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Reconocía que no era una persona fácil, su forma de ser y su filosofía de vida no eran del todo digeribles para la mayoría; pero también estaba consciente que no necesitaba justificación ante quienes la conocían realmente, ese pequeño circulo la aceptaba y quería tal cual era “perfectamente imperfecta”, unas veces luz, otras oscuridad, un alma libre y soñadora, fácil de dañar pero con la fortaleza para levantarse y seguir. Sin embargo, se daba cuenta que aquello que le estaba sucediendo era mucho más fuerte que ella y su voluntad: observaba rostros que sabia conocidos sin ubicar sus nombres o de dónde los conocía, se desubicaba y hallaba perdida en lugares tan suyos, tan familiares, se le hacía tan cuesta arriba organizar sus memorias; lentamente se iba hundiendo en un mar de confusiones, sombras y olvidos…
Fotografiaba, escribía y recolectaba sin dar explicaciones (como era su costumbre) de lo que hacía, porque, ni para qué; estaba segura que llegado el momento lo descubrirían por si solos; preparaba su legado para sus seres amados, los más cercanos, era su manera de agradecerles la compañía, comprensión y silencios cómplices; su modo de hacerles saber que siempre, de una u otra forma, los tendría presentes, los llevaría con ella; aún cuando su memoria decidiera hacerle la última jugada...
Cada noche se daba a la tarea de revisar uno a uno esos tesoros, su vida en fragmentos como piezas de un gran rompecabezas, su “colección de recuerdos”, como le gustaba a ella llamarle; la que daría finalmente respuestas a las preguntas que siempre quisieron hacerle y que siempre evadió; recuerdos que deseaba guardar uno a uno en su memoria, en su inconsciente, como tallados en roca sólida, de tal manera que no pudieran borrarse nunca por completo.