Miraba mi celular una y otra vez, revisando la mensajería incansablemente. Pero no llegaba nada. Desesperada, mordiendo mis uñas, reinicio una vez más mi equipo telefónico, pensando que pudiese estar ausente la señal.
Pero está bien, las barras de señal están completas. Poco a poco el vacío de mi pecho va aumentando, siento como mis piernas tiemblan y mis brazos se vuelven como gelatina.
Escucho los truenos en la distancia y sé que va a llover, así que dejo de esperar algo que nunca va a suceder, y empiezo a caminar hacia mi hogar.
Espere durante horas, pero no llegó. Quizás le surgió algo ¿verdad? quizás su coche se quedó sin gasolina y por eso no pudo ir a nuestro encuentro. Ya era muy bueno que me invitase a salir, de entre todas las chicas, yo.
Cuando las gotas de lluvia caen sobre mi cabello me apresuro a entrar en un pequeño restaurante, en el lugar donde se suponía iríamos a comer. No quiero torturarme, simplemente no quiero que mi cabello se destruya mucho más.
Lo había alisado para aquel encuentro, incluso me había puesto un lindo vestido que me regalo mi tía para navidad que solo he usado para la iglesia los domingos, todo para verme linda para aquel chico.
Abro la puerta y la pequeña campana suena anunciando mi entrada, el calor del lugar me abraza mientras camino en busca de una silla, pero solo doy unos pasos cuando las risas me hace alzar el rostro y los veo sentado en una mesa, vestidos con sus tontas chaquetas del equipo de fútbol y las chicas con sus trajes de porristas bien planchados.
Todos me ven, y algunos me graban con sus teléfonos celulares. Se burlan de mí, de mi aspecto, y cuando lo veo, sentado entre ellos entiendo que se burlan de mi espera y de ser tan ingenua como para pensar que un chico del equipo de fútbol se fijaría en mí.
Sus risas me aturden y solo deseo salir de aquel lugar. Ya no me importa mi cabello, ni mi vestido, solo corro y me alejo de aquel lugar lo más rápido posible.
Me sumerjo en la fría lluvia que cae con fuerza en el pavimento, empujo a unos cuantos que gritan enfadados pero no importa.
Corro desesperada, corro para llegar a mi hogar, y veo las luces que se acercan, escucho el pito y me detengo por una fracción de segundo, me detengo porque es lo que se debe hacer, porque sino me atropellarían, pero durante un segundo que parece eterno siento en mi pecho la inquebrantable realidad que me rodea, donde solo soy objeto de burlas de aquellos más agraciados, donde el mundo solo me observa para una cosa, reírse. Aún cuando no daño a nadie siendo una sombra.
Así que decido moverme, cierro mis ojos y me arrojo hacia adelante, brindando mi cuerpo para ser aplastado por aquel vehículo.
Ciertamente no siento nada. Ni los golpes con el coche, ni al chocar contra el pavimento, ni el agua que sigue cayendo sobre mí. Escucho como las personas se aglomeran a mi alrededor, como gritan y llaman a urgencias, las sirenas de la ambulancia y luego a los camilleros que se dan instrucciones unos a los otros. Me hacen muchas preguntas pero no puedo contestar, aunque no sé porque, simplemente no sale de mi boca nada, aunque quizás ni lo esté intentando.
Me montan en una camilla y no siento nada aún así, y veo en la distancia como aquellos burlones salen del restaurante para ver qué sucede, veo como sigue en su rostro el rastro de las risas. Pero simplemente no se detienen a observar, deciden alejarse, esquivando la lluvia por los toldos de las tiendas. Ellos siguen con su vida, muy probablemente mañana molestaran a alguien más, humillarán a otro desgraciado y serán felices.
Mientras yo he decidido morir por personas que no piensan más que en sí mismas.
Cuando escucho como cierran la puerta de la ambulancia llega a mi mente el recuerdo de alguien en quien no he pensado en toda la tarde, mi madre. Alguien que sin duda me estará esperando con la cena servida y algún dulce que compro de regreso del trabajo para mí. Sin duda ella lloraría cuando le dieran la noticia, sé que lo haría, la vi preocuparse por mí incluso cuando solo tenía una pequeña fiebre.
Posiblemente mi mente me esté jugando una pasada, y me haga sufrir los últimos momentos de mi vida, pero también llega a mí el recuerdo de mi abuelo, quien nos ha ayudado a mi madre y a mí durante toda mi vida, vendiendo sus tizanas y pasteles en su carreta durante todo el día para llevar dinero a nuestra casa, él que siempre me abrazaba cuando había tenido un mal día y me llevaba a comprar helados para animarme. Definitivamente mi abuelo también lloraría por mí.
Me volví aquello que odie, me volví un ser egoísta que solo pensó en como se sentía, que quería escapar y encontrar un camino fácil, alguien que decidió dejar de vivir y abandonar a quienes me amaban por personas para quienes yo no representaba nada.
Las luces de la ambulancia se vuelven más y más brillantes. Ya no escucho lo que dicen a mi alrededor, cierro mis ojos y pido con todo mi corazón su perdón.
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