Me yergo sobre mi cama, aun sin descubrirme de la sabana, es más, me sostengo a ella, sin querer destaparme, como si permaneciendo bajo ella pudiera de alguna forma evadir este día, esquivar todas las responsabilidades que están por ser invertidas en mí, como si este harapiento pedazo de tela representase de alguna forma el ultimo retazo de mi infancia.
- Que pensamiento más infantil -me reprocho a mí misma-. Indigno de una futura reina.
Caigo en cuenta que este es el día para el que muchas personas me han preparado por tantos años, mucha gente asistirá, sin embargo, la que más hubiese querido que este aquí, no está. Mi garganta está seca, aprieto los labios y puedo notar que están cuarteados.
Oigo como fuertes y certeros pasos se acercan a mi habitación.
- ¿Quiénes serán? -me pregunto-. Seguro Fausto estará entre ellos.
Decido aceptar la realidad de una buena vez, quien sea que pase por esa puerta no puedo darme el lujo de que me vea así, tímida, escondiéndose bajo sus sabanas, asustada, e inepta, solo lograré ser el tema de conversación que tendrán con otras personas y que mi aptitud sea puesta en duda tan pronto en mi reinado.
- ¡No! -grito para mis adentros, enojada prematuramente.
Me quito las sabanas, decisiva. Observo mi habitación, el caos reina aquí. Escucho la voz de Fausto regañándome en su tono monótono y sosegado. Los pasos se acerca rápidamente a mi habitación con varias voces siguiéndoles, una hablando encima de la otra, puedo escuchar varias ideas sobre ropa, tocado, calzado y demás.
Con un ágil movimiento de mis manos hago que los vestidos que están en el suelo se eleven y vuelvan hacia mi ropero, me acerco a mi escritorio y coloco varios libros sueltos de vuelta en la biblioteca. Pulo con mi mano el espejo de mi cómoda mientras con la otra ordeno que todas las joyas que están esparcidas sobre ella vuelvan a su lugar. Termino de limpiar el espejo, me veo en el un momento, analizándome.
- ¿Verdaderamente seré apta?
Me llevo la otra mano a mi frente. Un anillo camino al joyero llama mi atención, y lo tomo. Es el mismo que mi padre usaba todo el tiempo; me lo pruebo en varios de los dedos y aun me divierte el hecho de que me queda flojo en cada uno, mi padre siempre tuvo dedos extra-proporcionados.
Oigo como la agarradera de mi puerta es girada, vuelvo en sí, llevo el anillo vuelta al joyero y doy un último vistazo alrededor. Creo que me salvaré del regaño de Fausto.
Un amasijo de al menos diez hombres pasan por el marco de la puerta, hablando unos con otros, aunque se ve más como si se hablasen a sí mismos ya que uno no prestaba atención a lo que el otro dice, y viceversa. Ni si quiera se si me están prestando atención a mí y que han entrado a mi habitación.
- Señores -escucho a Fausto, y todos hacen silencio instantáneamente.
Fausto se hace camino entre la multitud mientras viene hacia mí. Trato de poner mi mejor cara.
- Buenos días. Mi reina -me dice.
Me preocupa más el cuanto me tomará acostumbrarme a esa frase que a las responsabilidades del título.
- Fausto -le respondo, haciendo una diminuta y leve reverencia.
Veo como detrás de él siguen cuchicheando en voz baja los señores, tapándose la boca con la manga de sus ropas. No puedo evitar pensar que están hablando de mí pero intento que no sé se refleje está preocupación en mi rostro. Fausto mira mi habitación con su vista penetrante, estudiando cada esquina tranquilamente. Es un hombre de pocas palabras, así que al no objetar nada, no necesariamente significa que todo haya pasado sus estándares, siendo el concejero real, es su trabajo encontrar el problema en todo, fue la mano derecha de mi padre y en varias ocasiones, la mía también, así que siempre estaré agradecida y atenta a él. Se lleva la mano hacia dentro de su túnica, lo cual me hace dudar que dirá. Para mi sorpresa se saca un paquete embalado en una tela y bellamente envuelto con una tira de color rojo.
- Él hubiera querida que vistieras esto -dice, y me lo entrega en mis manos.
Me sorprende lo que me dice Fausto, pero mas aún las sensaciones que vienen a mí junto con el presente.
- ¿Acaso él ya sabía que este día vendría? -me pregunto inquisitiva.
- Tuve que pelear con todos ellos para dejarte poner esto -me susurra en el oído.
El saber que a pesar de todo Fausto siempre está en mi mejor interés me hace saber que no importa cuan terrible pueda ser a veces, él es probablemente el único en todo este reino que apuesta por mí.
- No te defraudaré -afirmo decisiva.
Desenvuelvo el paquete y se desenrolla un hermoso kimono de color rojo, con un precioso diseño de flores de varios colores cálidos que van de la espalda hacia las mangas para encontrarse con un fénix que adorna el frente. Le veo con melancolía y añoranza, pero antes de sumirme en estos sentimientos Fausto me trae al presente rápidamente.
- Hay mucho que hacer el día de hoy -dice, tras agitar sus manos.
Todos los hombres detrás de él se dividen, unos se dirigen hacia mí, otros hacia mi ropero, algunos toman varios de mis calzados y luego otros mis joyas. Soy halada fuera de mi habitación y conducida hacia el baño real, donde una gran tina me espera ya con agua hirviendo, y en frente se encuentran tres mujeres hincadas de rodillas haciéndome una reverencia. Jamás había estado acá.
El hombre a mi lado le dice a una de las mujeres.
- Debe estar lista antes de mediodía - me entrega, y se retira.
Una de las mujeres se acerca a mi y me hace una breve reverencia. No creo poder acostumbrarme a esto pronto.
La mujer me indica que me acerque a la tina con un educado ademan, mientras las otras dos se colocan a cada lado mío, una me quita la ropa con la que me encuentro, me tenso y me incomodo mucho por la situación pero trato de sobreponerme y olvidarme al respecto. Una coloca una silla baja en medio de la gran tina. Meto un pie dentro y la hirviente agua me quema, doy un leve chillido, pero de todos modos entro a ella sin replicar, una de las mujeres se da de cuenta de esto y camina rauda al otro lado del baño, hala una cuerda y tras esto se forma una pequeña abertura en el techo paralela a unas de las esquinas de la tina, y de la apertura comienza a caer un fuerte chorro de agua fría, lo cual templa el agua a una temperatura más agradable, la mujer asienta hacia mí, y yo le asienta de vuelta con una breve sonrisa. Me abochorno por el momentáneo contratiempo ocasionado por mí. No puedo causar esta clase de eventualidades.
Si no puedo tolerar un poco de agua caliente ¿cómo voy a manejar este reino por mí misma?
Esta decidido no importa lo que venga, haré de mi presencia lo menos notable posible; palabras que en breve aprendería a lamentar, después de una furtiva sesión de aseo con las mujeres lavándome el cabello, echándome loción tras loción para enjabonarlo, enjuagarlo y peinarlo hasta no dejar ni un solo cabello fuera de lugar. Seguido de un riguroso procedimiento de tallado hasta dejar mi piel como nunca antes la había visto, los movimientos y empleo de fuerza son tan feroces que creo me llevaran los miembros de cuajo. Para culminar en mi vestimenta, al ser llevada nuevamente a mi habitación apenas logro reconocerla, esta limpia como ni yo misma usando magia había logrado dejarla, las paredes han sido pintadas de un color blanco hueso con unas vetas color dorado, plata y azul oscuro, muy oscuro. Mi cama ha sido quitada y ahora hay una más grande, mi biblioteca ha sido movida de sitio y me parece que ahora tiene más libros, la cómoda fue cambiada por una más amplia, con tres espejos, uno en el centro y dos laterales, y hay un candelabro en el techo.
A pesar del dolor que habita en mi cuerpo me dirijo rápidamente hacia mi ropero, al abrirlo el ultimo aliento se escapa de mí, todos mis vestidos han sido llevados y sustituidos por otros, varios de colores primaverales, otros con tonos pastel y algunos con una estilo monocromático. El joyero, es lo que viene a mi mente a continuación, me levanto y camino hacia mi nuevo tocador, al abrir el joyero veo una extensa variedad de collares de plata, zarcillos de los más modestos hasta unos con extravagantes diseños, brazaletes decorados con piedras preciosas, cadenas de oro, y anillos de toda clase, sin embargo, busco, y busco, en cada compartimento del joyero, cada gaveta, cada lugar, cada lado por el anillo de mi padre. No está, también eso me lo han quitado.
- ¡No! -y sin darme cuenta de cómo, el joyero yace reventado en el suelo con todo su interior esparcido en todos lados.
Mi respiración es inestable, estoy agitada, iracunda, mi piel se siente caliente, no sé si es por las emociones o por todo el castigo que ha llevado en las últimas horas, la túnica que llevo puesta me ahoga, debo salir, debo arreglarme, mi coronación está pronta, ¿dónde está el kimono?, volteo hacia la cama y lo veo ahí, elegantemente colocado y con un calzado a juego al los pies de la cama, me quito la túnica y rápidamente me arreglo antes de que los de maquillaje y peinado irrumpan en mi habitación. Entro a mi ropero para no ser interrumpida y cambiarme, al terminar escucho como alguien ha entrado, pero al no oír de inmediato el usual escándalo y cotorreo me inquieta saber quién será. Asomo la cabeza fuera y veo que es Fausto, parado estático frente al joyero destruido. Avergonzada, camino hacia él, sin saber que decir, o si tan si quiera decir algo.
Él se agacha y comienza a recoger toda la joyería, yo inmediatamente le asisto para reunir las joyas también hasta que las hemos vuelto a colocar todas en su lugar.
- Es bueno saber que no has tirado todas las joyas -y me da un pequeño toque en la frente.
Se voltea y marcha hacia la puerta. Yo me miro en el espejo, aun incapaz de poder colocar las piezas juntas del rompecabezas que hay en mi mente este día.
- ¿Qué tal si no logro ser…? -antes de culminar la pregunta me interrumpo yo misma.
Fausto se voltea y camina hacia mí.
- No debes temer, no temas, jamás temas. Estamos en un momento clave en nuestro reino. Tu reino -lleva sus manos hacia las mías-. Te necesitamos mas que nunca, a toda ti.
Las palabras de Fausto me hacen lagrimear un poco.
- No sé si podré hacerlo -respondo encorvándome un poco, llevando mi rostro hacia sus manos.
- ¿Confía a mí?
- Si -asiento positiva.
- Entonces confié en que sé que lo logrará, su majestad.
Las ambiguas palabras de Fausto logran reanimarme. Él lleva sus manos a mi rostro y seca mis lágrimas.
- Los de maquillaje y peinado vendrán en cualquier momento -me advierte, y se retira de mi habitación.
Este hombre es el único además de mi padre que ha podido para mis llantos. Voy a por mi calzado y al tomar uno de las zapatillas no puedo creer lo que ven mis ojos, en mi anular izquierdo está el anillo de mi padre, ¿cuándo?, ¿en qué momento?... Fausto. Sonrió y llevo mis manos al pecho.
- Muchas gracias -digo en voz alta.
Tres toques se oyen en mi puerta.
- Alteza.
Vuelvo en sí. Me coloco las zapatillas velozmente y me paro.
- Pase -ordeno con voz decidida.
Un grupo de cinco mujeres entran a mi habitación. Voy hacia mi tocador directamente. Las mujeres entran en acción de inmediato, me echan delgadas pero varias capaz de maquillaje, para resaltar mis facciones y rasgos, me halan y acomodan el pelo en un pulcro moño y lo decoran engarzándole unos pinzas con diseños florales y de plumas, y por ultimo me colocan un pequeño velo semi-transparente que conecta las pinzas alrededor de mi cabello. No me reconozco a mí misma en el espejo, luzco hermosa, viéndome cada ángulo en la superficie reflectante. Las mujeres comienzan a recoger sus materiales para retirarse así que cuando nadie está viendo hago caer con precaución el velo para cubrirme un poco la frente como quiero. Perfecto.
Las mujeres se retiran y el mismo grupo de hombres que habían entrado al principio del día con Fausto vuelven a aparecer, pero esta vez son solo tres de ellos, no sé si es solo una sospecha pero siento mucho resentimiento emanando de estas tres personas.
El de semblante más joven se dirige a mí.
- Mi reina -me hace una reverencia-. Soy Tobi, nosotros somos los Barones, y representamos a los señores feudales de los tres distritos.
Los Señores Feudales, recuerdo bien a esas viejas alimañas, no puedo permitir que intenten ordenarme que hacer amenazándome con quitar tierras y privar al pueblo de alimentos y demás bienes si no respondo a su voluntad como lo solían hacer con mi padre. Debo ponerlos en su sitio lo más pronto posible.
- Y hemos sido enviados para…
- Hoy es el acto de coronación -le interrumpo.
Veo como el rostro de los otros dos hombres cambia por mi percibida insolencia.
Hoy es un día de unión, para celebrar la envestidura de un poder y el inicio de un nuevo comienzo -prosigo-. Así que díganle a los feudales que cualquier exigencia o demanda que tengan, la tendrán que hacer estrictamente en la junta real que se realizará en los días próximos, en la cual los espero a ellos, personalmente. No hay necesidad de secretismos entre nosotros, ¿cierto? -concluyo.
Si. Si, su alteza -responde Tobi tartamudeando un poco.
Los dos Barones y Tobi se van magullando en voz baja su indignación y se marchan. Doy un último vistazo a mi habitación, a mí misma en el espejo, veo por última vez el cambio, como en menos de veinticuatro horas todo se ha ido fuera de mi alcance, fuera de lo que hubiera pensado, fuera de control, me aterra que todo sea así, pero sin dudarlo más, salgo.
Para mi sorpresa mi sequito se encuentra justo frente a mi puerta, un grupo de al menos diez personas, ninguna de sus caras me parecen familiares, ¿son gente del castillo, o tan si quiera de esta parte del reino?. Varios me indican que debo ir al salón principal.
Al llegar veo que también ha sido cambiado para la ocasión, decorado en un predominante color rojo oscuro, una enorme mesa que va de un lado a otro está colocada en mitad de ella sobre la cual reposan una infinidad de comidas y bebidas, la música está presente en el ambiente con una agrupación conducida por un conjunto de, laúd, citara, lira, arpa y flauta.
Al entrar a la sala todas las miradas se enfocan en mí, puede presentir como la sorpresa, el enfado y un poco de displicencia se difunden en el salón. Un hombre bajo se acerca a mí con una trompetilla y me anuncia.
- Honrad a la princesa, Yoko.
La sala se llena de tímidos aplausos, forzadas reverencias e incomodas sonrisas a medida que avanzó hacia el trono.
La ceremonia se alarga más allá de mi paciencia, comenzando por un largo y extendido discurso dado por un hombre cuyo oficio o relevancia en la reunión no llegue a apreciar, pasando por una comida en la cual solo yo era la menos cohibida en comer, prosiguiendo con una oda a mí, por parte del grupo musical, los acordes eran esplendidos pero la letra parecía estar describiendo a otra persona. Finalmente, concluimos con la, tan temida por todos, incluyendo me a mí, investidura del poder. A falta del Emperador, quien debería estar acá para el nombramiento, el mismo hombrecillo que me anunció al inicio de la ceremonia se acerca a mí, cargando la pesada corona colocada sobre una almohada roja la cual hace juego con el resto de la sala y con mi kimono pero contrasta con el azul de la propia corona y sus varios zafiros. Me agacho levemente para quedar a la altura del hombrecillo. Y tras recitar el breve juramento a la corona, soy nombrada a fin de cuentas.
- Me complace el anunciarles a, Yoko, nuestra nueva reina -anuncia a viva voz el hombrecillo.
Y así sin más, cae sobre mí la misma corona que una vez había usado mi madre. La misma con la cual nos traicionó.