Un llave tintineaba en el bolsillo de alguien. La escucho desde mi cómoda cama y se que esa persona va caminando por la acera, justo debajo de mi ventana un piso más abajo.
Tengo mis ojos fuertemente cerrados, tratando de conciliar el sueño.
Pero nada, mi mente sigue trabajando a mil por hora, sigo pensando en todo, escuchando todo.
Escucho como en mi baño una gota cae cada minuto y se rompe en la bañera salpicando la superficie beige. También escucho como el televisor de mi vecino transmite un programa infantil que tiene exceso de violencia.
Mi ventilador gira gira y en cada vuelta chirrea, es un sonido bajo casi imperceptible. Pero aquí estoy, escuchándolo atentamente. Hace unos meses jamás había detectado ese ruido, ni escuchaba a los pájaros que se posaban en la ventana o el televisor del vecino y mucho menos había escuchado como caía la gota en mi baño y estando en mi habitación.
Cada día estaba peor, nada podía hacerme dormir. Había acabado todos los jarabes para la tos, los analgésicos y antialérgicos. Al principio una gran cantidad de esos me ayudaba. Pero ya, simplemente parece que he tomado unos dulces que no me hacen nada.
Busque ayuda y me pidieron que eliminara mis hábitos nocivos. Entre ellos mi teléfono celular, tenía que disminuir el uso del mismo a solo 1 hora diaria. Tengo una semana que no toco un teléfono celular y aún así sigo sin conciliar el sueño.
También me aconsejaron que no tomara ningún tipo de cafeína, como si fuese idiota para hacerlo. Pero aquí sigo, con más de 6 días sin dormir absolutamente nada.
El último día que dormí fue después de pasar cinco horas seguidas corriendo en el parque. No me detuve ni un minuto, sentía como mis músculos se quemaban, mis pulmones ardían pero aún así continué hasta que ya mis piernas no resistieron y caí de golpe en la acera raspándome las rodillas.
Regrese a casa cojeando y sin quitarme la ropa me tendí en el mueble y dormí cuatro horas.
Solo fueron cuatro horas, pero me alegré. Aunque desperté estando aún igual o si es posible más cansado.
Y no, no hablo del cansancio físico, me refiero al mental. Esto es agónico.
Intente los días que siguieron volver a dormirme luego de correr pero nada sucedía. Solo me quedaba viendo el techo pensando en las mil cosas que se me ocurrieran y escuchando cada uno de los ruidos de aquel edificio.
Deseche mi pequeño reloj de pulsera, tenerlo en una gaveta era una tortura. Como me recomendó el doctor pase todo el fin de semana tomando infusiones relajantes, baños relajantes, sin ver nada de televisión y sin usar ningún tipo de artefacto electrónico. Pero seguía igual.
El día de ayer salí a caminar por el parque, ya no tengo fuerza para correr, siento que me caeré. Así que lentamente camino dando vueltas por aquel parque lleno de vida. Pero para mi toda esa vida es simple molestia. Los ruidos tienen mayor intensidad que normalmente. Me siento en un banco, debajo de un gran árbol de sauce, tratando de tapar lo mayor posible los rayos del sol que me molestan y me hieren los ojos.
Veo como niños corren y ríen, pero yo no siento nada, solo irritación por estar en esa posición.
Una mujer se sienta a mi lado, de esas cincuentonas parlanchinas. A penas se sienta empieza con la perorata, a hablar y hablar, la ignoro, no respondo, realmente mi mente no puede concentrarse en lo que dice aquella señora. Pero aunque no le dirijo la palabra la mujer sigue hablando y hablando. Su voz, su estridente voz, hace eco en mi cerebro, y solo quiero gritarle a esa mujer que se marche de ahí. La miro, su rostro moreno está relajado, y sigue hablando y riendo, no comprendo como habla tanto. Se ríe sumamente alto y no aguanto más. Grito, le grito que me deje en paz que se aleje, que me atormenta.
Todos los que están cerca vuelven a verme, y es como si en el parque todo se paralizara. No veo a quienes están cerca de mi, no me importa.
Me levanto y dejo a la mujer estupefacta mientras voy dando tumbos por el sendero. Estoy sin energías.
Mientras más me introduzco en el parque más me alejo de las personas. Llego a una zona totalmente cubierta por árboles y decido sentarme en el suelo ahí, donde nadie me ve.
Tengo la vista fija en un árbol lejano, cuando una sombra sale del suelo, se mueve y danza hacia mi. Salen muchas más de la distancia. Torpemente me levanto y con un palo las golpeó y estas se alejan, quizás grito, solo se que corro y me alejó de aquel lugar.
Me siento en una acera y calmando mi mente entiendo que ha sido todo parte de mi imaginación, el resultado de mi cerebro agotado.
Camino al consultorio de mi doctor. No puedo esperar mi turno, así que a penas se abre la puerta del pequeño consultorio entro a pesar de las réplicas de los demás. Cierro con seguro la puerta y veo la incomprensión en la cara de la doctora.
Me tiro a la silla, y le digo que nada de las terapias que me ha aconsejado funcionan, que estoy al borde de la locura y necesito dormir. Me reconoce después de unos minutos cuando le digo mi nombre.
Me examina de arriba abajo y me niega el medicamento, dice que estoy inestable, y que necesito consulta psiquiátrica.
No la insulto, no le grito, aunque mi cerebro quiere hacerlo. Corro a casa con las pocas energías que tengo, me tumbo en la cama y lloro de desesperación, de miedo, de frustración. Lloro a gritos, porque ya no lo soporto, ya no puedo más. Y así duró llorando muchas horas. Hasta que el sol se alza nuevamente en el horizonte, y me siento aún más irritable y con ira.
Lo intento una vez más con las ridículas terapias de mi doctora. Preparo una Tina caliente, le coloco divinas sales de baño y escribo mis frustraciones en mi diario.
Me sumerjo en el agua y siento como el calor recorre mi cuerpo, mis músculos se relajan, pero mi mente sigue igual. Cierro mis ojos pero todo sigue igual, arranco a llorar una vez más, entre frustración y pesar.
Casi sin pensarlo, sin planearlo, tomo la hojilla de mi rasuradora y corto mis muñecas. No siento dolor, no siento nada. Mis sentidos están entumecidos.
Me recuesto en el borde de la bañera, y aspiro el delicioso olor a lavanda de la sal de baño. Miro el techo, y siento llegar, la pesadez, el sueño por fin llega a mi, y cerrando los ojos lo recibo a gusto, durmiéndome por primera vez en siete días.
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Me mantuvo en vilo esta historia, Fernanda, pero menos mal, conciliaste el sueño.