Manuel Cabré, el pintor del valle de Caracas

in #spanish7 years ago (edited)

   A principios del siglo XX  Manuel Cabré fue de los primeros en Venezuela en salir al aire libre a pintar directamente el paisaje natural. Al poco tiempo llegó a convertirse en el cultivador por excelencia del paisajismo puro, en particular del paisaje caraqueño de aquellos días. Lo original de Cabré consiste en mostrarnos en sus obras, su peculiar aprehensión y representación de la naturaleza mediante la luz y los colores de una determinada estación y una determinada hora del día. 

                                           

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 El valle de Caracas fue su principal inspiración y, sobre todo, el imponente cerro Ávila. Por eso suele llamársele el pintor del Ávila o maestro del Ávila, aunque prefería que se le llamara el pintor del valle de Caracas. Desde joven sintió una inmensa pasión por el paisaje tropical (sus árboles, sus tierras) y, en especial, por el Ávila de mucha luz y forma triangular, y llegó a compararlo con una mujer bonita, quien todo cuanto se pone le queda bien. 

  Su pasión por el paisaje le dio la fortaleza y el sentido del humor necesarios para soportar muchas veces los comentarios despectivos, las bromas o las descalificaciones de quienes le pasaban por un lado o se detenían a mirar a Cabré pintando al aire libre. Cuando menos lo tildaban de vago, sin reparar en que aquel humilde joven concentrado en su trabajo captaba con inigualable talento las variadas gamas de la luz tropical y las sensuales formas de su entorno. 

  Su labor no se limitó a la de pintar, también tuvo otras preocupaciones vinculadas a la enseñanza de las artes plásticas, para que la Escuela de Artes Plásticas fuese una escuela de verdad, derivada del Círculo de Bellas Artes, fundado en 1912 por él y un grupo de jóvenes artistas que se propusieron dignificar la pintura y darle seriedad al trabajo artístico.  

                                                 

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Si tomamos en cuenta los títulos de sus obras, podemos confirmar que Cabré fue, tal como él mismo lo afirmaba, el pintor del valle de Caracas. Se atuvo a su vocación, sentida desde niño, cuando se sentaba a ver sin finalidad alguna el cielo, las nubes y cuanto lo rodeaba. Alguna vez dijo que antes de ser pintor de vocación, había en él encanto por la naturaleza, y ese encanto lo llevó a la pintura. Afirmaciones éstas que, sin mayor esfuerzo, uno puede verificar al detenerse uno ante los cuadros de Cabré: se puede sentir cómo lo subyugaba la naturaleza y nos lleva a su mirar desprovisto de intenciones ulteriores. 

  Mirar como Cabré, al contemplar sus obras, es también mirar dentro de nosotros mismos, es reconocernos como parte de la naturaleza y no como meros observadores calculando el provecho económico que puede depararnos su explotación. 

            

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  De su encuentro con la naturaleza, gracias a largas caminatas al aire libre y de su reverente observación, en una época en que para experimentar esos goces no eran necesarios largos recorridos para huir del fragor y el ajetreo de la ciudad, nos queda el legado de un pintor de libre y creativa subjetividad, a la par de sus sencillas y reveladoras enseñanzas en el no menos complejo arte de vivir. 

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Hermosos cuadros y muy buenas reproducciones.