Un espectáculo de comedia. En el centro del salón comunitario, un joven ventrílocuo llamado Erik estaba a punto de subir al escenario. Su fama no era inmensa, pero su habilidad para hacer reír con su muñeco, un pequeño personaje sarcástico llamado Max, lo había llevado a recorrer varios rincones del país.
Esa noche, el lugar estaba lleno de curiosos: pescadores, amas de casa, jóvenes, ancianos, y, en la cuarta fila, una rubia alta de mirada penetrante llamada Ingrid, conocida en el pueblo por su inteligencia y carácter fuerte.
Erik comenzó su show con los chistes de siempre, mientras Max, sentado en su rodilla, lanzaba bromas rápidas que hacían reír a todos.
—¿Saben cómo hacer reír a una rubia el sábado? —preguntó Max, con su vocecilla burlona—. ¡Diciéndole el chiste el miércoles!
El público estalló en risas, pero Ingrid frunció el ceño. Erik, ignorando la reacción de la mujer, siguió con más chistes sobre rubias.
—¿Por qué las rubias no usan calculadoras? ¡Porque tienen miedo de que les quiten el trabajo de sumar con los dedos!
Mientras el público lloraba de la risa, Ingrid se retorcía en su asiento. Finalmente, cuando Max soltó otro chiste diciendo:
—¿Qué hace una rubia después de resolver un rompecabezas en seis meses? ¡Lee en la caja que decía "de 2 a 4 años"!
Ingrid no pudo soportarlo más. Se puso de pie de golpe, subió a su silla para asegurarse de que todos la vieran, y con una voz potente y segura, interrumpió el espectáculo.
—¡Basta ya! —gritó, haciendo que las risas se apagaran en un segundo. Todos los ojos estaban puestos en ella—. He escuchado suficientes de tus estúpidos chistes sobre rubias.
El silencio en el salón era tan denso que hasta se podía oír el leve crujir de las olas en la distancia. Ingrid continuó:
—¿Qué te hace pensar que puedes estereotipar a las mujeres rubias de esta forma? ¿Qué tiene que ver el color del cabello de una mujer con su valor como ser humano?
Erik abrió la boca, pero no pudo articular palabra. Max quedó inmóvil, como si incluso el muñeco estuviera sorprendido.
—Es gracias a hombres como tú —prosiguió Ingrid, con fuego en la mirada—, que mujeres como yo seguimos luchando por ser respetadas en nuestros trabajos, en nuestras comunidades, y por alcanzar nuestro pleno potencial. ¡Es este tipo de humor barato y ofensivo el que perpetúa la discriminación, no solo contra las rubias, sino contra las mujeres en general! ¡Y todo esto lo haces patéticamente en nombre de la comedia!
El público estaba dividido entre la incomodidad y la admiración por la valentía de Ingrid. Erik, atónito, levantó una mano en señal de disculpa y empezó a decir:
—Lo siento mucho, no era mi intención ofenderte...
Pero antes de que pudiera terminar, Ingrid lo interrumpió con un grito aún más fuerte:
—¡Tú cállate! ¡No estoy hablando contigo!
Señaló directamente al muñeco Max, que seguía sentado en la rodilla de Erik, con su expresión burlona de siempre.
—¡Estoy hablando con ese pequeño idiota sentado en tu regazo!