Esa porción de la vida de un hombre, la mejor, la de sus actos pequeños, anónimos, olvidados, de bondad y de amor.
William Wordsworth
Una historia:
Cuando yo era adolescente, en cierta oportunidad estaba con mi padre haciendo cola para comprar entradas para el circo. Al final, solo quedaba una familia entre la ventanilla y nosotros. Esta familia me impresionó mucho. Eran ocho chicos, todos probablemente menores de doce años. Se veía que no tenían mucho dinero. La ropa que llevaban no era cara, pero estaban limpios. Los chicos eran bien educados, todos hacían bien la cola de a dos detrás de los partes, tomados de la mano. Hablaban con excitación de los payasos, los elefantes y otros números que verían esa noche. Se notaba que nunca habían ido al circo. Prometía ser un hecho saliente en su vida.
El padre y la madre estaban al frente, de pie, orgullosos. La madre, de la mano de su marido, lo miraba como diciendo: ‘‘Eres mi caballero de brillante armadura’’. Él sonreía, henchido de orgullo y mirándola como si respondiera: ‘‘Tiene razón’’.
La empleada de la ventanilla pregunto al padre cuantas entradas quería. El respondió muy ufano: ‘‘Por favor, deme ocho entradas para menores y dos de adultos, así puedo traer a mi familia al circo’’.
La empleada le indico el precio.
La mujer soltó la mano de su marido y ladeo la cabeza; al hombre le empezaron a temblar los labios. Se acercó un poco más a la ventanilla y pregunto: ‘‘¿Cuánto dijo?’’
La empleada volvió a mencionar el precio.
¿Cómo iba a darse vuelta y decirles a sus ocho hijos que no tenía suficiente dinero para llevarlos al circo?
Viendo lo que pasaba, papá puso la mano en el bolsillo, saco un billete de veinte dólares y lo tiro al suelo. (¡Nosotros no éramos ricos en absoluto!) Mi padre se agacho, recogió el billete, palmeo al hombre en el hombro y le dijo: ‘‘Disculpe, señor, se le cayó esto del bolsillo’’.
El hombre se dio cuenta de lo que pasaba. No había pedido limosna, pero sin duda apreciaba la ayuda en esa situación desesperada, angustiosa e incómoda. Miro a mi padre directamente a los ojos, con sus dos manos le tomo la suya, apretó el billete de veinte y con labios trémulos y una lagrima rodándole por la mejilla, replico:
‘‘Gracias, gracias, señor. Esto significa realmente mucho para mi familia y para mí’’.
Papá y yo volvimos a nuestro auto y regresamos a casa. Esa noche no fuimos al circo, pero no nos importó.
Dan Clark.
En esta excelente historia, vemos el alcance del corazón de una persona, que sin importarle nada su propio beneficio, se desprendió de un dinero y decidió ayudar a que 8 niños tuvieran una noche inolvidable, algo que contarán sumamente emocionados a sus amigos, un recuerdo que los acompañaría de por vida y algo que haría crecer su admiración por su padre.
El hijo de ese hombre esa noche no fue al circo con su padre, pero tuvo una lección de vida enorme con su ejemplo, no debemos ser ciegos con nuestro entorno, debemos estar atentos y ayudar a quienes se pueda ayudar en su momento, ese día padre e hijo tuvieron una experiencia inolvidable.
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