EL PUEBLO Y LA HORA [Serie de Cuentos de Montaña (1b)]

in #spanish7 years ago
La tarde había avanzado y el sol se inclinaba, es posible que fuera más de las cuatro, cuando en la puerta de la Alcaldía apareció la figura del Padre Antonio, con un rostro pálido, pero con una mirada fuerte y sagaz.

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(Fotografía de Norberto Rebolledo)

El Síndico de la Alcaldía, un señor colorado, con aliento etílico, y un hablado enredado por su estado de embriaguez, o su formación cultural, le dice:

-Padre, ¿cómo que está jodido?, venga vamos al salón de reunión, no se acongoje, aquí se le tratara cómo usted se merece, usted sabe… quien no la teme no la debe, así como dicen las viejitas del pueblo.-

Al fondo del pasillo principal, un policía gritó:

-Cheo Chicharra, apúrate con ese cura de mierda, que el Alcalde no tiene mucho tiempo.-

El Síndico, “Cheo Chicharra”, apresuró el paso y guió al cura hacia el salón de reuniones. Un sitio húmedo, con una iluminación escasa, con sillas de madera tapizadas en cuero y una mesa central de madera muy pesada, las paredes pintadas de color crema con rodapié de color negro.

-¡Buenas tardes Padre Antonio! - dijo con voz tajante el Alcalde.

-Buenas tardes señor Alcalde - respondió el cura.

-Que bueno que lo tenemos en la Alcaldía, ya se imagina el tema que abordaremos, usted sabe que toda la dinámica de este pueblo, debe ser autorizada y supervisada por el Alcalde y sus personeros más cercanos, así que la iglesia no es la excepción del caso - enfatizó el Alcalde.-

-Señor Alcalde, sigo sin entender que desea, si usted tiene alguna sugerencia o inquietud, podría visitarme en la casa parroquial, o asistir a la iglesia; o sino cuando su esposa y madre visitan la iglesia, usted podría enviar cualquier mensaje. ¿Por qué esta manera de convocarme a una reunión en la Alcaldía? - señaló el cura con voz firme, pero con un acento amanerado.-

En ese momento el Secretario de la Alcaldía, un hombre gordo, alto, de avanzada edad, salió al paso respondiendo al cura:

-Padre, no se enfade, cuando el señor Alcalde cita a alguien no es una ofensa, y aquí puede asistir cualquier persona que haga vida pública en el pueblo, no hay privilegios,…-

El Alcalde interrumpió y dijo:

-Padre Antonio, le solicito me entregue inmediatamente las llaves de la iglesia, de la reja de las escaleras del campanario y de la cerradura de la reja que lleva al reloj.-

El cura se enrojeció y lanzó una mirada acusadora al Alcalde, respondió enfáticamente diciendo:

-Emilio, usted antes de ser Alcalde era un sencillo ciudadano, así que debe respetar la institución de la iglesia, como usted sabrá yo soy el único que puede tener en resguardo las llaves que usted solicita. Usted debe estar en conocimiento que el acceso al reloj, lo tiene el señor José…-

Pero el Alcalde en forma impaciente interrumpió afirmando:

-Ya el señor José no es trabajador de la Alcaldía y de la Prefectura, así que se asignará a otra persona para que haga el mantenimiento del reloj.-

Un silencio envolvió a los presentes y el cura señaló:

-Disculpe, pero el señor José tiene más de quince años manteniendo el reloj, el cuál no ha fallado, a excepción de hoy cuando usted tomó esa decisión y se detuvo el reloj, así que usted asuma las consecuencias de sus actos y ¡no le voy a entregar ninguna llave!.-

Ante todo esto, ya los comentarios en el pueblo sobre el reloj abundaban, algunos afirmaban que era un mal presagio, otros que el señor José estaba durmiendo después de una noche de licor, también se escuchaba que el Alcalde tenía preso al cura por haber dañado el reloj, también se afirmaba que la Alcaldía deseaba mudar el reloj o cobrarle a la iglesia por el manejo del reloj.

A medida que avanzaba el tiempo, la vida cotidiana del pueblo se trastocaba, la ausencia de las campanadas y de la hora precisa del reloj, alteraba el ritmo normal y cotidiano de los habitantes de ese pequeño pueblo de montaña.

Ya habían transcurrido siete días desde que Juanita se había dado cuenta que el reloj había dejado de funcionar.

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(Fotografía de Norberto Rebolledo)

La iglesia estaba rodeada por la policía, ya no se daban las misas regulares, también estaban restringidas las visitas a la casa parroquial y el cura no abandonaba la iglesia, para evitar un asalto de los comandos policiales que rodeaban la iglesia.

José en efecto había perdido su empleo, sin explicación alguna y volvió a su casa esa misma tarde con desesperanza y tristeza; lo que le había sucedido era consecuencia de la actitud del Prefecto, quién en apoyo al Alcalde, había retenido a José en una celda, para que no cumpliera con su ritual diario de mantenimiento del reloj, todo era una manipulación del Alcalde y de su cómplice el Prefecto.

Ante los acontecimientos, el pueblo estaba revuelto, y una comitiva de las madres de los niños del colegio del pueblo, avanzó en una larga caminata por todas las calles del pueblo, hasta la Alcaldía, solicitando la reincorporación del señor José a su trabajo y el cese al cerco policial en contra de la iglesia.

Esa noche después de dispersar la marcha de las madres del colegio del pueblo, el Alcalde ordenó el asalto policial a la iglesia, y así en una especie de acción de comando entraron los policías con armas, palos y bastones; producto de esta acción se destruyó un vitral, se forzaron todas las cerraduras y la puerta que protegía el corazón del reloj quedó abierta. En los pasillos de la iglesia, se observaba una niebla blancuzca debido a los gases lacrimógenos, que fueron disparados por la policía.

A pesar de todo este despliegue desproporcionado de la policía del pueblo, el reloj no funcionó, tuvieron que transcurrir siete días adicionales para que la madre del Alcalde, lo regañara y amenazara; así como se concretara la separación de la esposa del Alcalde, quien se fue con su madre, escapando de lo absurdo en que se había convertido su esposo.

Después de esta presión familiar, el Alcalde tomó la decisión de reincorporar al señor José a su trabajo; y el Padre Antonio recuperó todas sus llaves y el dominio de la iglesia.

Después de un mes, el pueblo había restablecido su dinámica, todo volvía a lo cotidiano, el reloj funcionaba con precisión y la alarma de la anarquía por la falta del reloj había desaparecido, en la memoria de los habitantes del pueblo parecía un hecho lejano y los más pequeños se preguntaban, sí esto había ocurrido en realidad.

Únicamente un borrachito de la plaza, de vez en cuando afirmaba:

-¿Será importante controlar el reloj del pueblo?-

FIN

Si quieres leer la primera parte del cuento visita: https://steemit.com/spanish/@norbertor/el-pueblo-y-la-hora-serie-de-cuentos-de-montana-1a

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Norberto G. Rebolledo Andrade (@norbertor)