Hubo un largo silencio. No se escuchaba ni una mosca volar. Se podía sentir el terror que cada vez se intensificaba en la tienda. A penas quedábamos unas cuantas personas vivas. ¿Quién se le iba a imaginar? Entrar al lugar tan sólo para adquirir algún producto y terminar secuestrado por un psicópata que tuvo el atrevimiento de asesinar a su propio compañero. Me rehúso a pensar que realmente eran amigos. Quizá pertenecían a una misma pandilla, en el que un día decidieron robar una tienda. Cada quien por su parte, pero con el mismo fin. Nadie es amigo de nadie. Pero que quizá el simple robo se les salió de control al haberse aliado con un maniático que optó por cobrarse unas cuantas vidas a su gusto y mantener a un grupo selecto como rehenes.
Aquél hombre comenzó a caminar lentamente por la tienda. Observaba en el suelo los cuerpos inertes y caminaba con cuidado de no pisar los charcos de sangre. Alzó la mirada y puede detallar sus rasgos. Me sentí enferma al pensar que, después de todo, no era mal parecido. «Qué lástima, pensé, la psicopatía no mide a quién». Deseché mis pensamientos tan rápido como aparecieron, no iba a darle el gusto a ese loco de siquiera considerar su aspecto.
Tenía miedo de verle. Estaba aterrorizada, todavía abrazando mis piernas. Por cada movimiento que él hacía sentía que iba a temblar. Y quería llorar, pero el pánico era de tal grado que nada me salía. En cambio, habían personas a mi alrededor que si lo hacían y que, al igual que yo, estaba temblorosa. Aunque temía de fijar mi mirada en él, no perdía todo lo que realizaba por el rabillo del ojo. Debía mantenerme espectante.
Siguió caminando de un lado al otro, estudiándonos meticulosamente. Me puso todavía más nerviosa, porque parecía como si estuviese detallándonos para sus planes siniestros. De un momento a otro, soltó una carcajada estruendosa. Quizá no lo era tanto, pero con tanto silencio un simple ruido ya se hacía insoportable. Aquella risa me sobresaltó y no paró hasta unos minutos después. Me hubiese gustado saber qué tanto le daba risa. Puede ir sintiera placer al vernos de esa manera. Hedonismo enfermizo.
—¿Quieren saber por qué todavía no los he matado? —soltó de repente, captando nuestra total atención.
Es pregunta no me había generado ninguna calma; sólo me hizo sentir que debía perder toda esperanza de vida. Comenzó a señalar a cada uno de nosotros a la par que confesaba que cada quien tenía algo, un rasgo, una característica que no era motivo de nuestra muerte inmediata.
—Por ejemplo, tú —señaló a una mujer que se sentaba detrás de la caja registradora y lloraba en silencio. A pesar de que en ese momento sólo veía su espalda, la reconocí como de las primeras mujeres que había despojado de sus pertenencias—. De tí... me gustaron tus películas —mencionó encogiéndose levemente de hombros.
Aquella razón fue muy vaga, pero le había permitido vivir. Cualquier cosa era posible. Asumí que esa mujer era alguna actriz de aquel país que no podía reconocer por no ser oriunda. Entonces, supuse que no era tan enfermo. Creí que sus razones podían tener un transfondo mucho más oscuro y macabro... no estaba tan equivocada. Resulta que ella fue la única con una razón simple y tonta. Los demás... fue diciendo lo que le había llamado la atención de cada quién y pude demostrar que su normalidad no existía.
—Tú... Hmmm, tú y yo tenemos algo pendiente.
Observó a una muchacha joven que cargaba un vestido floreado. Su mirada me hizo estremecer de miedo... y no era conmigo. Se podía notar las malas intenciones y mucho más en el momento que humedeció sus labios. La tomó de la muñeca a la fuerza y se la llevó hasta uno de los pasillos, donde nadie los pudiese ver. O al menos donde yo no podía ver. Comencé a escuchar gritos femeninos que fueron ahogados, evidentemente por una mano sobre su boca. Cerré los ojos y traté en pensar cosas bobas, arcoiris, dibujos animados, flores, colores; pero nada me hacía olvidar el hecho que aquella muchacha estaba siendo violada con todos nosotros como "testigos".
Un largo rato después el enfermo salió del pasillo, sin la chica. Pensé en dos cosas: la había dejado tirada y traumada, o estaba muerta. Yo optaba por lo segundo. Se quedó de pie, sacudiendo sus manos y observándonos nuevamente como si nada hubiese ocurrido y continuó con la información que estaba dando, como si no hubiese pasado nada. Tras decir sus razones de otras dos personas me señaló y mantuvo su vista en mi por unos segundos. Mi corazón se aceleró de tal modo que no me dejaba respirar..
—Tú, por ejemplo... —caminó lentamente hacia mi y se agachó para quedar a mi altura—. Tú me harás ganar mucho dinero.
—¿C-cómo? —mi voz salía entrecortada. Ni siquiera supe de dónde había sacado el valor de responder.
—Vender —dijo con simpleza.
—¿Vender?
—Sí, a un hombre, a otro hombre y a otro —a medida que iba diciendo aquello, los fue enumerando con los dedos—. Me harás rico —pellizcó mi mejilla y me guiñó el ojo antes de levantarse y seguir en lo que estaba.
A partir de allí, continuó hablando con todos, pero ya yo no podía pensar con claridad ni prestar atención a nada. Sentí náuseas. Pensaba que iba a vomitar, quería vomitar. Pero no me salía. Ni las lágrimas me salían. Como si las puertas estuviesen cerradas, y el líquido estuviese golpeteando tratando de salir, pero las cerraduras son más fuertes. En ese momento supe que ya estaba perdida y que no tenía marcha atrás. No creía tener oportunidad de nada. Ya no veía mi futuro. Si no me iba a matar de verdad, al menos había logrado matar mi esperanza.
Saludos Gis. Buena lectura se siente las emociones del momento a flor de piel.
¡Muchas gracias! Me alegra que si se sienta el suspenso de la situación.
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