Siempre Puedes Cambiar de Opinión:
Heridas que Sangran Toda la Vida.
Cuánto lamento haber esperado tanto, encontrarme en el medio de un hoyo que cavé sin darme cuenta, casi dormida, y del que ahora no puedo salir por mí misma.
Porque esto es el resultado de pasar una vida huyendo de dar explicaciones y contar mi historia. Ahora, mi mayor castigo es esta chica que a veces, a pesar de estar parada firmemente sobre sus pies, tiende a tambalearse y tropezarse sola.
¿Cuál es el entendimiento que poseemos sobre el abuso?
¿Cuál es exactamente la imagen, quizás referencial, que viene a nuestra mente cuando pronunciamos en voz alta “agresión”, “abuso” o “violencia”?
Déjenme adivinar –y ustedes luego me dicen si acerté o me acerqué lo suficiente–, evocan casi automáticamente a una persona, quizás una mujer como yo, que lucha con uñas y dientes, piensan en sangre, moretones, llanto e insultos. Se imaginan una serie de proezas sexuales y humillación verbal. Y, aunque no están lejos de escenarios reales en alguna parte del mundo, la mayoría de estos traumar se originan de lugares que en algún momento consideramos seguros.
Y no, no todos los abusos implican la imagen narrada anteriormente.
Las películas, novelas, obras de teatros y noticieros no han hecho pensar que, si no hay llanto o si no hay violencia física evidente –quizás sumisión o sadismo–, entonces no hay verdadero abuso. Cuando, en realidad, frotar tus genitales contra alguna persona en un autobús es abuso sexual. Sin embargo, nadie nunca cuenta estas historias.
Limitar nuestro entendimiento de los abusos (de la verdadera definición de qué es agresión, qué significa el consentimiento o la voluntad, o si nadie nunca habla sobre qué implica una violación), solo genera una sociedad propensa a lastimar a otros, y, aún más importante, a ellos mismos, puesto que no conocen cómo cuidarse verdaderamente, mucho menos reconocer cuando otros los hieren.
Algunas veces, incluso somos lastimados y no sabemos que lo hemos sido.
¿No me creen? Pues quiero que presten atención a esta historia. Pues los testimonios repercuten más en la conciencia que aquellas personas, como yo, que tratan de llegar a otros, pero sin llegar a profundizar mucho en sus propias heridas.
“Éramos novios. Tuvimos una relación de casi cuatro años y medio, pero terminamos, aunque eso no pareció afectar nuestra confianza y el cariño. Nos dejamos por motivos distintos.
Estábamos en el cumpleaños de una amiga en común, era una casa enorme en la playa con muchas habitaciones, pues ahí descansaríamos y nos iríamos todos en la mañana. Así que eso hice; me fui a dormir. Sin embargo, a mitad de la noche, mi ex entró a mi habitación, se veía feliz y un poco ebrio. Ya conocía su aspecto borracho, pero él jamás me había hecho daño.
Nuestra relación siempre me pareció sana y fuerte.
Se recostó a mi lado, le dije que quería dormir, pero insistió en abrazarme y decirme lo mucho que me amaba y me extrañaba. Me reí, pero le dije que tenía sueño.
Entonces comenzó a besarme y trató de meter sus manos bajo mi ropa.
Nunca tuve miedo, pues reconocía que estaba algo ebrio y en que verdaderamente le hacía falta. Pero insistí, yo tenía sueño, así que le repetí que debía irse.
Él, aún con sus ojos cansados y con la misma mirada de la que estuve enamorada por casi cinco años, me dijo: “vamos, realmente te necesito y sé que tú a mi también me extrañas”. Lo extrañaba, era cierto, pero en ese momento quería dormir.
Insistí, dije que no, pero quizás no lo hice con la suficiente firmeza que me hubiese gustado hacerlo. Él me seguía viendo con amor, pues siempre me hacía sentir de esa forma, me hacía sentir querida, entonces pensé: “mientras más rápido acabe esto, más pronto podré irme a dormir”. Así que lo dejé desnudarme, a pesar de haberle dicho que solo quería dormir y necesitaba que él se fuera.
No entendió lo que yo quería, solo lo que él estaba deseando en ese momento. No pensó en mí, no escuchó mi rechazo, no le importó mi desinterés.
Cuando todo acabo, mi ex salió de la habitación y yo solo arreglé mi ropa, pero ya no pude volver a dormir.
Al momento no lo note, ni lo hice mucho tiempo después. Luego de esa noche, todo continuó siendo normal entre nosotros, pero evitaba encontrarme con situaciones que me dejaran igual de vulnerable que esa noche.
Me costó varios años y experiencias poder madurar y entender que esa noche, en esa casa de playa, no fue mi verdadera elección.
Esa noche fui violada por la última persona que creía que podría hacerme daño.”
Se lee fuerte, ¿cierto? Pero ya es momento de servir la mesa y hablar.
Hablar para poder hacer catarsis y entender que un abuso va más allá de sujetar las manos de una persona en contra de su voluntad.
Hablar para poder enseñarle a las chicas a reconocer las señales de alerta, para enseñarle a los chicos que abusar, violar y agredir no se limita con las escenas de películas.
Hay que hablar para entender, enseñar, corregir, prevenir y crecer.
Para que chicas como ella, como yo o como tú, –sin descartar a los chicos– no les tome años entender para poder sanar eso que duele sin explicación alguna.
Para que dejen de rebanarse la mente pensando en eso que no vieron verdaderamente malo al principio, pero que ahora no pueden evitar recordar.
Para que no arrastren consigo, durante el resto de su vida, heridas de inocencia, ingenuidad e ignorancia que se pueden evitar.
¡¡¡Felicidades!!!