Mirando el cielo en busca de algo, terminé encontrando mi muerte, o por lo menos, la causante de esta. Un avión colosal pasaba sobre mí. A pesar de estar muy alto, su gran tamaño la hacía parecer tan cercana, que sentías poder tocarla con la mano. Pasó lento, muy lento, produciendo un sonido horrible, como el de mil niños llorando. De repente, se escuchó el ruido que produce una compuerta al abrirse, y, acto siguiente, empezaron a caer algo que parecía unas pelotas de un color verde oscuro. A medida que estas pelotas iban cayendo, traían consigo un silbido similar a cuando intentan llamar tu atención para que voltees, sólo que un poco más prolongado. Me encontraba tan abobado con lo repentino con que todo estaba sucediendo, que no me había percatado de que esas “pelotas” eran en realidad bombas, que venían directo a mí. Todavía un poco aturdido, salí corriendo lo más rápido que pude, en la dirección que creía era la contraría a la avión, contraría a ese ángel de la muerte hecho de metal. Sentí que los pocos segundos que pasé corriendo, fueron horas, y también sentía que las bombas se las había llevado el viento, porque no terminaban de caer. Así, como si las hubiese invocado con el simple hecho de pensarlo, las bombas cayeron a mis espaldas, un poco dispersas unas de otras, causando un gran estruendo y produciendo unos cuantos agujeros en la carretera, junto con la destrucción de un par de edificios adyacentes. Por suerte (mejor dicho, por desgracia) me encontraba un poco lejos, lo suficiente como para que las bombas no me mataran al instante, sin embargo, me causaron un gran daño. Sentía todas mis costillas rotas, y, no sentía mis piernas. El dolor y el miedo fueron tanto, que me desmayé.
Pasaron 7 días entre llantos, sueños interrumpidos por pesadillas y el dolor que sentía mi cuerpo, y desmayos que podrían considerarse muertes, porque pasaba (O por lo menos pensaba que era así) largos periodos tumbado en la carretera. Tenía los labios resecos por la sed, y la cara demacrada por el hambre. De repente, dejé de sentir mi cuerpo y supe que era el final. Ya no daba para más. Como en las películas, vi mi vida pasar frente a mis ojos. Mayor fue mi dolor, al recordar todas esas veces que botaba la comida preparada por la mujer que adoraba. Ese plato de arroz con pollo frito que muchas personas sin hogar hubiesen deseado tener en sus manos. Y allí, con los ojos empañados y abnegados en lágrimas, con mi cuerpo pálido e inerte, y con unas ganas locas, desee por lo menos, probar un grano de arroz.
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