La muerte está por todos los rincones. Escondida no solo en los cuerpos, sino en los números y las gráficas. La economía, zombificada, es la primera de las disciplinas que rinde culto a la guadaña, sin ser ni mucho menos la única.
Un viento gélido recorre la sociedad. Su brisa, a veces huracanada, deja calaveras simbólicas que se adentran en las sienes. Fundiéndose en uno con la mente del propietario. Tomando cada punto de su espirítu.
Así, nuestro mundo es una sucesión de cantos a la eterna oscuridad.
La última de las modas, después de convertir el abortismo en Mainstream, es la idea de no tener hijos. Que salvan el planeta dicen algunos; que los bebés matan, canturrean otros. La temperatura del suicidio colectivo sube con fiebres, termómetro de esta decadente sociedad.
Y seguimos.
La guadaña se encuentra presente en la hipercrítica de nuestros días, la cual muta en odio, hasta destruir los sistemas nerviosos humanos. Es imposible vivir con odio y tener salud, y más si ese odio se vierte a uno mismo.
Un desierto nuclear se asoma en el horizonte. El mundo, reducido a las cenizas y el páramo. Una oscura fantasía; una enfermiza enajenación de una mente turbada.
La nada. Ese paraíso donde los problemas desaparecen. Una realidad donde disociarse de la mentira, las mil y un trampas que amenazan la subsistencia diaria. Una superficie gris, donde uno deja volar sus pensamientos hasta estamparse contra las estrellas.
Ese es el mal que nos aflige.Para el cual, no existe pomada ni cura.