Me olvidé al niño en el patio. Cómo ser madre y no morir en el intento VII

in #spanish7 years ago (edited)

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Parte I
Parte II
Parte III
Parte IV
Parte V
Parte VI
Parte VIII

Mi vida de autómata transcurría a la velocidad del rayo. Mi marido ya estaba conmigo. No se si fue mejor el remedio que la enfermedad. No porque él no acompañara, que si. Sino por que a mí se me multiplicó la faena: además de _mala madre_iba a ser mala esposa.

Cámbiate de casa, haz el traslado,prepara el desayuno; vete y vuelve a la Facultad, dale la merienda al niño, ocúpate de la ropa, prepara la cena, mientras tu marido atiende al niño. ¡Qué suerte tienes, al menos tu marido te ayuda! !el mío, ni eso! Y yo les decía: pues a mí no me basta con la ayuda, ¡quiero más!¡el 50% como mínimo!. Esa fue mi perdición, exigir el 50%, pues no estaba satisfecha con la ayuda y nunca pensaba que mi ¡pobre marido! hiciera suficiente. Por lo que a la sensación de ser mala madre se unió la de mala esposa.

Y no sólo por eso, sino también porque yo veía, cuando me miraba al espejo, que no se me quitaba esa cara de ¡cansada y de malhumor!. Eso sí, en cuanto mi marido me proponía un plan, ahí estaba yo. ¡Arréglate, ponte guapa, píntate un poco esa cara de angustia! que, cuando te vean, van a decir que acabáis de tener una buena bronca.Arregla al niño,que no quiere, que está cansado, que llora, da lo mismo, ¡si hay que salir, se sale, con niño y todo!. Y sí lo hacía, pero sabiendo que al volver el trabajo estaría acumulado: la ropa sin tender, la cena sin hacer, todo patas arriba.

Eso no era lo malo, lo malo llegaba después, cuando mi marido me decía: ¡siéntate a mi lado!¡descansa un poco! y yo no podía porque tenía que ponerme a preparar la clase del día siguiente, para que pudiera irme con él a la cama, a una hora razonable.

La rabia se me iba acumulando por días. Me decía: ¡esto no es vida!. Sólo !trabajar, trabajar, trabajar! y ¿cuándo descanso yo?. Ahí empezó el nacimiento de una sensación de opresión que me impulsaba a comenzar una huida sin fin, pero ¿hacia dónde?. Si yo quiero a mi hijo, quiero a mi marido, ¿por qué pienso en huir?, ¿a dónde?. Ni idea. Entonces aplicaba la máxima de S. Ignacio de Loyola, que siempre oía a “mi chico”

en tiempos de tribulación no hacer mudanza
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Sólo pensar que el descanso era la solución, me ponía de mal humor, pues me devolvía una imagen de mí misma que no podía soportar: la de ¡vaga redomada!. Una mujer no puede ser una vaga redomada, eso me explicaron siempre las monjas de mi colegio. Así es que no me permitía descansar, no siendo que me convirtiese en una mala ama de casa.¡No me faltaba nada más que aumentar el tamaño de mi mochila afectiva para acabar en el precipicio!.

Optaba entonces por aumentar el número de tareas que atender al mismo tiempo: jersecito de punto para el niño, faldita corta para mí, arregla la silla, arregla la plancha, corta el pelo a toda la familia -¡hay que ahorrar! tienes que pagar las últimas compras-, etc. etc.

Volvía a la calma, pero aumentaba la carga de trabajo. En esas estaba y...mi hijo ya iba al colegio.

Tenía unos cuatro años. La nueva casa la había alquilado al lado del cole, para facilitarme la tarea.
Era junio y en la ciudad donde vivía, hacía un calor…¡de muerte!. Por eso los responsable educativos habían decidido que se ampliaba el horario de la mañana hasta las catorce y treinta pm. y así ¡los niños no se cocerían! dentro de las aulas -no había aire acondicionado en el cole, por aquel entonces.

Mi horario era matutino y tenía dos horas libres a mitad de la mañana. En esas dos hora yo aprovechaba para comprar lo necesario para toda la semana, en el mercado de las verduras que se ponía los jueves cerca de casa.
Como todos los jueves, una vez, regresé de trabajar -13 h. pm-: me ocupé de guardar la compra, preparar la comida y la cena y me puse a descansar hasta las 17,30 pm -hora de recoger a mi hijo.
Según caminaba por la calle, algo me puso alerta: noté que no había bullicio de madres, yendo y viniendo ¿qué pasa?¿que día es hoy?¿cómo es que vengo sola a recoger a mi hijo?.

En ese momento, mi corazón empezó a palpitar como una máquina de vapor. pum, pum, pum, estaba a punto de desmayarme. Un sudor frío se me subió a la cabeza y tuve que apoyarme en la verja de acero que rodeaba el patio del colegio. En cuanto me repuse un poco, eché a correr -¡como alma que lleva el diablo!-, pues caí en la cuenta de que ¡era el 1 de Junio!, día del cambio horario, y tendría que haber recogido a hijo nada más salir del trabajo.

Llegué a la puerta del colegio. Estaba cerrado a cal y canto. Chillé, ¡ah no, mi hijo! ¿dónde está mi hijo?, !lloré! . Me senté en el suelo para no caerme desplomada del susto. ¡Tranquilizate, piensa!.

Alguien lo habrá recogido, sí ¿pero quién?. En ese momento recordé que, en el cole, vivía un conserje y que quizás él sabría decirme ¡qué había pasado con mi hijo!.

Efectivamente, ¡allí estaba! jugando en la casa del conserje. Le había dado de comer tortilla de patatas, lo había entretenido y... ¡me había salvado!. Dirán ustedes ¿de qué?, pues... ¡de suicidarme!.
Eso era lo que pensaba, si le hubiera pasado algo a mi hijo, por mi culpa . Nunca me hubiera perdonado y, por supuesto, mi marido tampoco.

Así es que esa imagen de mala madre no sólo no disminuyó, sino que aumentó a tales extremos, que me era imposible convencerme de lo contrario.

Por supuesto, no se lo dije a nadie. Sólo, cuándo he madurado he sido capaz de contarlo. Nadie cuenta estas cosas. Se quedan en tu interior, no vaya a ser: que te toque divorciarte, que tu entorno no te acepte, que la imagen que los demás tienen de tí se resquebraje.

En fin, me decía, paciencia, ¡perdónate!, sigue con tu vida, seguro que a alguien le debe de haber pasado algo parecido, no todo el mundo es perfecto. Y yo me decía:

¡soy una malísima madre y no tengo remedio!.


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Que triste que esa historia se repita en muchos hogares y asi transcurra el tiempo, existiendo y no viviendo

Pues si te sirve de consuelo a mi me paso´también; cuando salía a buscar a los tres, seis,cuatro y tres años, me los encuentro a la puerta de casa: habían venido los tres solos y ¡cruzado una carretera general!