El sofa de terciopelo rojo. (Relato libre).

Era un miércoles frio de noviembre, murió ese día en su sofá mientras recapacitaba a cerca de la nada.

El tiempo trascurría, mientras en el sofá aterciopelado rojo se sentaba con cara larga y sus enormes ojeras que no podía dejar jamás, su cabello ya rebasaba el largo que hasta ahora se había permitido tener y los zapatos que había comprado para ese año ya se habían consumido, su piel se tornaba pálida y las arrugas comenzaban a aparecer, no era realmente un ser atractivo pero en su sequedad tornaba una mirada penetrante y profunda de un color azul, casi tan perfecto que era comparable al mar.

Solía trabajar en un bar cada noche sin descanso, su paga apenas costeaba la renta y alguno que otro alimento, su cuerpo era delgado con algunas curvas, cada noche el maquillaje cubría su rostro lúgubre y el ropaje ocultaba las marcas de guerra en su cuerpo.
Era complaciente, solían pedir sus servicios, desde masajes eroticos hasta posiciones laboreosas que había aprendido de joven cuando participó en un circo.

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Un cliente en particular visitaba aquel lugar cada jueves cuando el reloj marcaba las 8, siempre vestía de traje y llevaba una flor de tonalidad violeta; eran sus favoritas, perfumado de pies a cabeza circulaba el pasillo y cada persona en el bar sabía exactamente lo que ocurría luego.
Pagaba altas sumas de dinero por aquella compañía, cada jueves la seda cubría sus vergüenzas y con mucho ímpetud se ponía a merced de aquel caballero. En posición de perros penetraba muy ágilmente aquel orificio, tocaba cada parte de ese cuerpo delgado y su lengua consumía todos los rincones, un chorro solía estremecer al hombre mientras el sabor particular chorreaba por su boca hasta llegar a la garganta, seguido de un buche de agua. Habían trascurrido meses en ese plan, era el cliente más fiel.

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Entre amor y sumisión no era fácil distinguir, pero con el tiempo un vínculo surgió, aunque por distintas necesidades. Aquel noviembre se propuso a cambiar el papel de juego y ese jueves la seda no cubrió sus curvas, solo vestía sus zapatos consumidos por el tiempo. El corredor se perfumó como de costumbre y el caballero con la flor en mano se deslizó al cuarto. ¡Sorpresa! no había encontrado su plato principal de rodillas en la cama, no entendía lo que ocurría, de la desesperación comenzó a enojarse y su ira se reveló, aquella flor se hizo añicos mientras sus manos arrancaban trozo a trozo cada pétalo. La cama no estaba tendida y desde el sillón aterciopelado dos ojos azules le miraban retóricamente, quizo tomar el control pero era tarde, se había cansado de aquel caballero perfumado.

Era una habitación con poca luz, así que era difícil saber lo que ocurriría luego. Se encontraba en pánico, pero nunca demostró su inseguridad, recibió órdenes y se negó, ya no importaba el costo, se había cansado del trato, los pagos y la suciedad de aquel trabajo.

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El caballero de traje se abalanzó de repente con actitud dominante, pero en la mano derecha tenia un cuchillo que incrustao con fiereza en el estómago del hombre, con aquella fuerza y entre el pánico arrastró el arma hasta su pecho, logrando derramar sangre y vísceras por el suelo. Aquel rostro que miraba al horizonte perdió la luz en sus ojos y con un quejido su vida se fugó cayendo al suelo víctima de la gravedad.

De nuevo tomo su lugar en el sillón, de la mesa del lado izquierdo tomo un paño con el cual limpío el cuchillo, tomo un vaso de vino que se encontraba en la otra mesa y en su mano derecha clavó el filo, logrando crear un herida de unos 10 centímetros por donde resbalaba líquido viscoso, nada cubría su cuerpo así que la sangre chorreaba hasta su entrepierna cubriendo sus testículos hasta disfrazarse con el sofá de terciopelo rojo. Tomó un papel, era una prueba de VIH, positiva, tras ella apunto una nota: "resultaste ser la causa de mi enfermedad, no el sida, más bien, el amor".

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Alguna parte del mundo.