LA DULIVANTE CÁPARUS EN GOLFO NEGRO:

in #spanish7 years ago (edited)

Crónica de una maniobra inesperada

Pueden medir entre una y hasta 50 áreas a la redonda, se rigen por la regla -no resuelta- de Gerés que decía: “A mayor tamaño, menor velocidad en las estructuras de movilidad, no obstante; mayor fuerza, contundencia y perpetuidad en la victoria”.

Las torres de movimiento articulaban la capacidad motora de la estructura de mantos liquen, sobre tablados vivos de bambúes que en simbiosis con los enormes colados de hongos, cultivados sobre láminas de maya electrificada por los impulsos de los procesos sincréticos entre la planta arbórea de bambú, y las urdimbres del liquen crustáceo que desarrollaba una cáscara queratinosas en sus tallos; y una médula bastante flexible, con propiedades de conducción eléctrica en la copa o sombrero de cada unidad particular, de los miles de millones de hongos microscópicos que integraban la red de cada Cáparus.

Dichas alteraciones genéticas ya eran capaces de hacerlas las razas humes desde tiempos inmemoriales para ellos, pues había sido de esa forma que el creador de dicha civilización, el genetista Oméricus había perfilado las nueve tipologías y las tres grandes Galvanies, con el fin de trascender su legado sideral, en la creación de una civilización de especies humes que recogería el sincretismo de una antigua y extinta civilización galáctica.

De modo que para ellos modificar las especies en modo tan dramático y extremo, no era objeto de asombro o sin razón, los seres humes lo hacían sin el mínimo conflicto, del mismo modo que se come, o se acostumbra aliviar el cuerpo de una u otra manera entre las distintas especies, los humes controlaban la genética propia y de su entorno.

Las Cáparus eran por tanto, grandes conglomerados de cruces genéticos, alterados caprichosamente para servir un propósito central, que era bélico y luego una serie de objetivos que servían todos al primero; mejor movilidad y adaptación a todo tipo de terreno y condiciones ambientales, todas las áreas de las Cáparus oceánicas poseían su propia atmósfera y sin transpiradores branquiales en las axilas, los soldados no podía enrolar para integrar sus triplaciones.

Las Cáparus tenían amplio rango de navegabilidad, capacidad de planear, lo cual las hacía asombrosas e impensables, puesto que se sabía de Comandes que habían hecho planear Cáparus en el desierto, con una cobertura de unos seiscientos kilómetros a la redonda por más de veinte mil kilómetros de distancia.

Los enormes mantos de líquenes perlados cerraban sus forzadas articulaciones de médula y filtraban el aire de las estepas, hasta aglutinarlo como bolsas de aire caliente que a su vez levantaban cientos de kilómetros de manto en vuelo, creando la ilusión a mucha distancia, de estar viendo elevarse una sábana gigante, o la loca ilusión de montañas vaporizándose.

Las Cáparus más grandes que tenían la habilidad de capturar corrientes de aire caliente, podían elevarse por distancias que a pie tardarían días y hasta núbilis en ser cubiertas. En medida que los genetistas de las topes se empapaban de estos comportamientos, iban mejorando sus métodos y rompiendo con ello la norma de Gerés, porque en medida que las Cáparus mejoraban sus capacidades de maniobra y control sobre las corrientes de aire caliente, los nuevos prototipos de capeas se hacían tan grandes y contundentes, como rápidas y perpetuas.

La norma de Gerés habría gobernado de manera abrupta todo el período político, conocido como Carlista, pero tras la derrota de Cantín en Golfo Negro, había iniciado un renacer social, científico y de desarrollo que en resumidas cuentas había tardado mil eliptos en aparecer.

De momento el agotado imperio de los Bronce se mantendría, pero en el camino, ya cambiarían muchas cosas, principalmente la ingeniería de Cáparus. La norma de Gerés dejó de ser Norma y pasó a ser un principio no resuelto.

“A mayor tamaño, menor velocidad en las estructuras de movilidad, no obstante; mayor fuerza, contundencia y perpetuidad en la victoria”. La única Cáparus en sobrevivir de la última batalla en Golfo Negro había sido la de los Pablosio, un conglomerado de Genies Guiada por la Dinastía Phárestar, el Comander Yohacen Pablosio había conquistado la Colina bárlica del enorme campus.

Se habían cansado de rebasar las Cáparus enemigas y habiendo roto las filas contrarias la tripulación había creído liderar un reposicionamiento, en la formación de batalla, de las carpas Matrahe. Sin embargo al amanecer el sereno Guilli, hermano del comande sonó el cuerno de su torre y saltó corriendo por el manto agitando las manos.

Al otro lado de la colina podía verse lo mismo que al frente del otro extremo, que estaban rodeados de cáparus enemigas, se habían abierto paso, hacía el interior de las filas contrarias, al otro lado de lo que había sido el campo de los Matrahe, ahonda acampaban unas treinta carpas de color amarillo quemado, aplastando los restos del otrora ejército pacificador de la Phárestar.

El Comande Yohance sabía que no quedaba nada que perder, daba lo mismo pelear que rendirse, estaban más jodidos que los que ya habían pasado a mejor vida. Aquel era un remate. Con la salida del brum al montos, comenzaron a escucharse los entorchados de las Cáparus termas, a lo lejos los silbatos de contienda herían la moral de los sorprendidos velacios isleños.

Estaban en mitad de un campo conquistado por unas quinientas cáparus enemigas, deshabitando la Carpa, tardarían unas dos núbilis alcanzando el borde más saliente de la zona afectada por la batalla, por el barlo era sencillamente incalculable, las posibilidades de migrar como labor evasiva no iba a servir de nada.
– Al menos los más despiertos se salvarán, ellos podrán poner a fuera del alcance enemigo a los hilvanes de la expedición. Guilli creía tener un buen plan para evadir al enemigo.
– Eso sería perder los registros para el Gü. Yohance sabía que al menos los termus guardaban los Protocolos de Prais. dejaba que su hermano refutara todas las obviedades y le respondía sin exaltarse, tarde que temprano, también le haría aceptar la realidad a la que él ya había sucumbido.

La maniobra de la madrugada, había tenido la intención de marcar una retirada, y no de proclamar una victoria, dado que conquistar la Colina Barla de Campus era el objetivo de su misión en la batalla, se podía decir que Yohance había concretado su parte, sólo que la orden de maniobrar en ese modo jamás llegó y se ejecutó como la única alternativa para salvar la vida de la tripulación, quedar atrapados.

Sin embargo había algo que aun podía hacerse. Algo que Yohance había deseado hacer toda la vida, porque desde su primera vez en una Cáparus, había notado que con la suficiente cantidad de aire caliente, una Cáparus podía hacer algo que según la norma era imposible. Algo que frente a las actuales circunstancias habría sido bastante apropiado.

El joven Comande de la Phárestar no tenía idea de la importancia que podía llegar a tener su capricho infantil, el fetiche de un feliño ocioso al que le han negado por mucho tiempo sus deseos. Chuso quería probar una locura que podía tener el efecto de una migración sobre el enemigo. Por el momento la migración era la única salida posible para la última Cáparus de los Matrahe en el campo, el enemigo habría de estarse preparando para filtrar la maniobra inevitable de un enemigo caído en desgracia.

En tanto que Yohance ordenó el cierre de todas las amarras, la impresión que ello daría, incluso a su tripulación, era que autorizaría la clásica migración en la que se deshabitaba la Cáparus generando un efecto adverso en los enemigos, pues deben elegir en ese momento, entre filtrar a los inmigrantes, capturar la nave abandonada, o atacarla.
Las migraciones podían torcer el resultado de una batalla, pero en el caso de la Cáparus Dulivante de los Phárestar, era que ni migrando iba equilibrar las fuerzas asimétricas entre ella y una flota de quinientas cáparus termus rodeándole. Las únicas dos cosas que podía ordenar el Comande era la rendición absoluta o una migración que es la indicación de abandonar el artefacto a la voz de un sálvese el que pueda.

Generalmente las migraciones pretendían ofrecer una maniobra distractora para sacar del entorno al Comande y los hilvanes de la tripulación y evitar la captura de toda esa información por parte del enemigo. En tanto que los termus suscribían de primera mano los Protocolos de Prais, en teoría respetarían los secretos de los hilvanes y los entregarían a una potencia neutral sin consultarlos, pero también era obvio que para poderlos procesar y llevar a techo seguro, inevitablemente los auscultarían.

Al haber cortado todas las amarras de los entorchados a suelo, no cabía la posibilidad de comunicación con el enemigo, sin embargo el Comande de mayor grado, dígase el Género de los Termus, quien quiera que fuese, no iba cometer el error de contraatacar una migración, era algo que le restaría elegancia a la victoria que ya le pertenecía. Ni escapando –lo cual era imposible- podría la tripulación de la restante Dulivante invertir el resultado de los hechos. Las Matrahe ya no controlaban sus colonias en Lanfria, Golfo Negro era libre.

Más tarde, sin que la situación acabara de definirse, el Comander Matrahe hizo entorchar las torres de la sota montina y las ráfagas de viento bárlido hicieron hondear los mantos al otro lado de la colina. Los entorchados internos de la Cáparus que punzaban sobre la montaña se liberaron con suavidad y por la tarde Dulivante se había levantado sobre la colina como un aerostato.

A pesar de estarlo viendo con sus propios ojos, el Génaro Babip Tur no lo creyó posible, era lo que parecía que estaba ocurriendo, pero no resultaba posible. De pronto la totalidad de la Cáparus se elevó en el aire produciendo una sobra que abarcaba varios acres a la redonda y comenzó alejarse lentamente.

Los bordones de las Cáparus termus hicieron fuego de manera inútil, nunca en la historia Cáparus alguna había tenido que atacar una nave voladora, el intento había sido ridículo y el prelado militar en el momento cumbre de su carrera, había lamentado el ridículo, la Cáparus ondeante de los ejércitos conquistadores era una fea y notoria burla al más deseado de los triunfos lanfrios sobre sus dominadores Matrahe.

El gigantesco aerostato se elevó a unos pocos kilómetros de alto y suspendido en cálidas corrientes de aire se alejó por lo alto, cayendo una primera vez sobre las aguas al otro lado del enorme manto que formaba la columna de cáparus por ese lado de la costa, antes que los perplejos termus siquiera tuvieran un reflejo por respuesta, la costra de liquen volvió a elevarse y corrió lejos de ellos varios acres más. Así continuaría alejándose por el resto del día mientras las tropas celebraban la victoria aguardando su licencia. A fin de cuentas el grueso del ejército colonial yacía bajo los mantos lanfrios y los pocos sobrevivientes huían hechos miedo.

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