Parte I
Parte II
Parte III
Parte IV
Parte V
Parte VII
Parecía que la práctica del “puenting” dio resultado y ya tenía tiempo de trabajar de 22 a 24 h p.m. en la preparación de mis clases. La vida continuó.
Era consciente que tenía que preparar mi mente para gestionar el stress que se me iba colando, poco a poco, en las entrañas y encontrar el equilibrio necesario para remediar la autoimagen de bruja y mala madre que me había invadido. Pensé: “mens sana in córpore sano” (por cierto, me acabo de enterar por Wikipedia que no procede del autor griego al que se le había atribuido, sino de un satírico latino llamado Juvenal.
¡Encontré el camino!-eso creí yo, en aquel entonces-. ¿Cómo?, pues de la manera más fácil.
Me matriculé en en un centro de yoga que estaba debajo de mi casa. Y además, se podía comer comida vegetariana, lo que me permitía ahorrar tiempo en compras y no meterme en la cocina más que de vez en cuando.Y ahí estaba yo, vestida como un fantasma nocturno -de blanco- y yendo a un centro donde oía “aummmm, aummmm, aummm”, gons y música tibetana, mientras retorcía cada uno de los tendones de mi cuerpo, hasta extremos impensables para mí, ya que hacía más de dos años que no sabía dónde estaba mi cuerpo. Pero me relajaba enormemente y aprendí a ducharme con agua helada, después de un ejercicio intenso. Eso sí, cuando me veía cabeza abajo con los pies en alto, me reía por dentro y pensaba: si me vieran es esta postura mis alumnos, lo que se iban a reír. Pero me daba igual. Les diré una cosa: nunca me he encontrado mejor física o mentalmente.
Pero al cabo de un año, me di cuenta -antes no, pues estaba curando mi alma- que me querían catequizar: me hablaban de la naturaleza, de la ecología, de algún gurú, de que todos eramos hermanos, todos nos ayudábamos, todos eramos güenos… hasta que me pidieron -colaboración para recoger y limpiar el centro por amor al arte. Pues, ¡buena estaba yo!, como para ponerme a limpiar el centro de yoga.
Pasé olímpicamente de la colaboración; pagaba mi cuota y regresaba pitando a clase. Iba durante las dos horas que me quedaban libres entre clase y clase- ya que estaba enfrente de la Universidad.
Un sábado cada quince días, cocinaba para mi hijo, sin mi marido -claro-, ¡eso hubiera querido yo!.No estaba.
Esto me permitía tener la comida preparada, congelada y lista para cuando fuese necesario. Me convertí en la reina de la comida congelada.Me valía también para cuando venía mi marido,de fin de semana, a vernos a los dos ; así teníamos tiempo libre para empezar a hacer relaciones sociales, que todavía no habíamos empezado, en vez de ponernos como cocinillas frente a la placa de cocina.Ni mi marido estaba dispuesto, ni yo tampoco.
Estiramiento va, estiramiento viene, “aumm, aumm , aummm”, “gonmmm”, “gonmmm”. Asanas, clases, niño, compra, casa y marido de fin de semana. Mi vida parecía que se iba recolocando, hasta que la chica que venía a quedarse con el niño, falló sin avisar.
Estaba dando clase. Eran las tres treinta de la tarde; había comenzado media hora antes. De pronto, veo que la conserje me hace una seña a través del cristal. Interrumpo la clase, salgo a ver que pasa y al oído, muy bajito, me dice que tiene a mi hijo en la silleta sentado junto a ella en la conserjería, que le han traído al niño, diciendo que no lo podían atender, que necesitaban dejarlo allí. ¿Pero quiénes?¿cómo?¿por qué?. No supo explicarme.
Se pueden imaginar la angustia vital que tenía, mientras daba mi clase. Los alumnos no se enteraron; tampoco la conserje. Pero yo estaba destrozada por dentro, comiéndome las lágrimas, con rabia, con ira, pero sabiendo representar un papel de perfecta profesional que domina su entorno; sabiendo que mi hijo estaba entre extraños, en un lugar que no conocía, mientras su madre tenía que regresar a dar su clase, acongojada de intranquilidad y con las lágrimas a flor de piel.
Dí mis dos clases; no sé ni cómo las dí. Salí pintando de allí, con mi hijo metido en la silla, a encontrarle una guardería para que se lo quedasen hasta las veinte horas p.m., que era cuando acababa la jornada.
La guardería estaba al volver la esquina del edificio y sabía que no había plaza, pues en Septiembre me habían denegado la entrada de mi hijo. No obstante,estaba dispuesta a todo, porque lo acogieran, pues era la única en la ciudad que permitía que los niños se quedasen hasta las 21h p.m.
La velocidad con la que transportaba a mi hijo hacia esa guardería, me hacía aparecer como una loca que huye de un asesino, pues tenía 10 minutos para regresar y las lágrimas corrían por mis mejillas como lluvia incesante.
Toqué el timbre, salieron a abrirme, ahí arranqué a llorar y, como pude, logré balbucear que, ¡por favor!, debía dejar a mi hijo en la guardería hasta que saliese de clase, que era profesora en la Universidad que estaba enfrente. Les dí mi nombre, el de mi hijo y les prometí que no iba a abandonarlo, que, ¡de verdad, de verdad, de verdad!, era una buena madre y que regresaría a por él, en cuanto terminara mis clases.
Cuando terminé mis clases, fuí a recoger a mi hijo. Estaba ¡tan feliz de verme! que, cuando me vió, alargó sus brazos y tuve que llevarlo cogido todo el camino de regreso a casa: el maletín de trabajo encima de la silleta, en un brazo el niño y con el otro empujaba el carrito.
Cuando llegué a casa, me derrumbé. No podía más, lloré y lloré y llóre. Me culpabilicé por haberlo dejado, -como una pelota- en la guardería. Y la sensación de haber sido una mala madre se acrecentó aún más.
Algo bueno salió de esta historia: la guardería le abrió las puertas a mi hijo y su madre, al menos, estuvo tranquila ejerciendo de profesora, sabiendo que se encontraba en un lugar seguro.
También conocí a mi primera amiga, que posteriormente fue compañera de mi marido (¡qué casualidad!) y he podido disfrutar de su amistad durante cuarenta años.
Pero este hecho fue lo que agudizó en mí la conciencia de que el Estado hacía dejación de sus funciones, como protector de la familia; de que los maridos no estaban a la altura de lo que una mujer trabajadora les demanda, de que la lucha por la mejora de las condiciones labores comienza en tu propio hogar y que esa lucha es para toda la vida.
Y este fue el comienzo de una nueva etapa llena de rabia: contra la imagen de mujer como ama de casa, llena de tareas y sin apoyo alguno; contra la imagen de buena madre preocupada por su hijo, feliz, paciente y alegre; contra la imagen de amorosa esposa que acoge a su marido con sonrisas, arreglada y lista para salir a divertirse a cualquier lugar, en cualquier momento. Sólo me consolaba prepararme mis clases e ir a trabajar. Entonces se me olvidaba todo.
Volví a hundirme en la miseria personal. Mi autoimagen volvió a rasgarse: no me encontraba, no era feliz. Yo quería ser una buena madre, buena profesional, buena esposa, pero no hacía bien ninguna de las tres tareas. Y ahí empecé a ser consciente de la ingente tarea en la que me había metido y ¡no tenía salida!¡estaba acorralada!.
Hubo momentos en los que me apetecía, dejar de trabajar, a ver si encontraba la paz, pero sólo recordarme echada en el sofá, llorando mientras daba el pecho a mi hijo, y no siendo feliz, me devolvía a la dura realidad y rápidamente me decía:
**!tienes que volver a encontrar la calma!.¡seguro que la encuentras!
¡adelante, tú puedes con todo!
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STOP
Gracias por vuestro apoyo, en cada post espero vuestra corona de color oro, es estimulante
Hola , leer tu relato realmente es vivir un dia malo por el que nos ha tocado pasar a las que somos madres, querer ser responsables con toda la responsabilidad (valga la redundancia) que tenemos como mujer, como madres y esposas es dura, porque cuando la sincronización de nuestro cronograma falla tenemos que sacar la guerrera interna y aparte el manual para no desplomarte ante tanta frustración. Soy madre y entiendo en una oportunidad me senté en una plaza a llorar...
P.D: mi ultimo post https://steemit.com/spanish/@erilej/el-spamming-y-su-origen
Es cierto, los días malos existen, pero también los buenos, sobre todo cuando consigues ser tu misma y aceptarte con todos tus defectos. Es un trabajo de toda una vida.
Me encanta esta linea, no me he perdido ni una entrega, saludos.
Gracias, de eso se trataba
Hola! Me atrapó tu relato. Sintonicé con él. Con la llegada de los hijos se entra a una intensa etapa en el hogar, más obligaciones que compiten con las laborales y la convivencia con la pareja. En tus cuestionamientos, encontré los míos de ese momento. Debí dejar algunas de mis compromisos laborales, pero los hijos van creciendo y ¡los cuestionamientos se van renovando!
Me gusta tu estilo de escritura.
No pude contactarte en Discord. He tenido un día bastante intenso. Espero se pueda mañana. ¿En qué horario puedo conseguirte? Me siento halagada por la oportunidad,
¡Que bien! Es lo que todo steemians desea. Seguro que habrá un día que podamos contactar. Siempre se encuentran los afines y tú parece que lo eres.
Pienso que sí.
Un abrazo