A Georgie le daba miedo acercarse al pozo.
Una noche hubo una lluvia de meteoritos visible desde la granja. A la siguiente mañana, cuando estaba jugando cerca del pozo, escuchó algo chapotear en el agua. Al asomarse, no vio nada, solo un pozo oscuro y frío. Buscó una linterna, un cubo y una cuerda, en caso de que fuera un animal que necesitara ayuda.
Al apuntar la linterna al fondo, no vio nada. De repente observó una gran burbuja formarse en la superficie del agua, y cuando esta explotó, Georgie juró haber escuchado un susurro, generado por una voz escalofriante que le erizó la piel de la nuca.
Su padre solo se limitó a revisar con la linterna, no vio nada fuera de lo común. Pero por precaución, puso una tabla sobre el pozo. Diciéndose que cuando llegara el verano removería ese pozo y taparía el agujero…eso es algo que se decía todos los años.
Desde ese día, Georgie evitó acercarse al pozo a toda costa.
Los días pasaron, el trabajo en la granja siguió igual. Había varias cosas que hacer, algunas de las cosechas ya estaban listas para recogerse, y además se debía preparar la tierra para una nueva siembra de papas que su padre quería hacer. Los clientes cada vez pedían más de ella.
En las mañanas, Georgie ordeñaba las vacas. Luego se ocupaba de darle comida a todos los animales. Recogía los huevos de las gallinas, ordenaba los estables. Todo este trabajo lo hizo pensar cada vez menos en el pozo, aunque cuando este aparecía en su campo de visión, hacia una mueca de desagrado.
Un par de semanas después, Georgie ya se había convencido de que lo que había escuchado había sido una especie de eco, y la gran burbuja, solo gases que se estaba acumulando en esa agua vieja.
Una noche, los perros comenzaron a ladrar y a gruñir intensamente. El padre y el hermano mayor de Georgie salieron, con escopetas en mano. Georgie estaba en la puerta, acompañando a su madre. Observó que el cielo estaba increíblemente despejado, millones de estrellas brillaban con intensidad. El cielo no se veía así desde la lluvia de meteoritos de hace unas semanas. También pudo notar que esa noche en especial, hacia más frío de lo normal.
En la mañana, por mera curiosidad (o quizá solo por masoquismo), el joven se acercó al pozo nuevamente. Al ver que la tapa sobre el pozo estaba ligeramente movida, dejando un espacio lo suficientemente grande para meter su brazo, la sangre se le heló, y su ritmo cardiaco se disparó, bombeando el miedo a todas sus extremidades, paralizándolo.
No escuchó a su padre hasta que este le gritó por cuarta vez, ordenándole que se pusiera a trabajar. Cuando fue a empezar su rutina ordeñando las vacas, pudo notar que el olor de la leche no era el de siempre. Al probarla, casi se vino en vómito, el sabor era nauseabundo. Su padre no pudo explicar nada de eso. Examinaron a las vacas, pero no parecían tener nada malo.
Georgie no necesitó pensar mucho, lo de anoche y esto no pudo ser una coincidencia. Intentó hablar con su padre, pero este se rehusó a creerle. El viejo estaba convencido de que el pasto debía de tener algo raro.
Dos noches después, los perros volvieron a ladrar. Nuevamente salieron el padre y el hermano. Esta vez Georgie se armó de valor para salir también, con una linterna en mano. Se dirigió al pozo, allí encontró a uno de los perros gruñéndole a la estructura de piedra.
El cielo nuevamente estaba limpio y estrellado. El frío era exactamente igual al de hace un par de noches.
El niño no dejó de temblar, aun así, retiró la tabla del pozo. Al mirar la oscuridad en su interior, Georgie sintió que no tenía fin, que si se caía allí caería hasta el fin de los tiempos. Apuntó la linterna al fondo. El agua estaba inmóvil.
De repente, su linterna se apagó. Un diminuto punto de luz blanca apareció en la superficie del agua. Georgie contuvo un grito, no sabía porque, pero no sentía deseos de gritar. El punto comenzó a ascender, haciéndose cada vez más grande. Su luz era cálida, y Georgie se sentía bien al ser bañado con ella.
El punto tenía el mismo diámetro del pozo. La esfera flotó frente al joven. Este la observó con mucha curiosidad, no sintió miedo, tampoco alegría. Georgie no comprendía lo que estaba viendo. Solo le preocupó lo que sentía en ese momento, paz. La esfera de luz se agrietó unos diez centímetros, y se abrió. Otra vez se oyeron los mismos susurros que Georgie escuchó hace unas semanas.
Sintió deseos de entrar en el agujero de la esfera, percibía que esta lo llamaba.
Lentamente, Georgie extendió su mano.
Dos días después, un grupo de búsqueda se estaba formando para buscar al hijo menor de la Granja Gregor.
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