Cuando muy pequeña me tomo un tiempo darme cuenta que no era como mis padres, poco a poco capte que era diferente a Hiro, proseguí a notar que tampoco era como el resto de las niñas, y termino por devastarme el deducir que ni siquiera era como cualquier otro humano. Esta clarividencia fue lo que me hizo aislarme y callar, por años llore en silencio, no como parte de una ideología estoica, sino por mí cobardía, temor a que esto que sabía, aquello que comprendía me hacía distinta, fuese algo malo y repugnante, la causa de que todos me viesen de manera indiferente, la razón tras la cual todas las conversaciones callasen cuando yo entrase a cualquier lugar. Mi padre siempre fue cordial y amoroso, jamás me hizo sentir diferente de él, me amó y yo a él, siempre un hombre familiar, pero, eso no cambiaba la realidad, lo que todos pensaban y yo sabía. Que yo no pertenecía acá.
El carruaje se detiene y puede sentir alrededor una presencia multitudinaria.
- ¿Qué ha ocurrido? -me pregunto.
Al salir de mi transporte una aglomeración de gente visiblemente entusiasmada me vanagloria enardecida, veo sus rostros eufóricos y extasiados por mi presencia. ¿Están contentos de que este aquí?
Entro al castillo seguida de mi cortejo y Fausto, observo el lugar y es tal como me lo imaginaba, exuberancia y derroche en demasía, los techos son tan altos que solo volando podría observar los intrincados detalles que tiene la pintura hecha en las habitaciones, cada una de ellas, y cada salón tiene una plétora de artículos y cacharros de un valor que solo podría imaginar valorar, floreros de porcelana, vajilla de plata, enormes espejos con marcos empotrados, juegos de comedor y antesala de madera fina. Lo que hayo sumamente desagradable y grotesco son los salones y salones llenos de taxidermia, desde animales enteros hasta otros con solo las cabezas de temibles criaturas colgados como trofeos. Inclusive veo un par de fuentes de mármol travertino con diseños de lo que parece ser una clase de Dios marino que colecta y reparte el agua.
- Conozco a un Señor Feudal que palidecería al ver esto -pienso.
Mientras más veo todo este despliegue de superabundancia más desfachatado me parece, sin embargo, doy un segundo análisis a todo y debo reconocer que no hay muchas diferencias entre este castillo y el nuestro.
Las criadas del lugar nos llevan a Fausto y unos pocos miembros de mi sequito a nuestras respectivas habitaciones. Algunos miembros de la caravana son dejados afuera, lo cual, no me parece para nada bien, pero no puedo hacer nada al respecto. ¿O acaso puedo?. Mis aposentos, al igual que todo, no desentona, el dispendio está a la orden del día, cortinas de seda fina, un enorme ceibo con un espejo del mismo tamaño, floreros con grandes ramilletes de flores, varios muebles con cubierta de cuero y hasta un busto con la cara de uno de los Marqueses. Me acerco a la escultura y noto que abajo está inscrito el nombre, “Darius” leo, por el delgado bigote y las acicaladas pero velludas patillas creo reconocer se trata del modesto Márquez.
- Genial, tú serás mi compañía -digo, desdichada.
Unos pocos sirvientes traen a la habitación algunas de mis pertenencias, el cofre donde se encuentra mi vestuario, otras criadas cargan mi joyero. ¿Por qué tanto alboroto?, no creo estemos acá por tanto tiempo. Veo a Ferdynand cargando junto a otro hombre el baúl con mí vestimenta y lo dejan cerca al tocador. Ya no es el ágil y expresivo bailarín, ahora es un servicial lacayo que ha jurado hacer un voto de silencio y hacer su presencia la más mínima posible. Todos los sirvientes se retiran y antes de él retirarse nuestras miradas se topan, lo que me toma desprevenida, la imponente mirada de sus ojos café me impresiona, lo único que se me ocurre es alzar mi mano con cierta timidez e incomodidad y saludarle. Él me responde con una breve asentimiento de su cabeza y se retira.
Poco después alguien toca a mí puerta. ¿Quién será?
- Pase -digo.
Al pasar se trata de Fausto en un nuevo atuendo, su hakama junto con su sable en su funda. Esto no es bueno, solo le he visto un par de veces con esa vestimenta puesta. Trato de omitir esta impresión y dejarle hablar.
- Majestad, los Marqueses esperan por usted -me informa.
Asiento, me acomodo el vestido y le sigo.
Pasando por los varios pasillos del palacio veo un gran jardín interno repleto de flores y con un árbol de durazno, el cual está fructificando y el aroma de su fruto impregna el aire. Esta locura no tiene fin. En la base del árbol entre la densa maleza me da la impresión de ver a algo, alguien, creo se trata de una pequeña niña cuya apariencia llama mi atención, pero no puedo llegar a examinarla con certeza, ya que Fausto me distrae.
- Por acá su alteza -me indica.
Y le sigo, dejando a la misteriosa niña detrás nuestro. ¿Habrá Fausto visto lo que yo vi?
- ¿Su piel era azul? -me pregunto, inaudita de lo que creo haber atestiguado.
Al entrar al salón, es un cuarto con un predominante color blanco marfil en todas partes, decorado solo con unos pocos cuadros de los miembros de la realeza, de los propios Marqueses, uno que otro jarrón con adornos florares, y un pesados candelabro flotando encima de la mesa, diseñada con un intrincado diseño de líneas. Por mucho es la habitación más modesta y minimalista. Y por supuesto, ellos, cada uno bajo su respectivo cuadro. Es como si hubiesen ensayado este encuentro. Están los cinco vistiendo un jubón de diferentes matices de rojo, un sobretodo de color negro que baja hasta su espalda, de pomposos hombros y con un diseño cocido de puntilla cruzada lo cual le daba a la tela un efecto geométrico y dramático voluminoso, solo tres portan una gorguera para realzar el conjunto. De nuevo, les quedan magníficos sus atuendos. Pero me fijo en que hay de igual manera cinco hombres portando armaduras de metal que cubren a los hombre de cuello a pies, sujetadas por algunos arneses que conectan todas las piezas, portando una espada y cubriéndole las caras un yelmo. Jamás había visto una armadura de semejante diseño. Otra vez, más guardias. ¿Algo va mal?
- Su real majestad, por favor, tome asiento -me ofrece un Marques.
Hago caso omiso, tomo asiento y proseguimos a discutir los asuntos en cuestión. Durante todas las horas transcurridas durante la reunión unos de los Marqueses son más participativos que otros, especialmente Darius, quién propone, a disgusto de sus iguales, el diluir la confederación y volver a formar parte del país de El Emperador, lo cual causa un enorme revuelo dentro del salón. Esa es por mucho la mejor propuesta y la más razonable. La confederación no es más que un pequeño pedazo de tierra en comparación al país del cual solía formar parte, tiene tan pocas hectáreas que inclusive el cultivar en ellas no produce suficiente para el comercio, a penas cubre la cuota para el auto-sustento de sus propios habitantes. Otras ideas que también surgieron fue, donar a la confederación con alguna clase de préstamo para sub-sanear su economía, sin embargo, la forma en que este préstamo será devuelto no es mencionado en lo absoluto, otro plan es un poco la antítesis de lo que Darius plateo en primer lugar, que la confederación se diluya, pero, que se unan a Dysis, mi país. Por supuesto, esto solo les beneficiaría a ellos, serían parte del país más grande y poderoso del reino, por la distancia entre ambos no podría tenerlos bien vigilados y podrán hacer de las suyas, recibirían insumos económicos, los cuales, sé, usarán para fines lucrativos, y tras pertenecer a nuestro terreno estarían protegidos de cualquier posible intento de reconquista de El Emperador.
">Esto solo se reduce a sus puestos, al disolver la confederación y no tener tierras, saben que no podrán acudir al Emperador y pedir por su piedad, serán dejados de lado por él y pasarán a ser ciudadanos comunes y corrientes, y de yo intervenir en esto él lo vería como otro ataque a su dignidad, primero mi padre y ahora soy yo quien le humilla, eso no acabaría bien por ningún lado. ¿Qué debo hacer?. La reunión me parece mucho más agotadora que las anteriores, las horas parecen pasar mucho más lentas y con más pesadez, mi cerebro comienza a embolatarse con dudas e incógnitas. ¿Será por qué esta vez, sea cual sea la opción que tome será definitiva?. Giro el anillo de mi padre sobre mi dedo. Padre, en esta clase de situaciones, ¿qué harías tu?, nada tiene sentido para mí en este instante.
- Debo pensarlo -sentencio, ferviente y segura.
- Pero, su majestad… -inicia tímido, uno de los Marqueses.
- Durante la reunión ninguna de estas propuestas fueron mencionadas, no puedo tomar ninguna decisión apresurada, hay muchos otros puntos y asuntos que requieren de mi presencia inmediata durante mi gira por el reino, les informaré de mi decisión -dictamino.
Todo el salón se sume en un silencio absoluto, nada más rostros que retienen frustración y desanimo. Me levanto de mi asiento y me dirijo a la puerta.
- Caballeros -entono despidiéndome y hago un breve reverencia.
- Mi reina -me contestan los Marqueses fútilmente enmascarando el rencor tras sus palabras.
No obstante, Darius es el único que alza su rostro hacía mí, desafiante y vívido, me asienta, como diciéndome “usted sabe que hacer”. No le devuelvo el gesto, puesto que es mentira, no sé qué hacer. Quizá lo más prudente sería consultar esta decisión con el propio Emperador, aunque de eso si estoy certera cuál será su respuesta. Fausto y yo cruzamos el pasillo.
- La disolución de la confederación parece ser la decisión más adecuada para sus habitantes, y la menos dañina para nuestro territorio o economía -manifiesta Fausto.
Quedo admirada por la suposición de Fausto. Entonces coincide con lo que he decidido. Lo cual me recuerda, aún no he compartido con él la información que Roner me dijo al acabar la reunión. ¿Debería notificarle de este suceso?. Divago y me debato entre si decirlo o no esta sustancial información. De la nada, un aroma invade mis sentidos y doblega el laberintico rompecabezas que ha conquistado mi mente y solo una idea llega a mí.
- La chica -grito para mis adentros.
Apresuro el paso y el girar el pasillo me encuentro con el mismo jardín donde la había visto, me dirijo al frente buscándola, pero no hay rastro de ella, no contenta con esto, y sin pensarlo mucho, me acerco al lugar y busco determinada entre las variadas flores, el denso pasto y hasta revuelo las ramas del duraznero pero no hay rastro de la enigmática chica. ¿Habrá sido imaginación mía?. Desciendo decepcionada. Podría jurar haber visto a alguien acá. Al caminar me devuelvo al lado de Fausto, él me ve extrañado y pensativo.
- ¿Ha pasado algo su majestad? -me interroga.
- No, creí haber visto algo -digo torpemente.
Mi evidente mentira no podrá de ninguna manera engañar la natural suspicacia de Fausto, mucho menos después de mi inusual episodio. Ahora, dadas las circunstancias, comentarle acerca de lo ocurrido en la barrera no es lo más sensato. ¿Por qué no le dije antes?, ¿por qué no pude dejar mi orgullo a un lado y decirle?. Mientras más demore esta charla más se volverá un problema cuando lo haga finalmente. No le he mentido ni le estoy mintiendo, solo estoy reservando todo para mí y así meditarlo yo misma, sin olvidar que esta clase de detalles puntuales me conciernen más a mí que a él.
Llegamos a la puerta de mi habitación.
- Informare a su sequito que partiremos mañana a primera hora.
- Puedes decirles que vengan a recoger mis pertenencias ahora mismo y así ahorrarnos tiempo mañana.
Fausto asiente y se retira.
El tiempo ha volado dentro de esas endemoniadas cuatro paredes. Cierro la puerta tras mío y cierro mis ojos tratando de silenciar el escándalo que hay en mi cabeza en el momento, exhalo una letárgica bocana de aire, mueve el cuello lentamente para relajar mis músculos, y puedo oír como mis huesos y coyunturas resuenan con el movimiento circular. Llevo ambas manos detrás de mí cuello y lo froto, en un intento de reducir la tensión, resultando totalmente trivial para lo que vería a continuación. Giro mí cabeza y veo que el busto de Darius ha sido atravesado con un estilete. Veo atónita el violento acto, me acerco precavida hacia la estatuilla viendo a todos lados buscando por indicios de alguna clase, tomo el estilete, lo saco de su lugar y veo su particular diseño para terminar dejándolo sobre el escritorio cercano.
¿Quién podría hacer esto?, ¿habrá sido esto solo el acto irracional de algún sirviente molesto del palacio?, de ser así, entonces, ¿para qué dejar la evidencia en el lugar?, cualquiera sabría que esto causaría revuelo de yo testificarlo, de cualquiera verlo, de hecho, quizá era importante que yo misma lo viese, todos saben que esta es mi habitación, sin embargo, ¿por qué hacerlo ahora?, ¿acaso inclusive haber colocado la escultura aquí para yo verla, antes y después, era parte de lo planeado?, ¿es esto una clase de amenaza?, no, es una promesa.
- Debo informarle a Fausto lo más pronto posible -clamo.
Alguien toca la puerta.
- No puedo dejar que nadie vea esto.
Y casi por instinto, tumbo la figura al piso, reventándose en pedazos.
- Pase -digo.
La puerta es abierta de par en par y alguien entra.
- Mi reina, ¿se encuentra bien?
Esa voz, me parece familiar. Volteo y veo a Ferdynand, boquiabierto por lo que atestigua.
- Me sorprendiste -es lo que se me ocurre decir.
- Lo siento, su majestad -me responde.
Maldicion, ¿acabo de echarle la culpa por lo que yo hice?
- No, no, no, no fue tu culpa, estaba tan concentrada viendo la escultura que no pude evitar poner mis manos encima, y la deje caer -rectifico nerviosa.
Ferdynand asienta a mi contestación y se acerca a mí, lo que me hace sentir un poco intimidada por su gran estatura y su regio semblante, se agacha al piso y comienza a recoger los restos rotos pedazo a pedazo. Yo también me uno para asistirle, mientras recolectamos todas las piezas. Él toma en sus manos el trozo intacto con el punto penetrado totalmente intacto. ¡Maldición!. Lo tomo de sus manos arbitrariamente antes de que le analice demasiado, lo que hace que él se arredra.
- Nadie puede saber acerca de esto -le indico.
Él solo se limita a asentir con fuerza.
Al acabar de recoger todas las piezas, Ferdynand toma uno de los floreros, saca las rosas, metemos dentro del jarrón todos los fragmentos, coloca nuevamente las flores en su lugar, y lo acomoda sobre el vacío dejado por el busto. Miro quisquillosa por los alrededores en busca de algún trozo suelto, pero no veo nada, es como si nada nunca hubiese pasado. Dejo de buscar por cualquier imperfección y al ver a Ferdynand él está observando el estilete que he dejado sobre el escritorio, y al percibir que le he visto desvía la mirada rápidamente. Demonios, ¿qué debería decirle?
- No he sido yo -me apresuro a decir.
Maldición, ¿qué he hecho?, al decir que no he sido yo implique abiertamente que ha sido obra de otra persona, ¿de quién podría él pensar?, ¿sabrá él quizás algo al respecto?.
Cuando intento acercarme a él para tratar de reordenar los eventos y poder hablarle para convencerle de guardar silencio, alguien toca a la puerta y soy interrumpida. Me incorporo.
- Adelante -digo, afable.
Otro par de criados entra a mi habitación, Ferdynand velozmente acude al grupo y se mezcla entre ellos tomando el baúl, mi joyero, y calzado junto a las criadas y en un parpadeo están todos fuera de mi habitación. De nuevo, es como si nada hubiese pasado, como si nunca hubiese estado aquí en primer lugar. Pero alguien si sabe que estuve aquí.
Tomo el estilete y salgo de mi habitación corriendo. Cruzo el pasillo, me dirijo a la puerta de Fausto y abro sin pensármelo dos veces. Veo a todos lados y no hay rastro de él. Maldición, ¿adónde podrá estar?, ¿sabrá algo de antemano?
- Debo encontrar al Marques -bramo.
Al salir corro por los largos pasillos, atravieso varios de los salones. ¿Dónde demonios estoy?. Me topo con un miembro de la servidumbre del palacio.
- Majestad -dice, sorprendida.
Me acerco a ella.
- ¿Dónde se encuentran los Marqueses? -le interrogo bruscamente.
- Su alteza -dice exaltada.
- Darius, ¿dónde se encuentra Darius? -le inquiero, fúrica.
Un poco temblorosa por mi arrebato solo me señala en dirección a un pasillo.
Cruzo por el corredor y nuevamente ese dominante aroma impregna el ambiente, me dirijo hacia la fuente y me encuentro del otro lado del jardín interno, y ahí le veo. Es ella de nuevo, la niña con piel azulada, me absorto totalmente por su peculiar imagen, camino hacia ella con lentitud, distraída, analizando cada detalle, su piel es de un color cerúleo que hace juego con su cabello de un tono endrino con un cierto matiz grisáceo más apagado, recogido en dos largas coletas, viste una clase de chilaba de tonalidad cian. Mis pies hacen ruido al rosar con la abundante maleza y hace que se voltee, la veo, ahí, agachada, vehemente con gesto inexpresivo recolectando flores con una canasta tejida, me mira y se levanta, aparenta ser más joven que yo, lo que me intimida un poco, no por su extraordinario aspecto, sino por la sensación que su presencia me causa. Un sentimiento de familiaridad. Consanguineidad inclusive. ¿Será posible?.
- ¿Qui… Quién eres? -farfullo un poco apurada y temerosa.
Ella no emite el más mínimo sonido o expresión alguna, dedicándose nada más a verme con mirada muerta, pero sin intención de verdaderamente mirarme, como si ni siquiera me reconociera como una persona o un ser, doy un paso hacia adelante y ni se inmuta, doy otro paso y finalmente se mueve. La observo cuidadosa. Ella solo toma la canasta de flores y sube el escalón para retirarse del jardín.
- ¿Adonde vas?, ¿cómo te llamas? -le interrogo a viva voz.
Ella se detiene instantáneamente, pero por la misma razón que yo, una trémula silueta sombría se escabulle rápidamente por la pared. ¿Qué fue eso? No logre observar con claridad y antes de divisar qué es, la temblorosa silueta ha desaparecido en el pasillo.
ul>Sin pensarlo dos veces me elevo y vuelo en dirección hacia el corredor. ¿Será eso lo que irá detrás del Marques? Me distraigo y sin darme cuenta soy opacada por una sombra que se forma encima de mí.
- ¡Maldición!, está encima mío.
Alzo la vista y me desconcierto al ver que se trata de ella, la joven de piel azulada, está volando igual que yo. Puede usar magia también. La sigo aprensiva estudiando hacia donde se dirige, pero es tan rápida que la pierdo por un momento. Pocos segundos después logro alcanzarla y la veo parada estáticamente frente a una puerta abierta, desciendo y tomo distancia de ella
- ¿Qué paso?, ¿dónde está? -le pregunto.
A lo que no recibo ninguna respuesta. Me acerco cautelosa, al estar frente a ella y ver dentro de la habitación siento una punzada en mi estomago que me hace dar fuertes arcadas y que la sangre se me hiele. El techo, las paredes, el interior de la puerta, todo el inmueble, sangre, todo cubierto en ella, con el degollado torso de Darius en el piso. Hemos llegado demasiado tarde.
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