Una vez el macho más macho de la región sabe envolver a chica más bella, dulce e inocente de la región y esta cae redondita locamente enamorada de aquel encantador de mujeres. Cuando se casan, la pobre mujer supo en vida lo que era el infierno al estar amarrada a un ser sin escrúpulos, mujeriego, no la valoraba, le daba mala vida a ella y a sus hijos. Por cuestiones del destino, el vil hombre se enferma de una grave enfermedad venérea producto de sus correrías y excesos carnales, sexo ilimitado e irreponsable sin la debida profilaxis y lamentablemente la enfermedad se transformó en un sida agresivo que lo consumió casi por completo, de aquel apuesto galán conquistador no quedaba ni la sombra.
Ya en el Hospital, y al borde de la muerte y teniendo como única compañia a la dulce y buena mujer que en vida le aguantó todos sus desmanes y desprecios le tomó la mano y le dijo:
- Mi amor, aunque tarde estoy arrepentido de todo lo malo que te hice en vida pero te quiero confesar algo y espero tu perdón para poderme ir tranquilo, no digo al cielo porque de seguro merezco el infierno.
¿ Que será esa confesión que te puede descargar un poco tu conciencia Juan Pistolas?
- Bueno, te quiero confesar que tuve amoríos con tu hermana gemela creyendo que eras tú.
La buena y dulce esposa que no le creyó en nada la confusión, también quiso confesarle algo a Juan Pistolas antes de que la pelona se lo llevara:
- Mi amor, lamento mucho que tengas que partir pero yo también tengo que confesarte algo y es que ninguno de los 10 muchachos que tenemos es hijo tuyo.
Fue tanto la sorpresa y el impacto de aquella confesión de su esposa que al mero mero macho de Juan Pistolas no lo mató el sida fulminante, lo terminó de matar fue la gran rabia que agarró y se fue para el otro barrio convertido en un tierno venadito.