—911, ¿Cuál es la emergencia?
—Sí, quisiera reportar a unas personas extrañas en la casa de mi vecina. Están... Están aparcados allí, con las luces apagadas, pero hay dos personas dentro del vehículo.
—¿Está usted segura de que no son conocidos o familiares de sus vecinos?
—Sí, estoy... —Hubieron ruidos del lado del teléfono de Rita Collins. Un silencio.
—¿Señora? ¿Está usted ahí? ¿Me podría decir su dirección?
—...
—¿Señora?
—Oh dios mío. —Su voz se escuchó amortiguada, se había llevado las manos a la boca. —Oh dios mío no puede ser posible.
Rita Collins era una mujer tranquila, poseía un tono de voz contralto y calmado. El operador en cambio pasó de escuchar ese tono contralto a un tono entrecortado y desesperado.
—¿Señora podría decirme la situación, por favor? Enviaremos oficiales al lugar.
—Ellos... han dejado un cuerpo allí. —Dijo con voz queda— Han... ¡Señor te piedad, han dejado un cadáver allí!
—Señora, necesitamos que por favor nos diga su ubicación para que podamos proceder inmediatamente.
Sonidos inaudibles.
—¿Señora?
Bip. Bip. Bip. La llamada se había cortado.
⋆⋆⋆⋆⋆
James se desparramó en el asiento de copiloto en el momento que entró al auto. Lo miré por unos segundos ¿Qué estaba pasando por su mente en este momento? Creo que nunca iba a entender lo que pasaba por ese lugar. Tenía los ojos cerrados y su corbata deshecha. Miré por la ventana de su asiento y encontré la dura mirada del sargento Russo acribillando el auto. Negué con la cabeza y giré la llave— ¿Cuales fueron tus amables palabras esta vez?— Sonreí irónicamente, James Amington nunca se iba a guardar algún mal comentario para él mismo.
—Vamos a Betty's, tengo hambre.
Di vuelta en U y rodeé la sede. —¿Tienes estómago para comer luego de lo que vimos?
Encendió un cigarrillo y luego de inhalar profundamente, dejó escapar el humo y se encogió de hombros. Lo miré por un momento y volví mi vista al camino. Abrí la ventana del copiloto. No me gusta el humo.
—Nunca es mal momento para comer, con un caso encima no sabes cuando lo harás —me miró—. Aún tiene mucho que aprender, señorita O'farrel.
Oh, la ironía. — Solo tiene dos años más que yo en la sede ''señor''.—estacioné en Betty's 24. El lugar al que íbamos todos los funcionarios a cualquier hora.
—Es bueno que recuerde el lugar de cada quién, gana puntos extras. —Bajó del auto. Vi como entraba en el local. James Amigton era como mucho un año mayor que yo, aunque lleva más tiempo que yo ejerciendo como detective, no somos muy diferentes. Cada vez que podía recordarme que yo era su subordinada aunque tuviéramos casi la misma edad, lo hacía. Suspiré y bajé del auto también. ¿Será que de su boca jamás iba a salir algún comentario agradable?
Caminé hasta el local y abrí la puerta. Mi mirada buscó automáticamente la mesilla de la esquina y allí estaba sentado, con los brazos cruzados sobre la mesa, miraba por la ventana.
Di un paso para dirigirme hasta él. —Cate —escuché y me detuve. Amanda, la dueña del local. Una mujer regordeta que siempre parecía tener calor y un deje de una sonrisa en el rostro. —Cate, querida. —Extendió sus brazos desde la barra. Me acerqué y extendí mi mano en modo de saludo en vez de aceptar su abrazo. Vi la expresión en su rostro y a lo que iba. —¿Has estado en casa de los Mayers, no es así? —''Esa es información a la que usted no está permitida acceder'' traté de responder, pero como siempre, ella siguió hablando, dando por hecha su pregunta. Más bien su afirmación disfrazada de pregunta. —Oh, qué terrible tragedia. ¿Ese muchacho era conocido de Jamie, no es así? ¿Cómo está él? —Fruncí el ceño. ¿Conocido? —¿Oh, no lo sabías?—. No respondí. —Mira que lo llamaran precisamente a él para responder por esta tragedia... La policía no tiene alma. ¡Lo que pasó en esa casa no tiene nombre y encima van a poner en los hombros de ese muchacho ese peso! —negó con la cabeza. —Aunque si tú no sabías sobre la situación, supongo que muchos en la estación tampoco están al tanto. Pobre Jamie —suspiró. James Amigton se puede apodar de cualquier forma, pero Jamie no era uno de esos apodos.
—Señorita Amanda, por favor manténgase al margen d-
—Está bien, te contaré, ya que insistes —continuó rápidamente en tono de chismorreo, como si no me hubiese escuchado. —Mi amiga Lily, de la biblioteca, es prima de Rita Collins, la vecina de los Mayers. Qué tragedia. Rita Collins tuvo un horrible ataque de nervios anoche, según Lily la pobre mujer vio todo lo que pasó en la casa Mayers. Lily estaba en el cuarto de abajo, así que no vio nada ni escuchó nada, la mujer tiene el sueño extremadamente pesado. Pero Rita, en cambio... —hizo un gesto de desaprobación. —Bueno, esa mujer es casi un vampiro... Pero ese no es mi problema. Según Lily, mi amiga, Rita vio a la pobre Elizabeth Mayers salir de su casa para fumarse un cigarrillo a escondidas de su marido mientras él dormía. No sé por qué Rita Collins sabría eso si eran las 2 de la madrugada, yo particularmente no ando viendo desde mi ventana lo qué otras personas hacen. —Ni ella misma se creía lo creía— Según mi amiga, Lily, Rita a veces le daba cigarrillos a su vecina cuando su marido le encontraba los de ella y los botaba. Aunque yo nunca he visto con un cigarrillo a Elizabeth y no creo que estuviera esperando a que su vecina la estuviera esperando a esas horas para regalarle unos, quedé sorprendida. ¿Te puedes imaginar? Quién diría que Elizabeth Mayers fumara, no pareciera, se mantiene tan bien... —comentó pensativa. Sacó una taza de la barra y la empezó a llenar al frente de mí con café. Abrí mi boca para responder pero hizo un ademán negativo con la mano izquierda mientras ponía la jarra de café otra vez debajo de la barra y le pasaba la taza a un cliente que se acababa de sentar cerca de nosotras. —Dios santo, ¿Quién iba a decir lo que se iba a encontrar? A su pobre hijo... Su pobre hijo en ese jardín, desmemb... —Dejé de escucharla. Amanda Jones, nunca se casó. No tiene hijos. Su restaurante, que era bien conocido por sus desayunos y por ser una cueva de policías a altas horas de la noche, era una herencia familiar. La miré a la cara, se veía un brillo graso en su frente y mejillas rojizas, sus poros estaban totalmente abiertos por el calor de la cocina. La mujer no tenía vida propia. Pero más importante aún: ¿Por qué los chismorreos del pueblo también tenían información de la policía? —¿Cate, querida, me estás escuchando?
—Lo lamento, señorita Amanda, pero ya he hecho esperar a mí compañero lo suficiente y...
—Oh —soltó una fuerte carcajada —Por supuesto, querida, los compañeros están para apoyarse mutuamente en momentos así, ¿No es cierto? —me guiñó el ojo —Eres una mala mujer, Catherine O'farrel, es también tu compañero de trabajo —soltó una risita.
La miré a los ojos —Señorita Amanda, no entiendo qué clase de conjeturas está tratando de hacer, pero le aseguro que está equivocada. —Amanda Jones borró la sonrisa de su rostro. —También le agradecería que se mantenga al margen de asuntos extra oficiales. Deje de repetir lo que Linda...
—Lily —corrigió tímidamente.
—Lily, o quién sea, comente. Manténgase ocupada en su trabajo y nosotros haremos el nuestro.
Dí media vuelta para caminar hasta la mesilla del fondo pero me detuve en seco. James, levantándose de una banca al frente de la barra, estaba justo a un metro de nosotras. ¿En qué momento se movió hasta nosotras? Ni siquiera me di cuenta de que era él el que se había sentado allí. Sacó el dinero de su billetera y lo puso al lado de la taza. Amanda miró el dinero que había puesto sobre el mostrador y luego a James, que caminaba hacia mí.
—¿Sin propina? —se quejó.
—Quizás si se ocupara de su negocio y no de hablar estupideces, se hubiese dado cuenta que el café estaba frío —me quitó las llaves del auto de la mano. —Vamos.
En el auto le pregunté a James sobre la victima y de dónde lo conocía. No hubo respuesta.
⋆⋆⋆⋆⋆
*Las luces de un auto que pasaba por la calle iluminaron mi habitación. Volteé a la izquierda, donde se
encontraba mi mesa de noche. Miré el reloj, la 2:29AM. Suspiré y resignada me levanté de mi cama. ¿Cuando fue la
última vez que pude dormir ocho horas seguidas? Siento que fue hace mucho tiempo. Bajé las escaleras y caminé
hasta la cocina. Puse la tetera a calentar y del fuego de la hornilla encendí un cigarrillo. Miré la caja, quedaban
pocos. Abrí la ventana de la cocina para que no quedara una nube de humo, a Lily le molestaba el olor. Miré al patio de los Mayers. Oh, Elizabeth. La compadecía, estaba casada con un hombre celoso y posesivo, y su hijo no era más que un holgazán. La mujer no era feliz. Aunque el muchacho era guapo, debía admitirlo. Obviamente había salido con los genes de su madre. A muchachos como él había que enseñarles algunas cosas sobre la vida. Sonreí. Una buena mujer era lo que ese muchacho necesitaba. Un poco de libertad y salir de las faldas de su madre le harían bien. Volteé para buscar el cenicero, pero mi atención fue tomada por otra cosa. Un movimiento, afuera.
Piiiiii. El distintivo silbido de la tetera advirtiendo que ya había hervido, pero yo no podía moverme a atender a su llamado. Mi cerebro, por otra parte, advertía otra cosa. Un auto negro estaba aparcando al frente de la casa de los Mayers, con las luces apagadas. Traté de ponerme de puntillas para poder observar mejor, pero la vista desde la cocina no era buena. Rápidamente apagué la hornilla y corrí a través de la cocina, subí las escaleras apresurando el ritmo con cuidado de no tropezarme con la bata. Cerré la puerta de mi cuarto por inercia al entrar. Me faltaba el aliento. A paso lento, como si mi cuerpo intuyera que algo fuera de lugar estaba sucediendo, me acerqué a la ventana en la esquina izquierda de la habitación. Con cuidado aparté la suave tela de la cortina. Un hombre vestido de negro estaba sacando algo del maletero de su auto. ¿Quién era ese hombre? ¿Era algún familiar de los Mayers? No, este hombre lucía extraño. ¿Con quién hablaba? Traté de posicionarme mejor a una esquina de la ventana ¿Estaba solo? ¿Quién conducía el auto? Lo vi hacer ademanes al auto. Estaba hablando con alguien. No lograba distinguir quién estaba dentro del auto, solo podía ver una silueta desde ese punto de la ventana. Quizás era una mujer. El hombre lanzó un pesado saco de lona al jardín de los Mayers. Quise seguir explicando al teléfono qué sucedía, pero todo pasó demasiado rápido. El hombre se quedó paralizado por un momento, con las manos aún sobre el nudo del saco, miraba al frente. ¿Había salido alguien de casa de Elizabeth? Desde la ventana no llegaba a ver la puerta de la casa Mayers. Se inclinó, ignorando a quién sea que estaba al frente de él, desató el nudo y entonces caminó hasta el auto. Mis manos viajaron hasta mi boca, no me lo creía.
—Oh dios mío.
Abrió la puerta del auto e hizo una leve reverencia con su cabeza antes de subir. No había terminado de cerrar la puerta cuando el conductor arrancó rápidamente. Por Dios, no ¿Elizabeth estaba viendo esto también? Dios mío, dime que no. Caminé hasta la otra esquina de la habitación, donde estaba la otra ventana.
Un desgarrador aullido salió de la garganta de alguien que conocía bien. Aunque la oscuridad y la distancia no me dejaban detallarla, adivinaba su expresión. Detallé lentamente el rostro de Elizabeth Mayers, cubierto por sus manos, su cuerpo completamente congelado, y adivinaba que estaba temblando, hasta el paquete que había recibido a estas horas de la madrugada. Alguna nube que estaba al frente de la luna debió haberse ido en ese momento, porque si antes solo supuse lo que era, en ese momento pude ver claramente la cabeza de su hijo sobre los restos de su cuerpo desmembrado. —¡Mi hijoooo! —gritó...*
Ding dong. Mis ojos vagaron del piso al lugar de dónde provenía ese sonido. ¿Lily no abriría la puerta? Ding dong. Me levanté lentamente y caminé hasta la puerta principal de mi casa. Aún cuando ya habían pasado diez horas del incidente, habían patrullas y funcionarios por todo el sector. Encendí el último cigarrillo que me quedaba, y antes de abrir la puerta me miré un momento en el espejo del recibidor, acomodé mi bata. Abrí. Un hombre y una mujer. Ambos de traje. Di una profunda calada a mi cigarrillo. La mujer, de cabello rubio y desordenado había tratado de recogerlo en una cola de caballo alta que no dio resultado y terminaba en su nuca, con algunos mechones sueltos que terminaban al lado de sus mejillas. Lucía impaciente. El hombre, alto, cabello marrón y ojos grises. De manera indiferente sacó una placa del bolsillo interno de su saco. Su acompañante lo miró y tardó un segundo más que él en hacer lo mismo. Exhalé el espeso humo que había contenido. La muchacha arrugó la nariz y su acompañante procedió a hablar.
—¿Rita Collins?— Asentí. Su tono era imponente, casi como si en vez de estar preguntándome mi nombre, estuviera dándomelo— Detectives O'farrel —señaló a la chica— Y Amigton— se señaló a sí mismo. Ambos guardaron las placas al mismo tiempo, como si estuvieran conectados o hubiese sido ensayado—.
—Venimos a hacerle algunas preguntas cobre el caso de la Casa Mayers.
—Los estaba esperando, detectives.
⋆⋆⋆⋆⋆
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