Cómo ser mujer y no morir en el intento.
Tercera parte
En el primer post les conté cómo me preparé para ser madre.
El segundo post lo finalizaba gritando ¡quiero ser libre!.
Ahora vamos a continuar.
Anteriormente les he contado que voluntariamente me había despedido del trabajo para asumir mi maternidad con responsabilidad. Así fue.
Cuando nació mi hijo no quise que nadie me ayudase; ni siquiera me permitía solicitar ayuda a mi madre que, además, hubiera estado encantada de ofrecérmela. Desde el día que llevé a mi hijo a casa supe que el tiempo no se estira, que lo primero es tu hijo, lo segundo es atender todas las necesidades subsidiarias que necesita: comer, dormir, estar limpio, jugar, chillar, llorar etc. etc. A tí misma ¡que te den!. Si no tienes tiempo de comer... ¡que te den!. Si no tienes sueño... ¡que te den!, si no puedes cuidarte el cutis... ¡que te den!: lo que importa es tu hijo. Tú, no eres, no estás, no te tienes. Tienes que estar dispuesta a afrontar esto, si realmente has asumido la maternidad como la asumí yo.
No todas las madres lo hacen así, otras saben hacerlo de otra manera, no sé, más natural, más relajadamente, más contentas, más capaces de distribuirse el tiempo de modo que tienen tiempo para sí.
En mi caso no fue así. Es fácil decir, pero difícil poder hacerlo de otra manera. Para que hubiese ocurrido de otra manera tendría que haber tenido dinero suficiente para delegar alguna de mis tareas, o haber dejado que me ayudase mi madre. Pero no fue así y esa sensación de responsabilidad abrumadora no se me ha quitado desde entonces.
Los primeros tres meses me sentí ahogada en tareas, ahogada en llanto y contradictoriamente feliz. Mi vida era simple: dormir poco -aunque el pequeño fue buenísimo, pues no se despertaba en toda la noche-; hacer biberones, ¡limpiar caquitas! ¡agg, que asco!, lavar la ropa de los tres, hacer la comida y ¡ya!, no ¡había más!. Ningún disfrute, ningún tiempo libre para mí, ningún tiempo libre con mi chico, ¡nada de nada! y, además no podía manifestar a nadie, ni a mí misma siquiera, que aquello no era lo que realmente necesitaba.
Tanta simpleza me desbarató. Cuando salía al parque y me encontraba con alguna madre, no era capaz de hablar de otra cosa que no fuera de tareas del hogar. Dejé de ir al parque, no quería tener conversaciones insustanciales con nadie. Me iba sola y me ponía a leer un libro. Me leí una biblioteca entera; aquel rato, era mi ocio y la lectura era mi refugio. En esos momentos disfrutaba. Intuía que mi camino era otro. ¡Tenía que realizarme profesionalmente! ¡era lo que me faltaba!.
En esos primeros meses me di cuenta que la sociedad me había engañado; me habían preparado para ser una educadora profesional, pero no me había preparado para ser madre. ¡Mi madre tenía razón!: tendría que haber esperado un poco más para formar una familia, ahora no tenía tiempo para seguir con mis estudios de doctorado, tampoco para salir con amigos y ni siquiera podía ir en busca de trabajo.
Ustedes se preguntarán ¿por qué?. Pues es fácil de adivinar: en aquel entonces había que ir con el currículum preparado en un folio, empresa por empresa ¡para que te vieran! –la presencia siempre ha sido importante-, pero yo no tenía tiempo ni de preparar mi currículum. Y, además, tendría que ir acompañada de mi hijo a todas partes, mientras mi chico estaba trabajando.Y ¡claro!, en cuanto viesen que tenía un hijo… ¡se acabaron las opciones!. Tampoco podía llevar a mi hijo a una guardería -pues el sueldo de mi marido era de profesor y no nos daba para tanto-, además, no quería recurrir a mi madre, que se hubiera quedado con mi hijo con mucho gusto, por ese sentido de responsabilidad que me invadía. Yo había tomado la decisión: ¡tendría que ser responsable de todo lo que me sucediese!.
Entonces, también me di cuenta de que la sociedad no ofrecía apoyo a las madres trabajadoras. No había guarderías municipales o, si las había, no admitían a mi hijo por estar trabajando mi marido y tener un sueldo –según ellos- suficiente para pagar una guardería privada; en aquel entonces, había pocas y las que había tenían ocupadas todas las plazas, además de no admitir a niños recién nacidos.
Realmente, lo que quiere la sociedad es dejar a la mujer en su casa, cuidando de su familia para que el hombre trabaje, sea productivo y revierta a la sociedad -¡con creces!- La inversión-formación que le ha procurado: Y digo con creces porque muchos padres no tienen tampoco tiempo de estar con su familia, si quieren traer a casa el dinero suficiente para el sustento diario.
Así es que la conciencia de rebeldía que había presidido mi infancia frente a la imposición de la autoridad paterna, se vio agudizada y desviada hacia la autoridad del Estado, que no apoyaba a las mujeres que querían ser trabajadoras y económicamente independientes. ¡No había derecho! ¡Me habían engañado!. ¡Había sido una ingenua!.
Si esto me estaba ocurriendo a mí, ¿qué no le ocurriría a otro tipo de mujeres en estratos socioeconómicos más bajos que el mío? No me atrevía ni a pensarlo, solo sabía que tenía que salir de aquella situación.
Tomé una decisión, la mejor decisión de toda mi vida ¡Tendría que prepararme unas oposiciones para funcionaria!. Era lo que estaba a mi alcance. No tenía que desplazarme, lo haría por mi cuenta y no tendría que salir de casa.
¡Encontrar trabajo sería mi salvación!. Estaba dispuesta a lo que fuese.
Me contrataron en una Universidad. Estábamos contentos, muy contentos. ¡Había cumplido mi sueño!. Todo sería más fácil. Eso creía yo: mi chico trabajaba a 3 horas de distancia de donde habíamos acabado viviendo por razones laborales y yo, estaba sola con mi niño en una ciudad a 600 km de cualquier ayuda familiar.
A partir de ese momento, fui consciente de la abrumadora tarea que supone trabajar fuera de casa y criar a tu hijo, sola, ¡tremendamente sola! y sin tu madre al lado para echarte una mano.
¡Cuánto eché en falta a mi madre!
¡Cuanto la quise!
¡Cuántas veces la llamé silenciosamente!.
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Hola @orgaescola!!
Es un gusto leerte siempre. Como dice un gran sabio por ahí "sin querer queriendo me estoy topando con tu serie". Te soy sincero y es la primera serie que leo más de dos post. Me gusta como plantea los retos que tuviste que afrontar, no solo limitándote a contar los que se producían por causa externas a ti, sino las dificultades que tú también te generaba por tal vez falta de experiencia y orgullo. Eso me dice que esas experiencias generaron un fuerte sentido de humildad en ti.
Saludos!!
Gracias, me alegro que un hombre lea las vicisitudes de una mujer y sospecho que tú sensibilidad es grande. Lo afirmó por el sólo hecho de perder tu tiempo leyendo mis historias. Cualquier hombre no lo haría.
Muy buen trabajo, te felicito, saludos...
Fuiste muy fuerte te felicito por eso. Mi esposo me ayudó en lo que pudo mientras mi nena estuvo pequeñita pero luego tuvo que volver al trabajo y allí si que estaba yo luchando al pie del cañón. También quise ser la que lo hacía todo, soy una especie de ambulancia no suelo pedir mucha ayuda, al contrario voy ayudando a los demás y me olvido de mí. Pero tuve la suerte de que mi esposo trabajaba cerca y cuando llegó el momento de incorporarme al trabajo el cambió de turno para cuidar a nuestra hija mientras yo trabajaba, y cuando llegaba de laborar nos veíamos un momentito, un saludo rápido, y entonces él se iba y quedaba yo con nuestra niña.
Que bien, haber tenido a tu chico compartiendo contigo el caos.
wow..............ahora entiendo porque nos han juntado.........tengo suerte de poder conocerte Compi....leerte es como escuchar una voz silenciada.....se me hace un alivio que tu lo digas....voy al siguiente.