Yoko: El Nacimiento de la Estrella

in #spanish6 years ago

Capítulo 5

Quiebre

Tras el momentáneo encuentro con El Emperador, me distraigo, como resultado caigo al suelo y mí camuflaje se desvanece, me cuesta trabajo respirar, miles de ideas corren en desenfreno por mi mente, trato de reincorporarme, me sujeto a la pared y me alzo. Su fuerte voz resuena fuera de la habitación, definitivamente es él, parece estar hablando con la ayudante de Theresa, aunque no logro escuchar sobre qué.

  • Debo salir de aquí inmediatamente -me indico.

Salgo desconcertada, dando tumbos y pasos torpes fuera del lugar.

Al llegar a mi habitación, localizada en el extremo completamente opuesto de donde estaba me encuentro más calmada. Escucho los pasos de alguien acercarse a mi habitación entro rápidamente en ella pretendiendo haberme despertado justo en ese momento. Dos sirvientes entran a mi cuarto amablemente, desocupo mi cama bostezando y me dirijo a mi armario. Dejan la bandeja de comida sobre la mesita cerca de mi tocador, acomodan unos pocos desperfectos y se retiran. Salgo de mi armario, veo el apetitoso desayuno pero simplemente no puedo comerlo, toda necesidad física mía ha sido suspendida hasta la resolución de esta reunión.

Tras haberme bañado y vestido decido no maquillarme tampoco hoy, busco el mismo velo de ayer, y no lo encuentro. ¿Dónde está?, ¿dónde lo pude haber dejado?; Hiro, debo buscarlo, pero soy interrumpida por Fausto quien entra a mi habitación, seguro a decirme que El Emperador ya ha llegado.

  • Es bueno saber que ya se encuentra lista -dice.

¿Solo eso?, ¿no va a decirme nada más?. Veo que Fausto está por retirarse.

  • ¿El Emperador ya ha llegado? -le interrogo antes de marcharse.

Fausto se voltea y antes de responderme le echa un vistazo a mi desayuno, el cual se encuentra aún en el mismo lugar, intacto.

  • Si, arribo a altas horas de la madrugada -responde.

Entonces si lo sabía.

  • ¿No se te ocurrió hacérmelo saber en seguida? -noto un tono de condescendencia en cómo lo digo.
  • Su majestad. Soy el consejero real -me contesta, y se retira sin más.

¿A qué se refiere con eso?, ¿acaso ya no va a ayúdame más?. El encriptado comentario de Fausto me deja inquieta.

  • Maldición, ¿por qué tenía que ser este día? -pienso frustrada.

Al salir de mi habitación Fausto está ahí, lo ignoro y sigo mi camino hacia el salón de reuniones del pasado día, he decidido no busca el velo, al diablo lo que El Emperador pueda decirme o como me ataque, le haré saber que debe obedéceme. Entro a la habitación y para mi sorpresa me encuentro con uno de los Feudales que fueron hurtados del río y tres de los Marqueses. ¿Qué demonios siguen haciendo aquí?, ¿pueden participar en esta reunión?. Roner también está, y por último, El Emperador, sentado en su silla, imponente, mi padre era al menos veinte años mayor que él, pero luce tal y como lo recuerdo, pareciera que no hubiese envejecido ni un solo día, es un hombre alto y fornido de pelo rojo intenso, con un vello facial abundante pero perfectamente acicalado, sus facciones faciales son fuertes, con pómulos convexos, nariz delgada y curva con una barbilla cuadrada, su cuello es prominente y fibroso como el resto de su cuerpo y viste una clase de armadura liviana.

  • ¿Viene a por guerra? -infiero.

Trato la misma estrategia de ayer.

  • Caballeros -anuncio.

Todos los presentes me veneran.

  • Majestad -responden todos, incluyéndolo a él.

Me acerco a la mesa cautelosa, intento ver en la cara del resto algún indicio que me diga si planean hacer algo, si hay algo que debería saber de antemano, pero todos evaden el contacto visual, incluyéndome a mí, cada que alguno me devuelve la mirada. Tomo asiento.

Roner se levanta y nuevamente anuncia.

  • Ustedes, los miembros de la realeza constituidos por los países vecinos, la confede…
  • Basta de formalidades, todos sabemos a qué hemos venido -dice el Marques que se negó a dirigirme la palabra el día de ayer.

Veo que hoy será más participativo.

Roner se echa a un lado tras el irrespetuoso acto y vuelve a su lugar, un poco con la cola entre las patas.

  • Su majestad -inicia El Emperador-. No puedo reconocerla como nuestra legitima reina -culmina, con tono sosegado.

Trato de que el mordaz comentario no me afecte.

  • ¿Por qué dice eso?... Marte – le respondo.

Uso su nombre para desconocerle también, puedo ver su molestia tras dedicarme una furtiva mirada. Se aclara la voz y prosigue.

  • Usted no es la legitima heredera al trono.

Algunas sonrisas se dibujan en los rostros de los Marqueses, mientras el Feudal y Roner no muestran concordar con el comentario.

Así que es ahí por donde me atacará.

  • Usted tampoco lo es. Emperador -enuncio la última palabra con tono dudoso.

Su semblante cambia.

  • Te tengo sabandija -celebro-. Usted no es descendiente de la corona, ni siquiera es miembro de la realeza -sentencio.

El Emperador traga grueso.

  • Dirigí este reino durante muchos años tras el vacío dejado por su padre… -inicia.

Por alguna razón el que traiga mi padre a colación me hace enfurecer.

  • Es cierto, lo hizo -le interrumpo-. Por recomendación suya, porque él le consideraba su mano derecha. Sin embargo, eso fue una transición entre su deceso y mi preparación, ahora que he cumplido mi mayoría de edad, estoy lista para aceptar la corona y todas las obligaciones que recaen sobre su portador.

El Emperador no parecer estar convencido con mi argumento.

  • ¡Es solo por un tecnicismo maldición! -brama enfurecido, el hombre.
  • Emperador, no pierda los estribos -dice el reservado Marques.

Ya sé de qué lado está, en este salón nadie es mi mano derecha. Ni siquiera Fausto. El Emperador continua vociferando a todos los presentes. Por ese temperamento es que no es apto para ocupar este puesto. Ya no más.

  • ¿Acaso soy el único que piensa de esta manera? -pregunta El Emperador.

Quien responde a la aguda pregunta es quien menos esperaba.

  • Si, Emperador -argumenta el Feudal-. Usted no solo no pertenece a la realeza y quiere quebrantar nuestras tradiciones y reglas tratando de usurpar el puesto como rey con su retórica, sino que está insultando a todos aquellos quienes invirtieron tiempo, fe y dedicación criando y preparando a nuestra joven reina para tomar su merecido cargo cuando el momento fuese el adecuado. Y ese momento, ya ha llegado.

El Feudal me defiende por ser un tradicionalista más que nada. Está bien, lo aceptaré. El Emperador no toma lo dicho por el Feudal de buena manera. Ambos se miran el uno al otro retadores.

  • Su majestad -participa uno de los Marqueses-. Es notable el enfado de algunos por la posible ilegitimidad de su nombramiento como reina, sin embargo, muchos de nosotros estaríamos dispuestos a pasar por alto tal hecho si se dispone a auxiliar las situaciones por las que están pasando nuestras tierras.

La proposición en si me parece insultante, poner bajo tela de juicio la autenticidad de mi envestidura como reina y su oferta de proporcionar una clase de amnistía heterodoxa es la cereza sobre el pastel. Aceptar este ofrecimiento sería equivalente a reconocer que estoy de acuerdo con lo que ha dicho, ¿cierto?, maldición. ¿Qué debería hacer?. Mi hilo de pensamiento es interrumpido por El Emperador.

  • ¿Así que de eso se trata?, están dispuestos a pasar por alto todo solo por su magia, ¿no es así? -clama a viva voz.

Fausto se acerca a mí, intuyo que ha de ser para asesorarme. No le necesito, y antes de dejarle decir nada respondo.

  • ¿Por qué no?

Mi contestación hace eco en el salón.

  • Puede que yo no sea la reina que muchos deseen -continuo-. O la que usted quisiese, Emperador. Sin embargo, si, la que necesitan. No desprestigiaré su labor hecho como rey, pero ya no se trata más de dirigir gente y comandar ordenanzas, como su título le confiere. Hay varias obligaciones en el momento que usted a pesar de su experiencia no podrá atender por usted mismo. Y yo sí.

El Emperador y los Marqueses parecen no tener nada que objetar o agregar mientras el Feudal, creo ver un breve pero asertivo cabeceo.

La reunión se alargo por unas horas más en las que nos dedicamos a hablar de los tipos de tratados que haremos, sistemas de contratación, intercambios de bienes y servicios, entre distintos temas. El Emperador no participa más de lo requerido pero mucho menos de lo usual, como si esta derrota argumentativa fuese la batalla que nunca perdió en el campo de guerra y la amargura y desdicha de ella estuviesen de luto en su cuerpo.

Me es fácil entenderle, hace muchos años, antes de que yo llegase, muchas batallas se libraron por estas tierras en contra invasores que trataron de apropiarse de ellas, mi padre y él fueron dos de los que comandaron varios batallones en esa sangriento guerra, mi padre era su superior al mando, y ambos lograron consolidar la victoria, sin embargo, a pesar de ser los dos excelentes estrategas y hábiles guerreros ambos eran diferente. Mi padre tomo el trono tras desposar a mi madre, una descendiente y sucesora a la corona, fue un compromiso visto con muy malos ojos por muchos miembros de la alta alcurnia y el pueblo en general, era de esperarse que su descendencia fuese también mal vista. Él, por otro lado, se convirtió en un ser que vivía para la guerrilla, gracias a su ambición nuestro reino pudo expandir su territorio y ahora poseemos comarcas como el país de Ceres y el país del propio Emperador, el segundo más grande circunscrito a nuestro dominio, mucha sangre fue perdida en esos conflictos bélicos comandados por él, mi padre en un intento de saciar su sed de poder y mantenerle bajo control le ofreció un puesto como su oficial al mando en la armada y le titulo gobernante de su propio país, sin embargo, al caer el hechizo que recluyo a todos a vivir bajo el gigantesco domo mágico, huyendo de la oscuridad, el mundo cambio para todos, especialmente para él, es un pez grande que se quedó atrapado en una pecera muy pequeña. Por eso mismo es que intenta deslegitimarme para así adueñarse de la corona, de mi hermano suplir como rey, no podría llegar a término debido a su salud, y él cuenta con eso. Mi sangre comienza a hervir por el indecente y retorcido pensamiento.

No me sorprendería que los supuestos alzamientos que están por estallar en la confederación de los Marqueses estuviesen relacionados con él, puesto que antes esa demarcación solía estar anexada a su país, y al querer ir y reconquistarla mi padre fue quien intervino para evitar más guerra derroche de sangre. Creo que El Emperador nunca llego a perdonarle por ello, por haberlo humillado.

Ya culminada la reunión todos los presentes nos levantamos y retiramos, todos en silencio evitando cualquier contacto físico incidental y que cualquier contacto visual sea nada mas por casualidad, parecemos sombras ambulantes entrelazadas y reflejadas sobre el cuarto más que seres vivos. Un momento antes de salir del salón de reuniones Roner se me acerca tratando de captar mi atención. Fausto se detiene a esperarme pero con un ademan le ordeno que se retire y hace caso omiso. Yo misma me reprocho por lo grosera que estoy siendo con él, lo sé, estoy certera de eso, pero no puedo evitarlo, no puedo olvidar, no lo que dijo sino lo que trato de decirme y lo que entendí, “está sola, mi reina”.

  • Mi real mejestad -me llama Roner-. Quisiera…

Veo que el hombre tartamudea y no sabe que decir, pero estoy exhausta por la junta, la gente, el día, todo me sobrepasa en este momento.

  • Hablemos luego -le digo desinteresada y me retiro.

Pero al intentar irme Roner me toma y hala por el brazo, esto me saca de mis casillas y por un momento considero la idea de mandarlo a volar, no obstante, él mismo se da cuenta de su error y me suelta instantáneamente arrepentido.

  • Lo siento mucho, su majestad -me ruega, y se agacha al piso para reverenciarme.

No puedo enojarme con este hombre, él solo está haciendo su trabajo, durante la reunión al igual que yo estuve en medio de las lacerantes miradas, los desmedidos alaridos y los groseros comentarios; y en ningún momento pidió ni acoto nada con respecto a su país. ¿Ceres es el único país del reino intacto?

Roner continua tratando de conseguir las palabras, veo como lucha por buscar cómo expresarlo, sus ojos se mueven inquietos, su respiración se torna frenética y su pulso se vuelve intranquilo, me acerco para tratar de calmarlo poniendo mis manos en su rostro.

  • ¿Qué sucede? -le interrogo con voz calmada.

Su respuesta, cambiaría por siempre el destino de este reino.

  • En mi país, el país de Ceres. La barrera. Una grieta ha aparecido.

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