, sabiendo que no iba a aparecer. El sol, era un pellizco agradable sobre mi espalda. Las pocas mesas exteriores del bar, estaban ocupadas no me molesté en mirar dentro.
Fuera, dos chicas hablaban, una de más edad, otra mucho más joven, aún sin alcanzar, hablando a ojo, que he ido perdiendo con los años, los treinta. Hablaban de futuro, de estudiar, de hacer cursos y tomar sus propias decisiones, mientras tanto trabajar, parece que tenía un contacto para hacerlo en la empresa de limpieza de un hospital cercano.
La más joven miraba con mucho cariño y atendía las pautas, en un momento le dijo, como convencida de que si, de tomar el camino. Me hubiera gustado sentarme con ellas y que me contarán sus cuotas, los avatares que les habían conducido a ese preciso momento. A pesar de todo, sigo teniendo cariño por los desarraigados de la condición humana.
Me puse los cascos, Rocío Márquez al son de bronquio, extendía su dolorosa letanía de amor, el sol, empezaba a coger un rumbo molesto que disipaba el frescor de la mañana, era el momento de emprender, de nuevo rumbo a casa.