Supongo que has leído historias de terror. Hoy te contaré la mía, una que no es de ciencia ficción, si no algo real, algo que sucede en el día a día, y que muchos ignoramos hasta que nos afecta.
Todo sucedió hace unos meses, cuando regresaba a mi trabajo a altas horas de la noche. Dirás, ¿pero qué hace una chica caminando sola por calles oscuras? pues sencillo, no tengo medio de transporte, y aquí no existe después de cierta hora transporte público.
Pues bien, yo simplemente caminaba, con paso cansado, arrastrando mis pies con la poca energía que quedaba en mi cuerpo, por un pavimento que aún conservaba bastante calor. Iba al inicio con dos compañeros de mi trabajo, Julian, el panadero y Maira la cajera. Caminábamos sin hablar, nuestras mentes también están cansadas como para seguir de parlanchines luego de un largo día.
Pero en su momento llegamos a un punto donde yo debía continuar sola muchas cuadras más hasta llegar a mi hogar. Debo afirmar que no tenía miedo, estoy bastante acostumbrada a recorrer esas zonas, en plena oscuridad. Porque además de todo el alumbrado eléctrico de las calles debo confesar que es inexistente. Así que estoy en calma, mirando perezosamente al piso, cargando mi pequeña cartera cuando un joven salta delante de mí desde la rama de un árbol de Guayacán.
Me quedo quieta al instante, mirando los ojos inexpresivos de aquel hombre mientras me recorre con la mirada. Pese a eso, yo no tenía miedo, mis padres siempre me enseñaron que si tenía algo en la cartera se los diera sin más, y además luego de cuatro hijos mi cuerpo no es tan atractivo como para despertar deseos en esos hombres... o es lo que siempre pienso para darme un poco de paz.
Pero noto algo extraño, algo en ese hombre que me llama la atención. No es tan mayor como pensaba; a la luz de la luna refleja unos treinta años. Lleva ropa limpia, zapatos de marca y la cálida brisa de la noche arrastra hasta mi el aroma a un buen perfume.
Dentro de mi se enciende una alarma, porque, si no es por dinero, ¿para que estaría acechándome? lanzo mi pequeña cartera a sus pies y le digo: -Ahí esta todo lo que tengo hombre, solo déjame pasar-
Él ríe, una risa estrepitosa que no comprendo. Pero una voz masculina muy cerca de mi nuca me hace brincar del miedo y eriza todos los pelos de mi nuca.
-No queremos el dinero de una sucia negra-
Me llega el olor del alcohol y entiendo que están ebrios. Aún sin ver quien está detrás de mí vuelvo a intentar escaparme de aquello con palabras.
-Solo voy a mi hogar señores, mis pequeños me... esperan. - Y noto un brillo de maldad en el hombre que frente a mí, me mira fijamente.
-Un hogar lleno de niños y mucha más gente negra. - Escupe al terminar de hablar y siento en sus palabras un gran desprecio.
Cuando era niña en el colegio un grupo de jóvenes siempre molestaban a los niños de piel oscura como yo, siempre nos daban apodos como "la caraota" o "el pelo malo" pero jamás me habían hecho sentir el miedo que siento en este momento.
Mis ojos empiezan a llenarse de lágrimas porque mi cuerpo intuye mucho antes que mis pensamientos lo que sucederá. Y al mismo tiempo que cae mi primera lagrima al piso, siento un fuerte golpe en mi cien derecha.
Caigo al piso y todo empieza a darme vueltas, pero no me dan tiempo de respirar y volver a fijar mi mirada porque arremeten contra mi una y otra vez, trato de ponerme en pie pero es inútil, me golpean una y otra vez. Lo intento arrastrándome por la acera, dejando pequeñas manchitas de sangre por donde me voy arrastrando mientras mi perpetradores solo se ríen y toman aire entre golpe y golpe.
Veo como un hombre mayor se tira de su camioneta con un arma en mano apuntando a los hombres justo antes de desmayarme. Una luz me despierta, cegadora, muy blanca. Apunta directamente a mis ojos pero no veo mucho más allá.
-Tiene fractura de cráneo, y lesión esplénica... transfundan tres unidades... -
Las palabras para mi no tienen sentido, solo pienso en mis hijos, en mis pequeños. Julio, Ernesto, José y Merly. Me estarán esperando, querrán que les haga unas ricas arepas para cenar. Les llevaba queso, del bueno, mozzarella, para que cenaran antes de hacer sus tareas.
Sus tareas, ¿quien se ocupará de sus tareas? porque ya no me siento con fuerzas. Poco a poco siento que no puedo mucho más. Me colocan una mascarilla en mi cara, y no me resisto, mi cuerpo ya no se mueve, ya solo miro fijamente al techo, al cielo, pidiendo un milagro. Un gran milagro. No pido a Dios vivir, solo pido por ellos, por mis pequeños, para que sean buenos hombres y mujer, para que estudien, aún sin mi guía... para que sean grandes...
Poco a poco voy cerrando mis ojos y me consume la oscuridad, poco a poco me voy de este mundo sin poder batallar más.
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Estuvo cool!