XXVI
He estado aquí por no sé cuanto tiempo.No hay nada de luz, a menos que abran las trampas, por las que entra luz solar pura y dura para mantenernos a raya.
Hay otros tres por ahí. Solo gruñen, jadean o dicen incongruencias. Pero no sé bien donde anden. Poco a poco pienso más claramente. Después que me encerraron, cada cierto tiempo, aparece colgada una media bolsa de O positivo. Es insípida, horrible, genérica.
En otra ocasión externé las ganas de ponerme ropa y un rato después llegó un vestido. Me dejaron un libro de leyes y otro de buenas costumbres de los post-difuntos predadores. Más puntual que la literatura que había leído en la biblioteca, pero también más aburrida.
Al poco tiempo ya puedo deambular hasta cierto punto por las catacumbas, (los otros inquilinos me asustan) y acercarme a la segunda puerta. Nadie me habla, solo entregan. Cada vez estoy más tranquila, y puedo vivir con un cuarto de bolsa por día.
El cabello crece casi inmediatamente de que te lo cortan, pero cuando estás en mi estado, tarda una semana o algo así. No tengo idea de la noción del tiempo. Me han dejado libros recreativos y eso es bueno. Estoy pensando en re decorar el área con colores más vivos, cuando por fin, escucho mi nombre.
¡Irina! ¡Ven! Aún no salgo de las catacumbas, pero hay un anfiteatro, donde me esperan todos. Avergonzada, creo es el tiempo de ofrecer mis disculpas, pero Rufino para en seco la intención y explica sin rodeos. Sufrí un frenesí. Un desorden alimenticio que va de la mano con matanza. Luego, un poco de droga exaltó el refinado gusto sádico. Todo esto, aunque normal, se desató más rápido y más violento, puede ser por mi nacimiento salvaje (abrupto, sin dirección, amenazada) y por eso las consideraciones, pues con la mano en la cintura podría recibir sol hasta quedar crujiente.
La regla número uno, que es el no ser notados, y yo ya tenía en mi haber a tres poblaciones víctimas de algo sobrenatural y dos retratos hablados (ninguno muy certero). Eventos ocurridos demasiado juntos y con muy poco tiempo de diferencia. Levanté las alarmas de profesionales y entusiastas de la caza sobrenatural.
El experto, es un mercenario; un conecte semi esclavo, semi cazador al que se le paga muy bien con dinero y un poco de saliva recreativa. Todos han pasado por algo así, todos han pasado por un proceso de adecuación y adaptación, pero hacía ya bastante tiempo que nadie ponía en riesgo el clan (y a la especie) de esta manera. También mi clan emitió una denuncia por fuga, por eso es que los otros clanes no me hicieron pedazos.
¿Sentencia? Uno. No tendría pasaporte, por al menos una generación. Después de ese lapso, se pondría a consideración. Los desperfectos fueron severos y los otros clanes sólo apreciarían verme en polvo.
Dos. En caso de gozar de permiso para salir de la guarida, solo podría andar en el territorio de mi clan, y obviamente se revocan todos mis privilegios con respecto a la caza y la selección de alimentos, hasta nuevo aviso. A cambio, haría otro tipo de tareas.
Tres. Había perdido mi derecho a mozos. Joaquín pasaría (formalmente, porque ya se había hecho el cambio) a Renata que era la administradora de la guarida.
Cuatro. Tendría que acudir a cita de orientación psicológica con la Dra. Ácula, una vez por semana (¿En serio “Ácula?”. Sí, viene de una larga línea sucesora y son los más apropiados para atender y entender los procesos propios de nuestra condición.) Eso, además que mi cuarto será trasladado a las catacumbas en lo que termina el periodo de adaptación. Podría andar por la casa, pero al momento de dormir, lo haría tras las rejas de plata. Por su bien y por el mío.
Mis pertenencias y bienes (casa, carro y dinero) estarán bajo el cuidado de Renata, y eso sí, en cualquier momento podía decidir sobre ellos. Por último, si yo decido fugarme el clan se deslinda por completo de mi, y enfrentaría pena de muerte, en manos de quien sea.
Esas eran las condiciones del clan. Si no acepto, me ponen a consideración del jefe de sección o de zona .
¿Puedo tomar whisky?. Claro que sí, las bebidas alcohólicas son inocuas, así que los tragos que gustes. Entonces, por supuesto acepté. Pero aquello es como darle de tomar leche de almendras a una adicta al Amaretto.
XXVII
Me dan miedo los otros inquilinos. Maya me cuenta que se perdieron en gustos demasiado sádicos y cómo está prohibido matar a otro similar, se les resguarda. También son muy útiles en tiempos de guerra; esos son los primeros que se sueltan, o cuando hay que sacar información y prácticas similares. Pero no hay nada de qué preocuparse, pues están detrás de otra reja (que no había visto). Lo que intuyo entre líneas es que también se favorecen de alguna forma de ese estado semi salvaje.
Azota mi mentecita la desconfianza y Maya intuye mi perturbación. Si ellos hubieran querido que permanecieras en ese estado, en vez de una bolsa de O positivo, te hubieran arrojado a cualquier persona. Además, habrá sido grave lo que hiciste, un poco subido de tono, pero estás muy por debajo del standard de lo que ellos hicieron… o hacen.
No había dicho gran cosa, cuando pasa Tony cargando a un tipo grande y fuerte, casi como el mismo Tony. Hoy ya duermes arriba, me dice. Recoge tus cosas ya. Regresa y trae a otro, menos voluminoso pero ágil. Lo suelta en lo más profundo. Cierra las dos rejas.
Afuera todos tenían la misma cara lúgubre. El tipo fornido y su compañero, eran cazadores que rondaban cerca.
Podemos decir que lo más lógico es el redoblar vigilancia, pero no. Al contrario, se retira todo para que no haya evidencia. Entonces las bandadas dispersas de murciélagos (que se usan como alarmas) se les guarda, o se les ubica en otro lado.
Todos me ven con cierto enojo. Es obvio. No confronto eso. En vez de quedarnos, prefieren llamar a Joaquín para empezar a movernos a una casa alterna.
Todo se hace rápido y nos vamos a una casa pequeña y antigua al sur de la ciudad. Húmeda y calurosa, a pesar de estar de bajada en una barranca. Nada cómoda, toda sucia, grafiteada, con olor a orines, mierda y plástico quemado. Propuse irnos a la casa de Edgar, pero se negaron rotundamente por sus relaciones poco fiables y por encontrarse en un área gris poco estudiada.
Hacemos limpieza profunda. Y los vagabundos que ahí vivían fueron cuidadosamente reubicados a algunos metros bajo tierra al fondo de la barranca para no despertar sospechas. La cantidad de solventes en su sangre los hace peligrosos para mi y no podemos arriesgarnos con ningún detalle.
La idea es quedarnos ahí, parapetados, hasta que el peligro pase. Puede pasar bastante tiempo, pero según Rufino, tiempo es lo que nos sobra
Contenido original de Moka Misschievous