Ahí está él, aquel hombre honrado, luchador, trabajador, de corazón amable y de voluntad firme, dador por excelencia. Hombre de su casa, padre de sus hijos, amante de su esposa y amigo de sus seres queridos. Muchos quisieran ser como él, mantener la entereza de corazón cuando la adversidad les rodea, no todos pueden, pero él sí.
Ahí estaba él, hace más de diez años despidiéndose de su esposa para llevar a sus hijos al colegio e irse a trabajar a aquella empresa la cual, hasta hace pocos meses, nunca pensó en dejar atrás. Pero es que la seguridad e integridad física son más importantes que la comodidad económica, sobretodo cuando sabes que lo puedes hacer mejor y sin arriesgar la vida que te fue regalada para disfrutar de aquellos a quien amas.
Ahí estaba él, pocas semanas después, caminando fuera de la oficina de su superior con una copia de la carta de renuncia firmada y sellada. Ya es hora de decir adiós. No entiende el porqué, pero las lágrimas se deslizan por sus mejillas al recorrer por última vez aquel recinto. Más de quince años, y ni uno solo de ellos fue desperdiciado, amistades que durarían para toda una vida y recuerdos para calentar el alma. Si bien no es de los que lloran, la ocasión lo merece. Hora de decir adiós.
Y ahí estaban ellos, sus compañeros, para despedirse de él. No se explica cómo pues nadie lo sabía, solo su esposa. Le abrazaron y masacraron con el típico saludo masculino de palmadas en la espalda, más de las que pudiera contar pues fueron muchas las vidas que llegó a impactar.
Se dirigió a aquel lugar, semanas después, para cobrar el cheque. No era lo que esperaba, fueron quince años, no cinco. Pero bueno, a cada quien con lo que su consciencia le dicte. Igual seguía siendo suficiente para lo que tenía en mente.
Y entonces, un año más tarde, con la ayuda de sus hijos mayores y el apoyo de su esposa, ahí estaba él inaugurando su nueva oficina. Propia. Sin créditos ni nada que le atase u obligara a ver constantemente sobre su hombro. Qué bien se sentía ser libre.
Durante años fue una luz en medio de tanta oscuridad, no había nada que le llenara más el alma que el ser capaz de dar, a sus hijos, a su esposa, a su familia. Tener era una bendición, y el poder dar era una aún más grande.
Sin embargo, aquí le ves hoy. Su cabello se ha plagado aún más de blanco, la piel alrededor de sus ojos se ha agrietado y su peso ha disminuido. Sigue sonriendo con facilidad, al llegar a casa las cargas se aminoran pues el amor que hay en su hogar es suficiente para ahuyentar todos sus demonios. Es lo único constante, es lo único que permanece para siempre, el amor. La familia.
Y allí les ves hoy, no queriendo recordar pues a veces duele más de lo que se puede imaginar el ver lo que ya no se puede tener. Su esposa le consuela por las noches diciendole que todo estará bien, que saldrán de esta, que no es su culpa. Que ha hecho un buen trabajo pues nunca les ha faltado abrigo en sus hombros, calzado en sus pies ni alimento en la mesa. Lo ha hecho bien, no es su culpa, saldrán de esta.
Las llamadas a casa durante las horas en las que está en la oficina se han hecho muy frecuentes, porque él necesita que ella le levante el ánimo cuando ya está bien avanzado el día y no ha podido trabajar. Cuando solía llegar bien entrada la noche a casa, ahora es común verle temprano, horas antes del atardecer, sentado en el patio jugando con su hijo menor y el perro de la familia. No hay nada mejor para levantar el espíritu que el amor incondicional de un niño.
La mesa durante la cena sigue estando llena, pero no con lo que antes solían llenarla. Ha cambiado, todos se han tenido que adaptar y nadie se queja, pues es una bendición. Lo que daban por sentado, ya no lo es más, lo necesario llegó a ser un privilegio y lo cotidiano pasó a ser un lujo que muchas veces no pueden costear.
Ahí está él, sigue siendo aquel hombre honrado, luchador, trabajador, de corazón amable y de voluntad firme, dador por excelencia. Considerando lo que hace años era impensable, un segundo empleo por las noches durante los fines de semana, en el restaurante de su hermano, "le conviene tener a alguien de confianza, a su hermanito ¿verdad?", su risa nerviosa hace notar el miedo al fracaso.
Pero él no se ha ido, no ha desertado, no se ha quedado en el suelo. Se ha estremecido al escuchar sobre sus amigos que se han quitado la vida, o han abandonado sus hogares, algunos de ellos incluso prefiriendo el irse a la indigencia porque no soportaban el no ser capaces de proveer, no soportaban el sentirse inútiles y desvalidos. Pero él nunca lo ha considerado, su amor late más fuerte que el rugido de la guerra a su alrededor.
Si siete veces cae el justo, siete veces se levantará. Esa lección él la aprendió y se encargó de mantenerla en su corazón.
Ahí está él, aquel hombre que permanece intacto en su interior, honrado, luchador, trabajador, de corazón amable y de voluntad firme, dador por excelencia. Aquel hombre que no se rinde, que pelea aunque la vida intente golpearle y dejarle en el suelo. Hombre de su casa, padre de sus hijos, amante de su esposa y amigo de sus seres queridos. Muchos quisieran ser como él, mantener la entereza de corazón cuando la adversidad les rodea, no todos pueden, pero él sí.
Te aplaudo, hombre valiente, porque sigues luchando, porque sigues creyendo. Tú no tienes la culpa, lo estás haciendo bien, saldrás de esta y todo será mejor que antes. Ten fe.
Que el fuego en tu corazón nunca se apague, que la llama del amor arda siempre en ti, y que tus ojos nunca pierdan de vista el norte ni tampoco dejen ir la calidez que en ellos todos encuentran. Que aunque el amor de muchos se enfríe, como señal del fin de los tiempos, que el tuyo permanezca y se fortalezca.
Tú no tienes la culpa, lo estás haciendo bien, saldrás de esta y todo será mejor que antes. Ten fe.
Gracias por luchar, gracias por amar, gracias por siempre demostrar bondad. Que todos sean como tú, y que vengan tiempos mejores.