El tema seguía siendo el mismo: la muerte. Sin embargo, desde esa mañana, nunca le tuvo más miedo. A decir verdad, ni él mismo sabía con precisión si el hecho de pesar un alma dentro del mundo físico, recubierta por un saco de huesos desgastados debido al arsénico en los exquisitos cigarrillos interdiarios producidos en dictadura, contaba como estar ‘vivo.’
Quizá ese era el privilegio, lo que lo distinguía de un cadáver en pena, ser palpable en una ciudad donde ya la mayoría de sus nativos eran invisibles, bien fuera porque habían huido a una diferente donde pudieran fumar tranquilos y sin culpa, o porque se habían convertido en otra desgarradora cifra del listado de la morgue de Bello Monte.
El caso es que allí estaban, todos reunidos en el asiento trasero del vehículo. Compartían a la fuerza la más incómoda alborada, una que duró poco menos que el último tabaco incinerado por los pulmones del piloto de los secuestradores, pero suficiente para saciar también otros malos hábitos no tan populares de la dupla de quinceañeros desadaptados armados apuntando hacia él y su madre.
Es que siempre había leído en las cajetillas del particular enrollado de nicotina para llevar, sin importar si el fabricante era local o extranjero, o si eran mentolados o light, que era algo nocivo para la salud. Aún así, los patéticos dirigentes del fracaso anunciado bautizado como Socialismo del Siglo XXI, todavía a cargo del país, creían firmemente que invertir en educación era innecesario con semejante enunciado sapiente en las envolturas de la susodicha droga legalizada.
¿Acaso nadie iba a advertirle a esa sociedad que hasta unos cigarros importados podrían ser el motor de un rapto en tiempos de crisis?
Igual se lo llevaron todo, incluidos sus cigarros americanos. Quiero decir, todo menos su devaluada existencia. Solo les pidieron bajar del automóvil cuyo crédito aún no terminaban de pagar. La madre muy calmada hizo un último intento de pedir que le dejaran al menos el costoso paquete, aun cuando detestara tanto ver a su primogénito humear, pero la oferta de un tiro a cambio la dejó inmersa en una profunda y silente meditación.
Quedaron desolados en medio de una autopista tan calmada y despejada que por momentos parecía un desierto de pavimento, o el mismo inagotable cementerio del Este; enseguida se abrazaron. No dijeron nada...
Estaba de más desearle a aquellas pobres criaturas escurridizas un intenso cáncer. Se les ocurrió denunciar, pero recordaron que ya no tenían dinero ni para sobornar: la autocracia reiría de ellos, como lo hacía ya a diario en ese entonces; no obstante, ambos se rieron de la muerte.
¿Es ser muy honestos sinónimo de poca inteligencia? Como nuevamente les sobraba el tiempo, y el miedo ya estaba a kilómetros de distancia, él solo deseaba otro cigarrito, y ella hacer su respectiva catarsis de redes sociales sorbiendo café.
Estoy intrigada. Conforme leía el relato, llegué a pensar que las personas secuestradas eran gente rica que apoyaba a la dictadura, pero después, ya a lo último, como que no era así.
¡Excelente relato!
El cuento está lleno de ironías. Me encanta que hayas llegado a interpretar que eran personas adineradas que apoyaban a la dictadura, tal vez por el alto costo de los cigarros en el mundo y lo irracional de que haya gente que pueda fumar en una dictadura al mismo tiempo. Para tu tranquilidad (y la mía) no era así. Sin embargo, los cigarros podían representar cualquier cosa muy preciada para el que lea.
¡Muchas gracias @vickaboleyn!
Al contrario, gracias a ti por tan intrigante historia.
I am Groot! :D
muy bueno, unos aires a Poe a veces
Muy halagador, a decir verdad @ciruelosmf. ¿Me creerías si te digo que es la primera vez que escribo en este estilo? ¡Muchas gracias por leerlo y comentar!