Un día mientras caminaba con un amigo por las calles de mi barrio, mirando el horizonte crepuscular que mi hermosa ciudad musical, rodeado de pájaros que anunciaban un muy fresco y tranquilo atardecer en los lares de aquel lugar, vimos pasar un vehículo de carga pesada que sin destino aparente iba en oposición al sol en una avenida solitaria y silenciosa.
. De repente, oímos los sonidos increpantes de neumáticos que se deslizaban con gran estruendo en aquel pavimento desolado. Al oír esto exclamé sorprendido e inquietante, “te apuesto a que hay un muerto” – no lo creo – respondió mi amigo.
Y apostando un helado fuimos presurosos hasta el lugar donde aquel expectante incidente podría haber acabado con una vida. Al llegar, vimos el vehículo encima de una acera, con un árbol derribado atravesado en la vía y sangre derramada en ese pedazo de asfalto.
“Viste que si hubo un muerto” exclamé… al acercarnos, sentí como se desgarraba mi corazón al confirmar que ciertamente había un cadáver, era el hermano de mi amigo con quien aquella tarde gané mi apuesta.
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