A orillas de un río vivía Serena, una respetable tortuga anciana de más de 100 años que gustaba de hacer largas siestas. Una tarde calurosa de verano, se encontraba plácidamente dormida bajo la sombra de un árbol, cuando llegó Tzun-Tzun, una hambrienta y nerviosa mosquito hembra, que batía sus alas a toda velocidad. Zumbaba tan fuerte en el oído de la gran tortuga, que esta despertó de un sueño que llevaba ya varios días. Lentamente Serena abrió sus ojos y saludó.
—Hola pequeña, ¿por qué tan… batiente?
—¡Ah!... ¡Me asustaste! pensé que no me notarías —contestó la mosquita muy acelerada.
—Pues me has despertado. Te siento muy agitada.
—Bueno, es que tengo mucha hambre y ya estoy desesperada, ¡solo te pico y me voy! —dijo.
—¿Por qué tanta prisa? —preguntó muy tranquila Serena.
—¡Porque la vida es muy corta! Tengo que vivir el momento intensamente. Mientras decía eso, la inquieta díptera buscaba un lugar suave donde poder insertar su aguja en la rugosa piel de la tortuga.
—Hace mucho que no platicaba con alguien —expresó Serena.
—¿Desde cuándo? —replicó Tzun-Tzun.
—Desde el invierno.
—¿Qué es el invierno?
—¿No sabes?, es el momento del año donde hace mucho frío, los días son más cortos y las noches más largas.
—¿Y qué es el frío?
—Mmmm… pues cuando la temperatura baja tanto que hasta duelen los huesos y todo se hace lento, cae blanca nieve del cielo y durante meses no ves el sol.
—Pues nunca he visto eso, me es difícil comprender eso que tú llamas año, frío, nieve o invierno. Hasta donde yo sé, siempre ha sido como hoy y creo que así seguirá.
“¡Hum!, llevo más de cien años platicando con mosquitos, ¿cómo explicarles esta verdad, si a ellos casi nunca les alcanza el tiempo para observar siquiera el cambio de una estación a otra?”, pensó Serena. Sin embargo, intentó explicarlo mejor, pero mientras hablaba con gran parsimonia, Tzun-Tzun entró por su boca y encontró la lengua. “¡Que
húmedo está aquí!”, pensó, “pero está muy suave”. Insertó su aguja, succionó tanta sangre hasta quedar tan panzona y con tanto sueño, que se quedó tan dormida y ya no pudo despertar. “¡Ni cómo ayudarla!”, expresó para sí misma la resignada anciana y disintió moviendo la cabeza de un lado al otro y cerrando su boca sonrió apaciblemente, se comió a la mosquita y volvió a quedarse dormida.
Por: Fiacro Hernández Alaffita-Tito.