Robin Hood, el legendario héroe de Sherwood, se encontraba en su lecho de muerte.

in #spanish17 days ago

Había vivido una vida llena de aventuras, robando a los ricos para dar a los pobres, enfrentándose a tiranos y escapando de innumerables trampas. Pero ahora, el tiempo había hecho lo que ni siquiera las flechas del sheriff de Nottingham habían logrado: doblegar al gran Robin Hood.

En su cama, viejo, canoso y con el brillo de sus hazañas aún en sus ojos, mandó llamar a todos sus fieles compañeros. Little John, el fraile Tuck, Will Scarlet, Much el Molinero, y, por supuesto, su gran amor, Lady Marian, acudieron rápidamente.

Todos se reunieron en silencio junto a su lecho. El ambiente era solemne, pues sabían que el fin estaba cerca.

—Lady Marian, mi amor eterno, y ustedes, mis leales amigos… —dijo Robin con voz débil pero firme—. Siento el helado toque de la muerte en mi alma. Antes de que el sol se ponga, partiré hacia la eternidad.

Un murmullo de pesar recorrió la habitación, pero nadie estaba sorprendido. Podían ver claramente que Robin apenas tenía fuerzas para hablar.

—Little John —continuó Robin—, siempre has sido mi amigo más leal. Hoy quiero pedirte un último favor antes de que me marche.

—Cualquier cosa, querido amigo —respondió Little John, con la voz quebrada por la emoción.

—Tráeme mi gran arco de tejo, ese que nadie más puede tensar, y la flecha negra, aquella que jamás ha fallado un disparo y siempre ha regresado a mí.

Little John obedeció de inmediato. Trajo el arco y la flecha, colocándolos cuidadosamente junto a Robin. Todos los presentes guardaron silencio mientras Robin contemplaba sus fieles herramientas de batalla, esas que habían sido compañeras de tantas hazañas.

Después de un largo momento, Robin habló nuevamente, su voz ahora más débil que antes.

—Amigos, muevan mi cama. Quiero que quede apuntando hacia la ventana, para tener una vista clara del bosque de Sherwood.

Los hombres, aunque confundidos, obedecieron. Con esfuerzo y cuidado, movieron la cama hasta que Robin tuvo una línea de visión perfecta hacia el exterior, donde el sol comenzaba a descender en el horizonte.

Robin tomó la flecha negra con manos temblorosas y la colocó en el arco.

—Donde esta flecha caiga, allí quiero que entierren mis restos —dijo con una mezcla de solemnidad y melancolía.

El grupo asintió, respetando su último deseo. Mientras el sol teñía el cielo de naranja y rojo, Robin usó las últimas fuerzas que le quedaban para tensar el arco. Un solo hilo de sudor recorrió su frente, y una lágrima se deslizó por su mejilla. ¿Era tristeza? ¿Alegría? ¿Orgullo por una vida bien vivida? Nadie lo sabía.

Con un último aliento, Robin disparó la flecha.

Todos observaron en silencio cómo la flecha surcaba el aire con gracia, describiendo una elegante curva… hasta que finalmente aterrizó, de manera algo anticlimática, en la parte superior del armario que estaba en la esquina de la habitación.

El grupo se quedó en silencio absoluto durante unos segundos, tratando de procesar lo que acababa de ocurrir. Finalmente, Little John rompió el incómodo silencio.

—Bueno… si ese era su deseo, supongo que habrá que enterrarlo… allí.

Lady Marian dejó escapar una pequeña risa, aunque rápidamente la cubrió con la mano, tratando de mantener la compostura.

El fraile Tuck, siempre práctico, se encogió de hombros.

—Al menos no tendremos que cavar.
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