CUANDO EL CIELO SE VINO EN AGUA [Serie de Cuentos de Montaña (2a)]

in #spanish7 years ago
La mañana transcurría tranquila, con una leve brisa, un sol radiante y un cielo azul turquesa, sólo a lo lejos se veían nubes blancuzcas con ramificaciones grisáceas.

Don Isidoro, un recio campesino, con piel curtida por el sol, de ojos azules y muy canoso, salía del potrero hacia su casa en la finquita que tenía cerca de la salida del pueblo, y en un instante se tocó el hombro y codo derecho, le estaban doliendo fuertemente, como si un arma punzo penetrante le infligiera una profunda herida en sus articulaciones.

Don Isidoro apuró el paso y tocó la puerta de su casa con gran insistencia; en el interior de la casa Doña Filomena amasaba unas arepas de maíz, y las colocaba sobre un budare muy caliente, también estaba pendiente de una chuletas de cerdo ahumado que estaba fritando, además de unas tajadas y yuca frita.

El anciano campesino siguió tocando con mayor fuerza la puerta y cuando se disponía a gritar, se escucharon unos pasos presurosos que arrastraban unas zapatillas y se dirigían a la puerta; era Doña Filomena que se acercaba muy apresurada a abrirle la puerta a su esposo.

-Mijito, ¿por qué tanta insistencia?, parece que derribara la puerta, y usted sabe que no hay mucha plata para colocar una nueva - así hablaba con un tono nervioso y agudo, Doña Filomena.

Inmediatamente se abrió la puerta y se veían los gestos duros y serios de Don Isidoro, con una leve mueca de dolor en el rostro.

-¿Por qué usted no escucha?, ¿no se da cuenta que yo tengo afán para entrar a la casa?, me duele mucho el brazo, el codo y la rodilla comienza a no funcionarme - de esta forma Don Isidoro le reclamaba a su esposa.

-Si me va a sermonear usted, dígalo rapidito y me voy, tengo muchas ocupaciones para hacer, y la comida está en el fogón - respondía aceleradamente Doña Filomena.

En todo ese tiempo, Doña Filomena no se percataba de los dolores físicos que experimentaba Don Isidoro.

-Mija acércame la mecedora con almohada y una cobija, no me siento muy bien, creo que se aproxima una muy fuerte tormenta, habían pasado muchos años sin que yo sintiera las articulaciones tan dolorosas.-

En ese momento, Doña Filomena detalló el rostro de Don Isidro y notó una gran palidez en sus mejillas y labios, pero al mismo tiempo estaba sudoroso y tenía una postura corporal inclinada hacia la izquierda, debido al dolor que estaba experimentando.

Doña Filomena le acercó la silla, almohada y una cobija de lana a Don Isidoro. Le ayudó a sentarse y con gran delicadeza le arropó las piernas y cintura.

-De verdad que usted tenía mucho tiempo que no se ponía tan malito, le voy a ayudar, pero explíqueme todos sus síntomas, por favor indíqueme lentamente lo que usted desea y siente.-

Cuarenta años atrás, Don Isidoro sintió algo parecido, justo antes que se produjera una fuerte tormenta que duró dos días seguidos y causo el cierre de caminos e inundación del río que cruza al pueblo.

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(Fotografía de Norberto Rebolledo)

En el pueblo, las parejas jóvenes y los niños disfrutaban el sol y la brisa fresca en el parque y plazas del pueblo. Los jardines estaban llenos de flores, las abejas zumbaban y los colibríes visitaban cada jardín, danzando de flor en flor.

En esa armonía de color y magia, un joven quinceañero subía por la orilla izquierda del río y se disponía a cruzarlo por el puente colgante para llegar pronto al pueblo, cuando observó algo extraño en el agua, durante todo su recorrido había visto el agua muy transparente y sabía que estaba muy fría, pero al llegar al puente colgante empezó a observar que el nivel del río aumentaba y una coloración rojiza inundaba las dos márgenes, era un arrastre excesivo de barro y de piedras rojas, coloración típica del suelo circundante del pueblo.

El muchacho corrió y subió unas empinadas escaleras, cruzó el puente colgante de madera, y en cada paso que daba se escuchaba el crujir de las tablas y tablones que conformaban el piso del puente. Logró llegar al último escalón, descendiendo con brincos y saltando los escalones; en ese momento una ola de barro y piedras destruyó el puente. Se llevaba todo a su paso, y las dos márgenes del río quedaban más ensanchadas. Lo paradójico es que el cielo seguía despejado, con una leve brisa templada y fresca, pero el río descendía con furia, destruyendo todo lo que se interponía en su camino.

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(Fotografía de Norberto Rebolledo)

El muchacho llegó a la calle principal del pueblo, casi sin aliento, se dirigió a la plaza en busca de algún conocido; pero estaba desorientado y asustado, en ese momento una hermosa joven gritó:

-¡Juanito!, ¡Juanito!, hombre venga para acá, ¿a dónde va con esa prisa?, ¡hágame compañía, no sea ingrato su merced!, por favor no me deje con la palabra en la boca. -

El joven sudoroso detuvo su carrera, giró el rostro y mostró una sonrisa en su rostro pálido y asustadizo, y respondió:

-Mi dulce Karina, por favor entiéndeme, debo apurarme. Algo trágico puede ocurrir en el pueblo, debo avisar a las autoridades. Por favor, vete a tu casa y reúne a tu familia, debes protegerte, yo te buscaré más tarde. Recojan ropa, abrigos y comida, mas tarde te daré los detalles.-

Diciendo esto, el adolescente siguió corriendo y se dirigió a la casa parroquial, en busca del cura ya que él tenía unos parlantes y podía convocar al pueblo con las campanas.

Juanito, llegó a la casa parroquial y relató en detalle lo que ocurría con el río, el Cura se asomó por una ventana y detectó un cielo despejado; sin embargo, no observó ningún ave volando, salió a la calle y sintió una brisa fresca que descendía desde la montaña, giró la cabeza hacia la parte baja de la calle y no observó cambios en las nubes, giró nuevamente la cabeza hacia la parte alta de la calle y detectó un cielo nublado y gris, con una niebla muy espesa.

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(Fotografía de Norberto Rebolledo)

Efectivamente las nubes eran muy espesas y oscuras, venían bajando por el cielo rápidamente, al mismo tiempo no se observaban aves volando, tampoco se veían perros en la calle. En ese momento el Cura exclamó:

-Dios mío, ¿dónde están los animales creados por ti?, ¿a qué prueba estarás sometiendo a este pueblo?... Debo convocar al pueblo inmediatamente.-

Juanito al ver la cara del Cura, salió corriendo y se dirigió a su casa, que se encontraba a cuatro cuadras de la iglesia del pueblo.

El Cura cabizbajo caminó lentamente, cruzó la plaza enfrente de la iglesia, se dirigió a la bodega de Don Pedro, pidió un jugo de limón y comentó:

-Don Pedro, oiga por favor, ¿dígame qué cosa extraña ha observado hoy en la mañana?-

Don Pedro, un hombre delgado, de tez morena, cabellos lisos canosos, tipo indio, piel quemada por el sol de montaña, manos arrugadas y cayosas y con una sonrisa que dejaba ver tres dientes de oro; tocó sus cabellos con ambas manos, después con su mano derecha acaricio su mejilla y dijo:

-Bueno señor Cura, ahora que usted me pregunta, yo recuerdo que muy tempranito el gallo del vecino no cantó, en el corral de la casa los cochinos han estado muy inquietos, tuve que mojarlos con agua fría para que se calmaran, y ahora que me percato que el turpial y el arrendajo no vinieron a posarse en el ciruelo del patio trasero; además, no he visto a las hormigas acercarse a la bodega, ¿qué cosa tan rara verdad?-

Así que el Cura al escuchar estas palabras, sintió un leve mareo y empezaron a sudarles las manos, dio media vuelta, se despidió de Don Pedro, salió corriendo de la bodega, así como si hubiera viso el diablo, entró a la iglesia y llamó a gritos a Eleazar, un joven quinceañero, alegre, juguetón y cuentero, que era su monaguillo de confianza.

-¡Eleazar, Eleazar!, mijito apúrele,…, suba al campanario y llame al pueblo, toque fuertemente esas campanas con toda la fuerza de su alma, ¡el fin del mundo está cerca!-

El Cura tenía el rostro descompuesto, sus mejillas y labios estaban pálidos, sus ojos enrojecidos y su voz comenzaba a temblar por el miedo. Él sabía por anécdotas y escritos antiguos, de la época de la colonia, que en el siglo XVIII y comienzos del XIX, habían ocurrido dos eventos lluviosos terribles que dejaron desolada la región, habían causado pérdidas en las cosechas y muerte en la población indígena y criolla.

Así que en diez minutos Eleazar había tocado fuertemente las campanas y había logrado convocar al pueblo, lentamente por las puertas de la iglesia llegaban pausadamente campesinos, amas de casa, dueños de bodegas, jóvenes y niños de los liceos y escuelas, dueños de los comercios, autoridades civiles y policiales. En una media hora, no había más espacio en la iglesia, había una gran concurrencia.

El Cura habló al pueblo y relató todos los detalles que había presenciado en la mañana, además del relato de Juanito. También leyó parte de los escritos antiguos realizados por los padres jesuitas, sobre los eventos climáticos pasados.

En el momento que se escuchaban comentarios y fuertes murmullos entre la concurrencia, que se encontraba en la iglesia, entró una mujer joven, muy hermosa, con largas faldas, botas, suéter y una larga cabellera de color castaño claro, con dos trenzas bien peinadas, usaba lentes gruesos que protegían dos grandes ojos verdes esmeralda, llevaba una bolsa de tela con piedras y lodo y venía mojada y con barro rojizo en sus botas.

-¡Disculpe, disculpe!,…-

Decía la hermosa joven con voz agitada, mientras se hacía paso entre la multitud, cuando observó que no podía seguir caminando, elevo la voz y gritó:

-¡Señoras y señores háganme el favor de escucharme! - de inmediato hubo un silencio.

-Voy a advertirles que vengo de la aldea que está a media hora del pueblo, vía montaña arriba, y lo que está ocurriendo es gravísimo, hay muertos, cosechas destruidas, casas tapiadas, caminos cerrados, no se puede entrar o salir de la aldea; además hay peces y conchas marinas en el suelo.-

(Continúa en la próxima publicación)

Si quieres leer el primer cuento de la serie visita:

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Norberto G. Rebolledo Andrade (@norbertor)

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¡Muy interesante! La manera en que se presenta a los personajes y el salto en el tiempo hacia el pasado le da un giro interesante a la historia.

gracias, espero que disfrutes mucho estos cuentos de nuestras montañas andinas