¡era hora de volver al gimnasio! Había pasado tanto tiempo desde la última vez que pisé uno que, honestamente, no estaba seguro de si aún recordaba cómo funcionaban las máquinas. Pero me dije a mí mismo que era hora de dejar atrás el sofá, las papas fritas y las series interminables de Netflix.
Llegué al gimnasio con una mezcla de entusiasmo y temor. Mientras entraba, el recepcionista, un chico musculoso con una sonrisa de anuncio de pasta dental, me saludó:
—¡Bienvenido de vuelta! —dijo, mirándome con algo de sorpresa, como si hubiera visto un fantasma.
Yo sonreí nerviosamente y respondí:
—Gracias… eh… ¿todavía aceptan a gente como yo?
Él se rió y me señaló el vestuario:
—Claro, todos empezamos en algún lado. Además, tenemos un nuevo póster motivacional que seguro te encantará.
"¡Un póster motivacional!", pensé. Eso era justo lo que necesitaba para mantenerme enfocado. Con una renovada sensación de propósito, caminé hacia el vestuario.
Al entrar, noté que habían hecho algunas renovaciones desde la última vez que estuve allí: nuevas taquillas, duchas más modernas y… ¡ahí estaba el póster del que me habló el recepcionista!
Era enorme, justo en el centro del vestuario, imposible de ignorar. Me acerqué para verlo de cerca. Era una foto de un hombre con el cuerpo flácido, desaliñado, y una expresión de arrepentimiento en su rostro. Claramente, un “antes” de esos que te hacen pensar: “¡Si él pudo cambiar, yo también puedo!”.
—Qué buena idea —murmuré para mí mismo—, un recordatorio visual de por qué estoy aquí.
Pero entonces me acerqué un poco más… y algo no cuadraba. Me reconocí. Mis ojos se abrieron como platos y, horrorizado, me di cuenta: ¡no era un póster, era un espejo!
Nice 👍