V (3)
Una buena fe misteriosa e inesperada tocó a la puerta en el momento más indicado. Jofiel, un hombre nauseabundo que se dedicaba a observar a su hijo Adolfo y verificar que no se descarrilara demasiado del ser una persona de bien, vio el rostro auténticamente angustiado de su hijo y sintió por primera vez en mucho tiempo lo más parecido a la compasión, se ofreció a la crianza económica de la criatura soportado por los ahorros de su vida, tanto trabajar para tener dinero de viejo solo le enseñó que la plata no vale un carrizo cuando eres estás viejo, desgastado, y las ganas y motivaciones reales para vivir escasean por donde se mire. En parte lo hizo para que su hijo se pudiese comprometer con su vida singular, tal cual lo tenía planeado, pero le hizo una advertencia, firme y contundente.
-Vuelves a tener otro muchacho por no aguantarte las ganas de sacarla y que te joda la vida y yo mismo voy a rebanarte el pene con un machete.
Pero la verdadera razón fue que la expectativa de un descendiente directo le renovaría esa energía vigorosa que tuvo en su temprana juventud, su espíritu pedía a gritos una razón por la cual no quitarse la vida y ser un miserable. Jofiel cumplió su palabra a cabalidad, disfrutó la juventud fascinante de su nieto y volvió a amar con la deliciosa sensación de ser amado por alguien joven que no pone condiciones al querer, se formó un auténtico vínculo filial que ni la muerte pudo romper.
Adolfo no quería a su hijo, nunca lo dijo, pero lo denotaba con sus acciones, lo pensaba en lo más profundo de su ser avergonzando de su esterilidad para el amor paternal creyendo que nadie se daría cuenta, pero la realidad es que no le hacía falta siquiera abrir la boca para que todo el mundo dedujera que el negocio de ser padre o de amar a otra persona no iba para él.
Jofiel, que conoció a María a solo dos semanas antes de parir, tardó 10 minutos de interacción con ella en percatarse de que su mente es árida y vacía como un desierto, aunque sin llegar a rayar en la estupidez y sin sentir que los ojos de María transmitieran el vacío mental que delataba que llegó tarde a la repartición de inteligencia. Jofiel, que pudo presagiar el mal rumbo al que se iba a encaminar ese muchachito que venía en camino si solo se encargaba de él una madre así, tuvo una participación decisiva y determinante en su crecimiento, ya que se encargó de vestirlo con las mejores ropas y de que tuviese una formación académica decente, aunque era bien querido por su nieto, no tuvo mucha convivencia con él, solo se ocupó de enseñarle las normas de respeto indispensables para no tener malos ratos con la gente en la calle, de darle consejos y orientarlo cuando ya llegaban los signos de hombría al cuerpo del niño. Dado a su intachable influencia en la buena calidad de vida del muchacho, era el único ser humano que podía tomar decisiones inflexivas e irrevocables por encima de la madre, y usualmente esta cedía a sus imposiciones tranquila de que era por su bien.