En Casa Tulipanes no estaba nadie que me interesara. Ni rastro de la placa gza-26-84 Pero hay dos idiotas con gorrita que suelta destellos, camisa de seda que se infla con el viento, radios y rifles, a los que no me va a costar nada de trabajo que me den la siguiente ubicación.
Me detengo en el espacio techado y ellos se acercan. Me bajo, me apuntan y quien sabe qué griten, la verdad. Yo solo escucho el palpitar de sus corazones que renueva la picazón en la garganta. Y me voy a negros. Flashazos breves de entrar a la casa, alguien perdiendo la integridad de su cabeza contra la pared, golpes, uno abierto por la mitad, hasta que me veo a mi misma bombeando el pecho, para que saliera como bebedero de parque. Lo bueno de casa Tulipanes es que goza de muy poca luz. Casita de cemento de dos pisos, con cuartos tenebrosos y con ventanas entintadas en la sala de decoración de casa de abuelita, pasando por un arco a izquierda de la puerta principal. Le tengo que reconocer algo a Edgar, es mucho más refinado beber sangre en una copa, qué haciendo CPR mientras tratas de tragar cada chisguete. La idea es buena, pero poco práctica.
He hecho un desmadre. No tengo nada de experiencia, no sé morder (no sé si siquiera eso sea verdad, pues me baso en el folclor), no sé comer y menos me sé controlar. Si esto continúa voy a lamer la sangre de las paredes y chupar el trampeador cuando la quiera recoger del piso.
Mierda, los dos están muertos. Esto es un fiasco. Me pongo a buscar en la casa algo; ese famoso algo que no sabes que buscas pero que en cuanto lo veas sabes que te va a servir. Y mi esfuerzo rindió frutos.
Un hombre flaco, de bigote delgado, temblando como un manojo de perejil en mano de una madre que pidió cilantro, me apunta con una pistola desde un rincón. Me acerco despacio.
Me vas a decir dónde esta mi hermana. Sonrío. No. Me vas a decir, de una forma u otra. Reafirmo, aunque en realidad no tengo plan, no sé cual sea la otra forma, pero creatividad no me falta. Avanzo, escucho su corazón galopar y me azota el tufo de su sudor. Guácala. Es nauseabundo.
No sé, me dice el muy valiente. Sí sabes. Dispara y la bala entra en la carne, arde como raspada con mertiolate, pero nada más. El otro bufa aterrorizado y en cuanto brinca para escapar, lo regreso de un zarpazo.
¡Van camino a Puebla! Grita. Exactamente ¿a dónde? Tartamudea y al no ver progreso saca un celular de su bolsillo. Pone su dedo y me enseña una ubicación. No puedo enfocar ni ver nada porque el tipo sigue en modo vibrador. Me desespero y arranco el celular de su mano con todo y dedo. Aunque el líquido brota libremente, no me causa ni tantito apetito. Desprende un aroma repugnante, chilla en tonos demasiado agudos, vociferando quien sabe que tantos insultos, y yo no quiero ni tocarlo, por miedo a que se me vaya a pegar su peste.
Tomo un rifle, le disparo al pecho y por fin se calla. Me agencio unos lentes oscuros que están sobre una mesa, pongo el dedo sobre el celular, solo para darme cuenta que me equivoqué de dedo, carajo.
Al acercarme por ese otro dedo, percibo un olor peculiar; olfateo y encuentro un paleacate metido con premura en su bolsillo. Ese paleacate tiene un aroma calido y reciente que reconozco perfectamente. Es el de mi hermana.
Creación original de Moka Misschievous