El Dr. Amberais estaba a punto de salir al escenario. Todos le habían visto, momentos antes, tomando café en la entrada del hotel con los organizadores del encuentro y charlando con unos amigos. Todos esperaban su intervención como broche final del acto, y nadie, absolutamente nadie, había decidido abandonar el recinto por cansancio, pues la anhelada conferencia estaba a punto de tener lugar.
Las puertas de la sala de conferencias se habían abierto de nuevo, el Dr. Amberais había preparado su presentación, su ordenador, su micrófono…Los técnicos de sonido y el cámara de televisión habían hecho todas las comprobaciones oportunas. El público comenzaba a llenar el auditorio. Y fue entonces cuando ocurrió: el Dr. Amberais abandonó la sala, tras susurrar un breve “Necesito ir al servicio” a la presentadora, y no regresó.
Transcurridos unos largos minutos de infructuosa espera, los organizadores se reunieron y decidieron comunicar lo ocurrido a la directora del hotel. Poco más tarde se suspendieron oficialmente la conferencia y los actos de clausura de las jornadas.
El comisario de policía adelantó el protocolo habitual en casos de desapariciones, dadas las especiales circunstancias y el renombre del desaparecido, y dio las órdenes oportunas a la patrulla que le acompañaba. Las primeras dependencias que registraron fueron, a instancias de la presentadora de la conferencia, los servicios más cercanos. No encontraron nada. Después, los agentes se desplegaron por todo el hotel, barriendo palmo a palmo todas y cada una de las plantas, desde el garaje hasta la terraza superior. Buscaron huellas, casquillos de bala, restos de pólvora, sangre…, interrogaron al personal de recepción, a todos los clientes del hotel, a los asistentes a las jornadas, a los organizadores… Nada. El Dr. Amberais había desaparecido sin dejar el más mínimo indicio de su paradero. Su maleta estaba en la habitación, y su coche, en el garaje del hotel. Varias personas –una camarera, un recepcionista y dos señoras jubiladas que conversaban en el vestíbulo– le habían visto salir apresuradamente de la sala de conferencias y dirigirse hacia la zona de los ascensores, pero ahí se perdía el rastro. Junto a los ascensores se encontraban los servicios de la planta baja, por lo que estos testimonios coincidían con su afirmación al abandonar la sala, y no parecían ser en absoluto esclarecedores ni servir como inicio de la investigación.
Aunque no era el procedimiento habitual, a petición de sus familiares, una vez informados de los hechos, se confirmó en la comisaría central la desaparición y se hizo pública la descripción: “Hombre de entre cuarenta y cinco y cincuenta años, estatura y complexión medianas, pelo rizado y cano, con traje oscuro y camisa azul; podría tratarse de un secuestro…” Más tarde, la agitada voz de una llamada anónima afirmó haber visto a un hombre forzado por otros dos y obligado a entrar en un coche con cristales tintados, pero resultó ser una falsa alarma: se trataba de un hombre borracho y de sus amigos.
Llegó la medianoche y el Dr. Amberais seguía desaparecido.