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Nunca me sentí a gusto con el frio que hace en los implacables inviernos del norte de Europa, el de ese año fue brutal, lo recuerdo muy bien. A pesar de haber crecido entre el gélido clima de Rusia, siempre me sentí desencajada, incluso seguía manteniendo una postura indiferente a las costumbres y maneras de esa gente, –supongo que todavía quedaban atisbos en mí que renunciaban a divorciarse de lo que alguna vez creí, era mío por derecho –. Mientras caminaba por las concurridas calles de San Petersburgo, volví a sentir esa incómoda sensación, la cual ya a esas alturas me era familiar, pero seguía sin acostumbrarme a ella y simplemente no quería resignarme a vivir con eso, podía notarlo en los ojos de esas personas que aunque me eran completos desconocidos, poseían esa misma mirada que evidencia rechazo a lo extraño, podía sentir como se clavaban en mi espalda como unos filosos cuchillos, trataba de zafarme de ellas, pero las mismas me seguían persiguiendo adonde fuera como si fuesen misiles termoguíados. La inconformidad, los complejos y las inseguridades seguían habitando en mi mente, era solo una chica de 14 que seguía viviendo atemorizada, cobijada bajo esa pronunciada sombra llena de estigmas sociales y aplastada por la pesada carga de no sentirme igual al resto. Caminé en círculos como queriendo ir a otra parte, pero inconscientemente me encontré en el mismo tugurio de siempre... Observé con desdén como las mismas butacas derruidas y llenas de mugre seguían justo en donde las había dejado la última vez, me seguían estorbando esas tediosas luces incandescentes que se ven en tantos antros de la zona euro, pero de igual forma, ese era el único lugar en el que todos mis problemas se esfumaban en cuestión de un sorbo. Me acerqué a Aleksei, él era un hombre rubio, fornido y muy alto, de algunos dos metros y pasado de los 30 años, estaba bastante segura de que a su lado debía parecer apenas un pigmeo. Siempre me quedaba minutos enteros contemplando su buen porte, hoy vestía una camisa roja desabotonada hasta el pecho y un pantalón estilizado de color negro. –¿Te queda algo de kastre? –vociferé con un tono alto que denotaba mi urgencia. –A ver pequeña perra, creo que ya me debes demasiado, además no tienes como pagarme. Deberás pagarme todo si quieres volver a volar –respondió tajante mientras me miraba de reojo, luego me dio una nalgada y tocó mi seno izquierdo, mordiendo sus labios y relamiéndolos, él pronunció –Veo que cada día estás más dura… Viéndolo bien, ¡no me había fijado de las buenas nalgas y tetas tienes! –Sé lo que quieres de mí y, de hecho, hasta podría acceder. Dame todo lo que tienes de kastre y me convertiré en tu puta –aventuré mientras acariciaba su pecho. –¡Ja! ¿Acaso crees que necesito una puta? –respondió entre risas. –¿Entonces qué más puedo ofrecerte? –Conviértete en una de mis mulas y te daré toda esa mierda que quieres. –Creo que necesitaré de al menos un incentivo. –Yo soy el único que pondrá las reglas de este juego, ubícate pequeña puta. –Adelántame algo o no haré nada. –¿De verdad crees qué eres tan especial? ¡Ja! Recojo decenas de zorras pretenciosas cómo tú cada día en cualquier gueto de Moscú. –No confío en ti, así que primero ofréceme aunque sea un sorbo de kastre –expresé con voz ahogada. –¡Pero qué fastidiosas son las perras adictas cómo tú! Sin dudas las de tu calaña son las peores putas que he tenido en mi libro rosa. Y, bueno, está bien, aquí tienes un poco –replicó mientras me pasaba un vaso de kastre. Unos segundos después de haber tomado ese estimulante líquido etéreo, la sensación de satisfacción no podía ser mayor. Mi cuerpo se desconectaba por completo, era como si otra parte de mi despertara. Mis músculos se hinchaban tanto que en ese punto podía sentir como si una gran fuerza recorriera todo mi cuerpo, en mi mente: saltar grandes distancias no representaba ningún reto; mi sentido de la vista, el olfato y mi audición estaban tan agudizados que, durante ese instante podía sentir hasta el sonido del caminar de una hilera de hormigas que pasaba justo por las botas de Aleksei, incluso algo tan ligero como el aire tendía a molestarme; mi rango de visión estaba tan saturado por ese sinnúmero de patrones traslucidos que aparecían de la nada, y las luces incandescentes no eran impedimento para que observase cada uno de los bichos que habitaban la mugre de las ranuras de la losa del bar; y es que hasta podía oler todos los olores, hasta los más imperceptibles, y podía diferenciarlos, era capaz de oler cada uno por separado sin confundirlos ni por un mísero segundo: el perfume barato que estaba impregnado en todo el cuerpo de Aleksei, los diversos olores fétidos que expedía el baño a la izquierda, incluso podía oler el rocío y el olor a tierra húmeda que había en las afueras del antro. Esta droga me hacía sentir como si fuese sobrehumana, era una sensación tan sublime, y pensar que ese estado apenas se prolongaba por unos cuantos segundos... –Como siempre, no tengo queja alguna de la calidad de tu kastre. ¡Me siento tan satisfecha! Cuenta con mi aporte, no puedo ser tan egoísta y privar a los demás de esta sensación tan ataráxica –expresé invadida por el júbilo y el extasío que perduraron en mi cuerpo incluso después de pasarse casi todo el efecto de la droga, –¿será que todos los que prueban esto sienten esa sensación tan inefable? –pensé. |
Si deseas leer los anteriores capítulos de la historia que escribo junto a mi co-autor @sneikder, aquí les dejo los enlaces:
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