El día a día es una constante decadencia, desde el momento en el que sale el sol las horas aguardan impacientes a que caiga la noche como espero yo que caigan los mangos que he plantado en el jardín. Cuando los haya engullido por completo añoraré su dulzor y sus ramas se sentirán vacías, rígidas, y yo amargo e incompleto; luego sólo seguiré con mi vida a la espera de que vuelva a dar sus frutos y así poder deleitarme nuevamente.
A veces momentos así son sumamente necesarios para purificar el alma, para recapacitar sobre lo que se ha dicho, reflexionar lo cometido, y cuando en medio del despropósito ya ni la tristeza ni la impaciencia exaspera, uno continúa adelante y sin percatarse las frutas han vuelto a florecer.
Gracias al cielo que estamos en temporada.
Un saludo, Celso. :)