Nada mejor que una dosis de adrenalina para acelerar mi corazón. Eso es lo que siento cuando entro a “La perla negra”. Ese es el nombre del table dance en el que trabajo. Cuerpos lustrosos y bien contorneados se mueven al ritmo de la música que inunda el lugar. La luz, hábilmente dirigida, rebota en las partes más tentadoras de las danzarinas. Después que bailan las chicas del montón, entro yo al escenario. Nada más y nada menos que vestida solamente con una hilera de piedritas brillantes destinadas a cubrir el codiciado botín de los mirones. Una cabellera negra y alborotada enmarca mi rostro. Todo el mundo dice que tengo unos hermosísimos ojos almendrados, y unos labios carnosos sugerentes de pasión. Ésta soy yo, Serena “la teibolera”.
Subo a la barra. De cuclillas, levanto mi mano derecha y tomo el tubo que me sirve de apoyo para erguirme y comenzar la presentación. Las luces aumentan la intensidad, y siguen mis pasos. La música es estruendosa, y el público experimenta una especie de frenesí. Mi erotismo no da cuartel. Con movimientos que podrían ser la envidia del más experimentado contorsionista, bailo mientras me desplazo sobre el gran mesón. Las manos siempre acariciando mi cuerpo o alborotando mi cabellera. De pronto, baja la luz, y la música se va. El destello de las piedritas ahora es el único foco de atracción. Los embebidos observadores suspiran a punto de tener un ataque al corazón. Saben que es el momento esperado. El momento en el que yo bajo de la barra, y camino cerca de ellos. Algunos afortunados, toman mis manos y reciben un ligero apretón. Viven el éxtasis en su máxima expresión. Sin embargo, todos esos lujuriosos suprimen sus impulsos, sus enormes deseos de tocar aquello que no es parte de su posesión. “Lo prohibido” está custodiado, y solo está dispuesto para la ilusión. Ese es el peligroso juego de la incitación que noche tras noche pongo en práctica en un table dance.
Es el espectáculo por el que pagan ricos y pobres. En el público, hay más de un esposo afanado en buscar una fuente de inspiración con la cual estimulan su pensamiento y, más tarde, sus rutinarios y caseros encuentros amorosos. Se ponen de rodillas (si así se los pido), solo para tener la oportunidad de tocarme. Mi acto más cruel se realiza cuando invito a uno de estos excitados machos a ser parte del espectáculo. Tengo mucho cuidado, y selecciono a un primerizo. El afortunado siente mi lengua deslizarse por sus mejillas. Respiro junto a su oreja, y luego la muerdo como parte del erótico juego de la seducción. Con esa mordida, el iluso tipo casi se desmaya.
Al concluir mi jueguito, Los guardianes de las teiboleras tienen que llevar al “mordisqueado” a su mesa, pues ese hombre sería incapaz de encontrar su lugar. Ya está condenado. De ahora en adelante, será un asiduo cliente; será otro títere que vaciará sus bolsillos, y venderá su alma con tal de quemarse en el fuego de la seducción.
Mis queridos steemianos, yo soy Serena Hierro, muchos de ustedes saben de mi existencia. Tal vez, han asistido a “La perla negra”, y me han visto bailar. Pero otros, probablemente, han leído la Presentación que aparece en Steemit (Samantha y Serena: dos mujeres que habitan un solo cuerpo). Si no han leído tal Presentación, les recomiendo esa lectura. Así, entenderán cómo dos mujeres tan diferentes conviven en un mismo cuerpo. Yo soy Serena Hierro, la teibolera bella y sexi. Mientras que Samantha es la literata sabionda.
Lean, lean mi Presentación y conocerán una situación de la vida real que es más común de lo que ustedes piensan.
Ah…por cierto, Samantha también escribió un artículo sobre el trastorno de personalidad múltiple (Confesiones de una steemiana: en mi cuerpo habita otra mujer). Es una “sabelotodo” que quiso explicar a la comunidad de Steemit que ella es una paciente psiquiátrica.
Esperen, esperen mi próxima publicación. Descubriremos lo que ocurre con la piedritas que brillan en la obscuridad mientras bailo en “La perla negra”. ¿Curiosos?
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