Una vez hablé de Violeta, una señora de casi 80 años que necesitaba cuidados especiales, mencioné que la había cuidado durante 2 semanas y que no tenía paciencia para tratar a un adulto mayor. Lo que no mencioné fue que volví a trabajar para sus hijas, es decir, volví a cuidar a Violeta.
Me puse a ver los pros y los contras y decidí darme la oportunidad de trabajar mi paciencia. Eso fue entre octubre y noviembre del año pasado, ya para diciembre tuve roces con una de sus hijas y renuncié (la verdad, fueron más que roces, pero preferí cortar por lo sano). Sin embargo sabía del estado de Violeta porque mantuve contacto con la enfermera que quedó y con la que vino después de esa, que ya había trabajado conmigo.
La semana pasada entre tanto hablar, la enfermera me informó que Violeta tenía evacuaciones liquidas y que no la veía bien, además de las escaras que ya presentaba. Conversamos de muchas otras cosas, pero eso quedó en mi mente, escarbando en lo que había visto en el poco tiempo que pasé allí. Sacando conclusiones de lo que vi y lo que escuché, y surgieron varias preguntas. Entre ellas, la más importante ¿Es alguien capaz de querer que su madre se muera? Suena duro, pero la respuesta es SÍ. No todas las madres son buenas y no todos los hijos son buenos.
Con tantas cosas que hacer durante el fin de semana olvidé todo acerca de Violeta y su familia. Hasta esta mañana, que recibí un SMS de la enfermera informándome que Violeta estaba muy mal, y que todas sus hijas estaban allí con ella. Entendí lo que quería decir el mensaje y lo único que pude decir fue “Señor, llévatela para que descanse” (OJO, no soy católico, protestante, ni de ninguna religión, pero sí creo en Dios, Jesucristo y la palomita blanca, es decir, el Espíritu Santo).
Para las 2:00 pm recibí la llamada que me informaba que Violeta había fallecido. A pesar de ser una noticia esperada, admito que me impactó. En apenas 2 meses llegué a apreciar a esa señora mayor que me volvía loco al llamarme Samantha, y al insistir en “llévame pa’ fuera” o “llévame pa’ dentro”.
Ahora pensando en frio, recordando mis días en esa casa creo que Violeta llevaba rato muerta. Cuando llegué allí era una mujer que intentaba levantarse, aunque uno supiera que jamás se levantaría por sí misma, su “Samantha llévame pa’ fuera” era muy insistente, casi desesperante, por eso mi decisión en un primer momento de renunciar. Al llamarla por su nombre hacía contacto visual aunque no reconociera a la persona. Con el paso de los días estaba somnolienta por más tiempo, tanto que se dificultaba alimentarla. Eran pocos los días donde estaba intensa con su Samantha, la mirada siempre perdida. No se quejaba cuando le hacían las curas de las escaras, como si no sintiera nada.
La vida se estaba acabando y tal vez ella se estaba entregando. Su mirada se había apagado. Era un cuerpo vacío, donde el corazón latía pero su mente no funcionaba, un cuerpo vacío que solo había que alimentar, bañar y cambiar. Tanto había sido el deterioro que sus hijas, desconozco la razón, habían decidido mantenerla dormida con medicamentos. En ocasiones era imposible alimentarla por estar dormida, o darle algún otro medicamento necesario.
Ahora me pregunto ¿En qué momento Violeta dejó de estar con nosotros?
¡Descansa en paz, Violeta!