Aparcó en la calle Cicerón y se dirigió a pie dos cuadras más; estaba en el borde noreste; de aquí en adelante se encuentra una enorme y antigua muralla de piedra, de aquellos siglos en que Locrian fuera una ciudad mucho más pequeña y amurallada; un antiguo recuerdo poco importante realmente. Entró y sondeó el camino hasta unas escaleras de piedra que bajaban en línea recta por varios metros durante unos cinco minutos; unos cuatro hombres, tres mujeres y dos niños pequeños iban subiendo, Landert estableció contacto visual con ellos, lo tomaron como una ofensa y uno de los hombres soltó un improperio, Landert lo ignoró siguiendo su camino, el hombre soltó otro, y Landert lo ingnoró. Uno de ellos había visto algo referente al tráfico de animales feericos en El Subsuelo. Landert llegó hasta un cuarto con varios ascensores; había unos hombres altos vigilando. Uno de ellos tenía la cara tatuada con la cabeza de un dragón, este detuvo a Landert y dijo:
—Si vas a bajar hasta el subsuelo, ten en cuenta que nadie se hará cargo ni de tus cosas ni de tu integridad física; es otro mundo con sus propias reglas—su voz era grave y hablaba mecánicamente.
—Ya lo sé, hombre—dijo Landert de mala gana. —Qué ofensa que no me recuerdes, Rickard—El hombre tatuado abrió los ojos como platos.
—¡Landert! ¡Vaya que ha pasado tiempo!—Saludó de forma más campechana. Su compañero se exaltó y también dio un saludo.
—No he tenido más oficios aquí abajo desde entonces, una pena—Landert sonrió. —¿Cómo está El Subsuelo?—
—Sucio, pero sigue sin oler a mierda—comentó el otro hombre en tono jocoso. —Los propios comerciantes han llevado a cabo unas normas de higiene bastante decente—el hombre sacó un cigarrillo, ofreció uno a su compañero y comenzaron a fumar. Los ascensores subían y bajaban personas vestidas de formas comunes; o con ropas harapientas; en ocasiones se veía a personas, hombres, mujeres y hasta niños cubiertos con ropas largas y caras.
—¿Y qué andas buscando, Landert?—Preguntó Rickard exhalando humo.
—Algo muy especifico. Deseo saber sobre el tráfico de seres feericos.—Rickard lo miró seriamente.
—Eso es al final de la séptima calle, hacia el callejón; hay jaulas llenas de esos animales; son lo más popular, es lo que están comprando los millonarios de allá arriba.
—Esa información me será muy útil, gracias, Rickard—Landert respondió haciendo ademán de despedirse para subir a uno de los elevadores.
—No hay de qué. Pasa a saludar más seguido—dijo mientras Landert descendía.
El elevador hacia un sonido metálico mientras descendía, era un alivio que no fuera un chirrido o haría al viaje un verdadero descenso al infierno. Estando por fin treinta metros más abajo, un pasillo igual lo condujo hasta a fuera. El Subsuelo se trataba de una pequeña ciudad subterránea libre de las reglas del Estado de Samour. Era al menos la mitad de grande que Delwerd y sus calles y callejones se extendía de maneras extrañas, en algunas partes en zigzags mientras que muchos callejones no tenían salidas entre toda la infestación de tiendas que vendían cualquier cosa imaginable. Los intentos de la policía en esta comunidad eran inútiles. No podían hacer nada contra los negocios si aparentaban vender cosas legales. Landert sondeó hasta la séptima calle donde se encontró con tres mujeres y dos hombres, todos señores de las espinas que lo estaban esperando. Se dirigieron a un restaurante solitario en la mitad de la calle seis, tomaron asiento y comenzaron a hablar.
—¿Tienen algo para mí?—Preguntó Landert. Una de las chicas, Katherine comenzó a hablar:
—Hemos hecho lo que nos has pedido; hemos recolectado toda la información que hemos podido y…—hizo una pequeña pausa y miró hacia la mesa—es cierto que Alex Silva estaba ayudando con el comercio de animales feericos. También a través de nuestros miembros pudimos corroborar que ha venido mucho al Subsuelo en el último año—terminó su exposición en tono calmado y con mucha seriedad.
—¿Y qué les han dicho con respecto al tipo de seres feericos que trafican?—Uno de los hombres, Coddins el cual llevaba un mostacho habló esta vez—están vendiendo linces del rayo, es una criatura de categoría dos; la más cara y la que señores de Delwerd prefieren comprar. El último espécimen fue comprado por una anciana relacionada con el jardín botánico. Las otras criaturas son de categoría uno: búhos de nieve, salamandras de fuego; gusanos enanos de la arena y ratones de fuego—Coddins terminó su exposición. Titubeaba bastante, se notaba que no era del tipo hablador.
—A partir de categoría dos comienzan a haber problemas—comentó Landert. He oído cosas sobre los linces del rayo en libros. Pero alguien podría…—Katherine golpeó la mesa y puso un folleto sobre ella. —Aquí específica sobre ellos—comenzó a exponer Katherine—tienen esta larga crin que les llega hasta la media espalda, y en sus frentes dos antenas que producen una descarga eléctrica superior a la de cinco anguilas comunes, suficiente para matar a una sala llena de personas si se le hace enfadar. Son seres carnívoros pero si se les cría bien, prefieren ser alimentados evitando cazar. Una cría tiene el honroso valor de doscientas monedas de oro. Es muchísimo—Landert la miró pensativo. —De momento no tenemos nada importante—dijo luego de una pausa. La segunda chica, Verónica interrumpió y empezó a hablar aunque su voz era bastante aguda por la joven que era: —también escuchamos que se vendió por quinientas monedas de oro una criatura de categoría tres todavía por identificar—Landert no pudo esconder su asombro.
—¿Hay rumores de lo que podría ser?—Preguntó.
—Algunas personas dicen que podría tratarse de un reaper; otros que es un demonio menor—dijo Collins.
—Incluso dicen que podría ser otra cosa—continuó Katherine.
—Es imposible que puedan administrar algo así aquí—dijo Landert, pensativo. —Las criaturas de categoría tres aún pueden ser conseguidas en los bosques pero no de Locrian, sino mucho más lejos, tal vez en los de la ciudad de Samour, pero entre ellas hay algunas que son del mundo de los Fatas—Landert se levantó de la mesa y pidió que lo siguieran.
—¿Y ahora que vamos a hacer?—Preguntó Katherine.
—Haremos negocios—contestó Landert—tú vendrás conmigo mientras que Coddins y los demás cubren nuestros culos. Tengo el presentimiento de que esta búsqueda habrá revuelto a mucha mierda aquí.
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