Después de mi último post acerca de este tema, me puse a pensar en las cosas que pude observar durante mi paseo del lunes, y me di cuenta de que muchas cosas que vi o que pasaron por mi mente en esos momentos, las omití debido a que no deseaba extenderme demasiado. Por eso, les traigo otras cosas insólitas que observé y pensé durante esa caminata.
Una de las cosas que mas me impresionan, no sólo en esta ocasión, sino todas las veces que salgo de paseo a los centros comerciales, es el desinterés de un cada vez mayor número de padres por la seguridad de sus hijos. ¿Por qué lo digo? Generalmente cuando los niños son pequeños suelen ser inquietos, corren, saltan, se ríen, viven ajenos a los posibles conflictos que hay a su alrededor (algo que realmente extraño de la niñez); pero esto conlleva una gran responsabilidad por parte de sus padres y/o responsables, y, además, un gran esfuerzo, eso no se puede negar.
Pero últimamente no me puedo dejar de preocupar por esos niños que veo caminando prácticamente solos por el centro comercial, los observo durante largo rato y miro alrededor preguntándome quienes son los padres… Lo que me frustra más es que a veces los padres van a varios metros de distancia por delante del niño y ni se inmutan al tenerlo tan lejos fuera de su vista. Y no es hasta que el niño se cae, o hace mucho ruido cuando el padre o la madre se voltean, lo buscan (o lo esperan) y luego siguen su camino, y al poco rato, el pequeño se vuelve a distanciar. ¡QUE LE PASA A ESAS PERSONAS!
Yo estoy consciente de que cuidar un niño no es sencillo y cansa bastante, a mi hermana menor le llevo 7 años y cuando salía corriendo de esa manera yo la perseguía y mis padres no dejaban de estar pendientes y trataban de sostenerla el mayor tiempo posible, pero, sobre todo, jamás la dejaban atrás, no la perdían de vista. Cuando estas situaciones me ocurren, paso un largo rato observando y siguiendo a esos niños hasta que veo que sus padres por fin se acercan a ellos. Sinceramente, me da muchísimo miedo la idea de que alguno de ellos pueda ser secuestrado tan fácilmente. Por suerte, también he visto el caso contrario en otras familias, padres que no dejan de vigilar a sus hijos, que juegan con ellos o los cargan sobre los hombros…
Yo siempre he creído que para hacer a un niño feliz no hace falta demasiado dinero (bueno, en Venezuela eso es cuestionable ya que se necesita mucho dinero sólo para comer, pero ese no es el punto) para hacer a un niño realmente feliz. Que tenga a su familia, comida en la mesa, una cama, educación, y tiempo de diversión con sus seres queridos, es suficiente.
Y ahora que menciono el tema de las familias, hubo otra cosa que llamó mi atención. Si hay algo que toda la vida he disfrutado, es una tranquila salida al cine, ya sea con mi familia, mi pareja o mis amigos (o mejor todavía, una combinación de todas estas personas) para ver algunas de las películas que mas hemos esperado. Lamentablemente, la crisis del país ha reducido considerablemente el valor del salario y, por lo tanto, nuestras idas a disfrutar inocentemente de una buena película. Sin embargo, hay quiénes de vez en cuando hacemos un pequeño esfuerzo unas pocas veces al año para poder disfrutar de películas muy específicas y esperadas y nos esforzamos por hacer que esta salida cueste lo menos posible.
Esto se logra generalmente comprando las entradas para días específicos (en mi ciudad los descuentos se dan los lunes a mitad de precio, y el jueves a 25% de descuento) o evitando comprar comida y bebida. Como era lunes, observé una gran cantidad de personas comprando entradas y saliendo de ver una película, comentando y riendo lo que acababan de ver. Lo que me parece insólito es cómo disminuye con el paso de los meses la cantidad de clientes que tiene el cine conforme la crisis aumenta. Es decir, sé que es algo completamente predecible, pero me da mucha pena y tristeza que una diversión tan simple y familiar se ha convertido en uno de los mayores lujos del venezolano. Es ahí cuando me arrepiento de todas las ocasiones en que me dio fastidio ir al cine con mi familia cada mes hace unos cuantos años, y pienso en las pocas ocasiones que me quedan para hacerlo… Realmente la familia es un tesoro; por suerte, me di cuenta hace ya un tiempo, y trato de aprovecharla al máximo porque la vida y la presencia de quienes amamos es efímera pero nuestros recuerdos con ellos duran para siempre.
Toda la nostalgia que me invade al pensar en lo corto que a veces es el tiempo que pasamos con las personas que amamos me hizo pensar en una cosa, eso, y ver la gran cantidad de tiendas cerradas en el centro comercial en el que mas camino. Hace mucho tiempo, todas esas tiendas bullían de artículos para todos, accesibles en general, y la gente hacía vida en esos sitios, que ahora están cerrados o a punto de cerrar (vi a una tienda haciendo grandes descuentos, por lo que asumo que está terminando de vender todo para cerrar, y se formó una gran fila afuera de esta tienda para adquirir todo lo que pudieran, de pana, el venezolano es adicto a hacer colas) dejando sin trabajo a muchas personas a las que, de todos modos, el sueldo no les alcanzaba para las cosas más básicas.
Pensar en esas personas me hace recordar a todos aquellos amigos que ahí trabajaban hasta hace poco, tratando de tener un pequeño ingreso, ayudando a sus familias con lo que puedan, tratando de sacar su vida adelante a pesar de ya no poder pagar la universidad, etc. Recuerdo cuando iba a visitarlos, a conversar un poco con ellos y preguntarles como les iba, y ellos, aunque no la pasaban muy bien, siempre se mostraban positivos, o al menos sarcásticos y lograban sacar chistes de su situación (típico del venezolano).
Algunos de ellos se fueron hace poco y otros lo harán pronto, a hacer vida en otro país, a trabajar duro para poder continuar con sus estudios; básicamente, a tratar de conseguir una vida realmente digna. Y aunque estoy realmente feliz por aquellos que lograron salir de esta catástrofe para buscar una vida mejor, me llena de nostalgia pensar: ¿cuándo volveré a verlos?, o peor ¿algún día volveré a verlos?
Son personas con las que compartí clases, chistes, alegrías, estrés y trabajos. Son personas a las que realmente llegué a querer muchísimo porque me hicieron sentir que por fin tenía amigos de verdad y ahora, no están. Primero se fueron de la universidad, para luego trabajar e irse del país. Aún converso con ellos, sé que están bien, y compartimos chistes por las redes sociales; pero extraño esas risas entre clases, esos cuentos que nos echábamos, sentarnos en el piso y compartir. Veo las fotos que nos tomamos y pienso en cuanto los quiero, y en cuanto odio que, por la crisis, no sepa si los volveré a ver.
Sólo espero que donde sea que estén encuentren no sólo un trabajo o una universidad, sino que encuentren la felicidad y la plenitud que aquí en Venezuela jamás podrían conseguir. Y deseo con todo mi corazón cada vez que camino y los recuerdo, que ese último “adiós” que nos dimos, realmente no sea más que un “hasta luego”.
Pronto volveré con más anécdotas y pensamientos de las cosas insólitas (y generalmente nostálgicas) que veo durante las caminatas en mi ciudad.
No importa que tan lejos estén... Siempre buscaré sus sonrisas en la curva de la luna y su trato cálido en los días soleados.
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