Una montaña repleta de techos de zinc y ladrillos naranjas se despliegan en las alturas.
Escaleras y callejones empinados esconden caminos desconocidos para los no residentes. Pero también calla los hechos violentos que ocurren a puertas cerradas.
Parte alta del barrio La Grama, en Mamera (Caracas, Venezuela). Un bebé de apenas un año murió el domingo 25 de febrero. Las quemaduras y golpes en su pequeño cuerpo delatan maltrato infantil. También un abuso sexual.
Vecinos no saben. No comentan.
Alzan la mirada con cautela cuando funcionarios policiales a bordo de una moto guian a un grupo de periodistas que buscan la noticia. Tocan de puerta en puerta buscando testimonios.
Vecinos callan.
Cuando se pregunta por la dirección donde presumen que vivía el bebé, con sus dos abuelos, mencionan “la cancha”, de la que no hubo rastros tras casi 30 minutos de recorrido en la zona.
Periodista imaginaban un terreno amplio, cual complejo deportivo. En realidad, el sitio se trataba de una canasta de básquet atornillada contra una pared de alguna casa.
Los minutos pasan y el tiempo solo da para grabar algunos planos desde las alturas para un canal de televisión. Se ve una ciudad contrastada, entre casas a medio terminar y una autopista despejada.
Todos optan por irse ante la falta de información. El camino de vuelta es diferente: continúa hacia una “y” que culmina, en menos de 10 minutos, en una iglesia ubicada en la Calle de Atrás de Antímano. Vuelta a la ciudad, parte baja.
Arriba se deja un hogar donde un bebé perdió la vida, tras ser golpeado y abusado. También con signos de desnutrición grave y heridas de quemaduras.
Las investigaciones apenas iniciaron, mientras que sus abuelos quedaron detenidos por ser los principales sospechosos.
Días después se confirma que son los culpables.
Con ellos vivía, en las alturas de Mamera, en alguna casa ubicada en una montaña de ladrillos naranjas.