Conde De Rivarol
Todo nuestro cuerpo, desde lo más profundo de nuestras células tiene ese poder de organizar nuestra experiencia en la vida. Lo que da paso al conocimiento y a la consciencia como ejes fundamentales en la cotidianidad. Forjando el mundo en que vivimos. La realidad en la que nos desarrollamos. Día tras día.
Muchos de nosotros pasamos de largo sin contemplar el porqué somos como somos. ¿Por qué tomamos las decisiones que tomamos? Y si realmente ¿Esperamos algo en concreto con ellas o solo son una mera respuesta improvisada de nuestras funciones cerebrales? Son tantas las preguntas y pocas las respuestas que el hombre ha dedicado cientos de años de estudio a la comprensión y diagnóstico de la mente. Y actualmente. Sigue siendo un misterio para nosotros pese a los grandes avances a lo largo de los siglos.
Mucho se habla de las amenazas latentes que enfrentamos todos a diarios como especie. Unos nos hablan de una inevitable catástrofe natural. Otros de la proliferación de armamento nuclear. Otros nos hablan de una eventual tragedia conducida por el interminable conflicto político en la sociedad globalizada. Y otros del hambre, así como de epidemias modernas.
En este último punto se ha debatido mucho sobre que clase de enfermedades podríamos enfrentar en el futuro. Y se han señalado todas las clases posibles de virus y sus diversos orígenes. Que abarcan desde la negligencia científica hasta terrorismo biológico. Creando un sentimiento de pánico generalizado sobre cada país del mundo. Cuyos gobiernos se blindan de formas inimaginables para la protección de la salud pública. Mientras sus ciudadanos establecen un patrón de vida regido por el miedo al contagio. Al aislamiento. Y al sobrevivir a un enemigo fantasma que no conocemos. ¿Pero si te dijera que ese enemigo vive más cerca de lo que crees? ¿Serías capaz de creer que eso que tanto miedo te produce está dentro de ti desde el momento en que naciste? Y que te forma. Te hace hombre. Mujer. Y te mantienen en un propósito auto definido.
Los invito a que, a través de estas líneas, descubran la historia de la última enfermedad que azotó al mundo.
Viviana era en apariencia una chica común de la ciudad. Pero no era así. Por dentro era una persona completamente atormentada por su pasado. Los años pasaban y la oscuridad que se escondía en su interior solo crecía, haciéndose cada vez mas fuerte y pesada su carga emocional. Huérfana. Y con un padrastro que abusaba de ella. Viviana huyó de su casa a temprana edad, viviendo en la calle por mucho tiempo. Allí se refugió en las drogas. Pues aquellas eran las únicas capaces de desaparecer el dolor que atravesaba. Las únicas que podían hacerle olvidar la realidad, alejarla de todo y hasta conciliar el sueño. Esquivo durante tanto tiempo. Sin embargo, evadir la realidad no fue una solución permanente ni efectiva para ella. Al verse envuelta en un mundo de adicción y pobreza. Viviana solo podía sobrevivir a una existencia salvaje y autodestructiva a través de la delincuencia. Robando todo lo que pudiese. Desde comida hasta dinero, todo para volver a caer en el circulo del consumo y vicio.
Un día. Las cosas no salieron nada bien. Y en uno de sus característicos robos. Se sobrepasó en una violencia desmedida. Quizá por las drogas. O por el resentimiento dentro de ella que la llevaba a odiar el mundo. Ella nunca supo cuál era la respuesta. Tal vez un poco de ambas. Lo cierto es que aquel día. Viviana había cruzado la línea. Cobrándose la vida de una joven presa del miedo por la situación.
Con sangre en sus manos. Y culpable por cegar la existencia de una inocente. Viviana fue recluida en una cárcel durante seis años. Pasando por un difícil proceso de intoxicación. Durante su estadía en la cárcel, se volvió más contemplativa, reflexiva e inclusive llegó a apaciguar su ira.
Una vez en la calle, Viviana intentaba reinsertarse al mundo, sin éxito. Sentía que no encajaba. Marcada con una cruz para siempre. Señalada y rechazada por una sociedad que desconfiaba de su redención. Lo que la llevó a refugiarse en la soledad. Cerrada completamente a otras personas. El resto del mundo no existía para ella. Y de llegar a existir, de seguro no quería formar parte.
Al menos así era. Hasta que llegó el.
Marcos era por contrario, el ejemplo a seguir de la sociedad. Abogado. Exitoso. Procedente de una familia de buenos valores. Con tres hermanos. Dos varones y una pequeña hembra. Siempre exigiéndose lo mejor de si mismo. Lo que causaba una completa admiración en todos quienes lo conocían. Una vez que se sintió preparado para el mundo. Salió en su conquista. Y así parecía que lo había logrado. Conoció a una hermosa mujer. Sonia. Y tras un par de años en la relación. Decidió pedirle matrimonio. La boda fue espléndida. La luna de miel. Inolvidable. Marcos vivía el mejor momento de su vida al enterarse tan solo un par de semanas después de casarse que sería padre. La felicidad había llegado al punto más álgido y parecía llegar para quedarse.
Pero no fue así. La preeclampsia. Una grave condición surgida dentro del embarazo. Le arrebató a Marcos tanto la posibilidad de ser padre como la de seguir junto a la mujer de su vida. Perdiéndolas a ambas.
Marcos perdió todo interés en el mundo. Sumergiéndose en una profunda depresión. La alegría que lo caracterizaba se había esfumado. El optimismo por el mañana que siempre tuvo, había desaparecido. No había nada. Estaba lleno de dolor. Tristeza e ira. Ira con el mundo por no entender su pesar. Ira con Dios por haberle arrancado la esperanza. Ira consigo mismo al no encontrar una solución a su pena.
Convertido en un completo extraño tanto para el mismo como para su familia. Marcos se encerró en sí mismo, prohibiéndose sentir de nuevo cualquier cosa que le recordara lo que se sentía estar vivo.
Al menos así fue hasta que la conoció a ella.
Nadie sospecharía nunca que aquella noche traería consigo todo lo que el mundo tendría que soportar. No hubo presagios. Ni profecías místicas. Ni señales apocalípticas. Aquella noche llegó a la vida de todos como una más. Cuando de repente la oscuridad cayó sobre cada ciudad de la tierra. Y envolvió a todos con una nube de tristeza y lágrimas como nunca antes se habían visto en la historia de la humanidad.
Nadie comprendía lo que estaba pasando. Solo ocurría y el mundo caía victima del pánico. Los noticieros de cada país. Cada idioma. Nos hablaban simultáneamente de una ola de suicidios a nivel global. Miles de personas habían decidido quitarse la vida aquella noche. El caos. Los gritos y los llantos de los familiares y seres queridos se habían convertido en el sonido dominante. Nadie podía explicar nada. Ni la ciencia ni la religión daban crédito a lo que el mundo estaba observando.
Viviana y Marcos fueron parte del grupo de personas que sufrió la crisis de depresión que conllevó a sus intentos de suicidios. Sin embargo, ambos fueron infructuosos. Sus vidas fueron salvadas por los cuerpos de salud. De hecho, fueron un par de los muy pocos que lograron salvarse aquella noche.
Una vez estables. Sus médicos decidieron remitirlos a una institución psiquiátrica para confirmar que todo estuviese bien con ellos. Así como para intentar comprender que fue lo que ocasionó aquella depresión masiva en miles de personas.
Se conocieron ambos en aquel recinto. Marcos llevaba un par de días más que Viviana. No se soportaron al principio. El, tan mojigato y con aires de superioridad. Ella, tan rebelde, irrespetuosa y altanera. No eran precisamente las personas más compatibles del universo. Sin contar que el proceso de estudios y evaluación fue extremadamente agotador. Pero a pesar de haber empezado con el pie izquierdo. El recelo entre ambos empezaba aligerarse con el tiempo que pasaban allí.
Afuera. El resto de la humanidad seguía perplejo. Y sin poder explicar lo que había sucedido. Las opiniones se dividieron en dos polos. Por un lado. Estaban los que observaban con preocupación el hecho y nos alertaban de una anomalía de conducta en los seres humanos. Mientras los otros intentaban minimizar el riesgo catalogándolo como un “Acto de histeria colectiva” Así. Empezó a debatirse en qué demonios nos habíamos metido.
Marcos enviaba cartas a su familia. Esperanzado de que pronto podría salir de allí. Viviana, lo miraba con cierto dejo de envidia. Mientras le comentaba que era muy afortunado de tener familia a quien escribirle. Cada noche, compartían historias. Anécdotas y hasta chistes. Viviana bromeaba con que se alimentaba mejor el centro de salud de lo que había hecho en toda su vida. A lo que Marcos le respondía bromeando que como eran un par de locos capaz la comida era un producto de su imaginación.
Podía observarse en aquellos momentos. Esos de risas y reflexiones. Como ambos a pesar de sentirse tan perdidos, guardaban un grano de esperanza por el futuro en sus corazones. En un reflejo mismo de cómo funcionaba la vida. Te golpea. Una y otra vez. Pero siempre sacas fuerzas para levantarte de nuevo. Sigues adelante. Sigues con más fuerza.
Los meses pasaron y pese a las esperanzas de Marcos y Viviana. El día que saldrían de allí estaba lejos de llegar. Surgían noticias de como a nivel mundial, las personas empezaban a presentar ataques de pánico. De Ira. Y alucinaciones. Los institutos psiquiátricos poco a poco empezaron a llenarse a plenitud. Al punto de que muchos se negaron a recibir más pacientes. El caos se apoderó de las calles. Los saqueos. Motines. Toques de queda. Gobiernos culpándose unos a otros de lo que aseguraban que era una “Guerra epidemiológica” Religiosos hablando del Armagedón. Fundamentalistas celebrando el final de los tiempos para los “Infieles” que estaban destinados a destruirse unos entre otros. En fin. Toda una gama de opiniones y voces que gritaban para escucharse más que las otras. Haciendo los gritos que fuese imposible poder escuchar siquiera una de ellas.
Las cosas también empeoraron para Marcos y Viviana. Quienes empezaron a experimentar de igual forma los ataques de miedo, ira. Episodios de euforia. Depresión y hasta alucinaciones. Las reacciones de ambos fueron tan intensas que fue necesario separarlos para evitar que se hicieran daño.
Los ataques de pánico surgieron casi simultáneamente para los dos. En lo que fue sin duda el inicio de muchas noches difíciles para Marcos Y Viviana. Llegó el sentimiento de fatalidad. De la muerte ineludible. De que todos estábamos condenados a la peor de las suertes en este infierno de delirios y temor. Paralizados. Sudando frío y con el corazón palpitando a máxima potencia. Los doctores solo pudieron calmarlos con altas dosis de ansiolíticos. Pudiendo dormir un par de días en plena tranquilidad.
Pero los problemas continuaron. El miedo que los dominaba pasó a convertirse en una conducta agresiva contra todo aquel que estuviese a su alrededor. Golpeaban a los doctores cuando se acercaban. Rompían los objetos que tenían a su alcance. Comenzaron a usar lenguaje ofensivo y se rehusaban a comer. Este etapa duró cerca de 30 horas en ambos. Y las dosis de tranquilizantes y de continuos intentos de los terapeutas de calmar su ímpetu, se convirtieron el signo de un bucle de tiempo que se dio una y otra vez.
Al finalizar el episodio de agresividad. Comenzaron a alucinar. Marcos podía ver claramente a su esposa muerta. Recriminándole una y otra vez que no hizo nada para salvarla. En shock y asustado. Le respondía. Pidiendo perdón por no haber hecho más por ella.
Por su parte Viviana era atormentada a su vez por dos espectros de su pasado. Su padrastro abusivo. Quien le hablaba comentándole que la extrañaba. Que nada de eso le hubiese pasado sino lo hubiese abandonado. Le pedía que volviera a casa y le tocaba las piernas con una mirada aterradora. Tras mucho gritar. retorcerse. Suplicar y perderse en lágrimas, la visión del repulsivo hombre se desvanecía para dar paso a aquella joven que había asesinado.
Recriminándole que la había arruinado. La visión de la chica le mencionaba que estaba por graduarse, que tenía una bonita familia que la amaba y que se había enamorado de un chico que parecía ser el indicado para ella. Pero ahora no tenía nada. Solo flores en una lápida cada mes. Se burlaba de ella. Diciendo que era injusto que estuviese muerta mientras una basura como Viviana aún tenía el privilegio de respirar.
Dolida por los comentarios de aquella ilusión. Viviana lloraba desconsoladamente. Rogando por su perdón. Y confesando que no había día en que no se sintiese asqueada de ella misma. De lo que es, Y de sus acciones.
Luego de un infierno, los fantasmas del pasado que los torturaban dejaron de oírse. Abrieron los ojos para darse cuente de que ya no estaban allí. Se habían ido. Marcos y Viviana estaban exhaustos. Sin fuerzas y bajo los efectos aún de mucha medicación. Pero eso no fue impedimento para que conversaran entre ellos a través de la pared que los separaba.
Se preguntaron ambos si estaban bien. Y ambos respondieron en llanto. Acercándose al muro para poner sus manos en el, quedando una contra la otra. Intentando tocarse desesperadamente. Rogando que aquella pared se fuese abajo. Pero solo conformándose con llorar juntos. Juntos en la soledad.
Una misión de Sacerdotes había llegado al lugar para presenciar las condiciones en que se encontraban los pacientes de aquel centro. Viviana, Hoy en día escéptica por la fe. En su desespero de sentir paz, pidió a uno de los sacerdotes que la confesara. Marcos en cambio se mostraba reacio a hablar aunque sea con ellos. Le parecía irónico que el Dios todopoderoso que pregonaban al parecer solo se aparece para ser espectador de tragedias. Pese a su desdén por la visita. Uno de ellos tocó su hombro y le dijo que llegaría el día en que su dolor desaparecería por completo. Al punto quizás de ser algo que se perdería en el olvido. Marcos hizo una reverencia y con un dejo de interés se alejó de aquel predicador.
Muchos fueron a visitarlos ese día. Pero ellos no querían vistas. Querían salir de allí.Confundidos. Agobiados y sobre todo con mucho miedo. Marcos y Viviana. Intentaron apoyarse el uno al otro dándose ánimo. Cuidándose y vigilando que no empeoraran sus conductas.
Con el pasar de los días. Notaron en lo más profundo de su ser. Cuanto se necesitaban. Marcos empezaba a ver a Viviana por lo que era. No una chica traumatizada por los abusos del pasado. Ni contaminada por la basura que criminales sin corazón le vendían. Ni mucho menos esa que se atormentaba a si misma por la culpa de haber asesinado a una mujer inocente. Sino a una mujer fuerte. Deseosa de vivir. Y con unas ganas enormes de volver a soñar. Su admiración hacia ella no paraba de crecer ¿O es que no era admiración? ¿Podía ser algo más? Fueron las preguntas que retumbaron en su cabeza por aquellos momentos.
Viviana, había descubierto por su parte el gran corazón de Marcos. Su capacidad de no caer en el abismo pese a tambalearse constantemente en la cuerda floja. Por una vez en toda su vida. Sintió que alguien la comprendía. Que no la juzgaba. Y que la trataba con un respeto y cordialidad como nunca había visto. Pensaba en lo afortunada que debió haber sido su esposa. Y pensó si algún día tendría la suerte de encontrar a alguien como él. Pregunta a la que ella misma se respondió una vez pero que ignoró por completo víctima de un enorme miedo. Y decidió sepultarla dentro de ella para no volver a pensar cosas tan estúpidas. “Solo una estúpida pensaría algo así” Se decía hasta dar por terminado el pensamiento.
Habían pasado ocho meses desde que los internaron y la situación no parecía terminar. La sociedad seguía perdida. Buscando respuestas en todas las áreas sobre él porque del aumento exponencial en padecimientos mentales. Ya se hablaba de ellos como una “Pandemia mundial” Algunos expertos hacían énfasis en lo súbito del fenómeno. Mientras que otros refutaban aquel argumento diciendo que esta epidemia de salud mental no tenía nada de súbito. Que había dado señales previas y que nadie les prestó la debida atención. Después de todo. ¿Cómo era posible que nadie hubiese visto venir esto? Cuando las cifras de enfermedades mentales iban en ascenso cada año. Cuando quisimos menospreciar el impacto de la salud mental sin detenernos a observar que si era tan poca cosa. ¿Cómo era posible que en cualquier rincón del mundo por muy lejano y rural que fuese siempre tenía un centro psiquiátrico? No encontrabas Oncológicos. Cardiológicos ni laboratorios en los pueblos. Sino psiquiátricos. ¿Cómo era posible entonces que esto nos cayera de sorpresa?
Para el décimo mes. La ciencia había comenzado a perder sus esperanzas de encontrar una solución. No había explicación lógica para lo que ocurría. Así que muchos de los internos fueron liberados. Marcos y Viviana entre ellos. La esperanza que una vez mantuvieron de salir, se había concretado. Y ahora se disponían a seguir adelante.
Una vez en la puerta del psiquiátrico. Se miraron fijamente. Hubo un silencio incomodo entre ellos, y luego se abrazaron. Se despidieron y se dedicaron unas sonrisas. Voltearon y tomaron caminos separados. Sin embargo. Ambos sabían que no se habían dicho todo. Y en un momento de arrepentimiento Marcos se volteó mientras Viviana se alejaba. Dudando en llamarla. Detenerla. Correr hacia ella, tal vez. Pero al final miró hacia el suelo y siguió su camino.
Viviana se detuvo para voltear a ver a Marcos. El se alejaba hacia su destino. Y por un momento. Pensó en gritar su nombre. Quizás en correr hacia él. Pero, Viviana no era así. Ella había jurado protegerse de esto. Así que guardó silencio y siguió su camino.
Marcos no supo más de Viviana desde que salieron del Psiquiátrico. Y a pesar de que se encontraba en casa. Con toda su familia, se sentía vació. Faltaba ella. Se preguntaba cómo era posible que aquella mujer irritante que conoció. Ahora era tan imprescindible para él. Buscaba minimizar la nostalgia cada vez que pensaba en ella. Aunque sin éxito.
Viviana volvió a su vida solitaria. A su casa. E irónicamente. Se sentía más agobiada y triste allí que en el psiquiátrico. Pensó en Marcos. En lo mucho que lo extrañaba. Pero luego pensaba en que debía dejarlo ir. Que el estaría mejor sin saber más de ella. Pero luego entendía que ella misma no volvería a estar tan bien sin él.
Se cumplía un año ya del primer incidente. Psicólogos y expertos en el tema. Empezaron a notar un cambio extraño en la actitud de las personas a nivel mundial. A pesar del desastre, a pesar de todo el dolor sufrido en el año. Una ola de optimismo había contagiado a la población. Se reabrieron comercios. Se llenaron los parques. Y los lugares turísticos se inundaban de familias que vacacionaban allí. De repente se empezaba a notar una noción dentro de la sociedad sobre lo frágil de nuestra existencia. Sobre lo necesario que era permanecer juntos. Solidarios y con una visión positiva. Había esperanza dentro de la oscuridad. Y eso motivaba al mundo a seguir. A pesar de las dificultades.
Pero la luz de aquella época solo fue el preludio de un última oscuridad.
Para finales de año. Reportes llenos de alarma viajaban a través del mundo. Llegaban noticias de que un nuevo colapso colectivo se estaba manifestando. Esta vez se trataba de un ataque de amnesia total que afectaba a la población. Ciudades. Regiones. Países completos habían perdido la memoria a totalidad. Siendo inevitable la situación. Se les informó a los demás países no afectados que, analizando la rapidez de propagación de los casos anteriores, dentro de 12 horas toda la población mundial habría perdido sus recuerdos.
La escena que se vivió en las horas siguientes fue parecida a la que la humanidad experimentaba cada 31 de diciembre. Hogares completamente llenos. Familias reunidas en las salas de sus casas. Abrazados. Mirando el reloj. Esperando la ineludible llegada del fin.
Marcos se encontraba al igual que el resto del mundo, junto a su padre. Sus hermanos. Las esposas y los hijos de ambos. Así como junto a su pequeña hermana. Sonaba algo de música alegre de fondo. Compartían lo que sería la última cena que sus memorias registrarían. Sonreían. Y se mantenían con la respiración contenida y un nudo en la garganta.
Marcos seguía afligido pensando en Viviana. Lamentando que no recordaría nada de ella y que no podría despedirse.
Pensando en todo lo que pudo decirle y no hizo. Justamente, en ese momento. Cuando su mente se encontraba dispersa buscando resignación. Sonó el timbre de la casa. El padre de Marcos abrió la puerta.
y allí estaba ella.
Viviana.
La miró fijamente. Igual ella hizo con él. Marcos se levantó de la silla y Viviana se fue acercando. Lentamente. Hasta el punto de estar cara a cara. Hubo un silencio ensordecedor, de esos que no ameritan palabra alguna para describir o demostrar algo. El lo sabía. Ella también. Así que en lugar de una declaración. En lugar de perder las horas que faltaban para el final con simples palabras. Ambos se besaron. Y por algunos minutos. La vida parecía más alegre. Y en aquellos minutos, se sentían tan felicies de estar vivos. En aquel lugar. En ese instante el futuro parecía posible.
Se miraron a los ojos. Y rieron. Se tomaron de la mano y frente a la mirada asombrada de la familia de Marcos. El la presentó. Se sentaron en la mesa. Y las conversaciones entre todos se dieron con mayor potencia. Más alegría. Las sonrisas dibujadas en los rostros de Marcos y Viviana se contagiaron rápidamente entre los demás familiares.
¿Por qué las sonrisas no pueden ser una epidemia también? Hubiese sido una forma maravillosa de despedir al viejo mundo. Aunque de alguna manera si lo fue. El universo se borraría de nuestras mentes con las sonrisas de muchos. Esas sonrisas que luchan contra la adversidad. Las que curan todo. Absolutamente todo. El antivirus más eficaz y menos valorado de nuestra especie.
Faltaban minutos ya. Todos en sus hogares dirigían sus miradas finales a sus relojes en la pared. O en sus teléfonos. Había quienes se resignaban a recibir el fin en casa. Como una pareja de ancianos vecinos. Quienes decidieron bailar el vals de su matrimonio en plena calle por última vez. Viviana empezó a notar como todas sus memorias pasaban como un destello frente a sus ojos. Lo bueno. Lo malo. Lo triste. Lo alegre. Lo doloroso. Lo aliviador. La culpa. La redención. Todo en un constante flash que iba haciendo borrado inmediato en su mente.
Miró a Marcos. Quien experimentaba lo mismo. Veía su vida pasar en cuestión de segundos para luego tener cada vez más confusas sus memorias. Las manecillas del reloj avanzaban conforme a que su mente se perdía en visiones borrosas e incomprensibles. El rostro de su padre. Las sonrisas de sus hermanos. Los ojos de Sonia. El ataúd negro en su funeral. Su intento de suicidio. Su encuentro con Viviana. Las risas. Las conversaciones. El beso de esta noche. Desvaneciéndose todo en cuestión de segundos.
El reloj marcaba que se habían cumplido las 12 horas. Y fue así que el mundo se quedó en blanco. Todos en la casa cerraron los ojos para luego abrirlos y encontrarse con los rostros de quienes tenían al lado. Confusos. Desconocidos. Y hasta asustados.
Marcos y Viviana se miraron mutuamente buscando reconocerse. En silencio. No hicieron más que contemplarse. No sabían quienes eran. Pero tenían esa sensación de haberse conocido desde siempre. La pequeña hermana de Marcos, asustada sin entender nada de lo que pasa, toma las manos de ambos. Quienes miran a la pequeña por un minuto para luego volverse a ver y compartir una muy tímida sonrisa. Justo como la que compartieron al salir del psiquiátrico
.
Los ojos de Viviana se llenaron inexplicablemente de lágrimas ante la mirada de un desconcertado Marcos. El último gran romance de la sociedad que tuvimos, Los últimos enamorados del mundo como lo conocíamos, solo se limitaron a quedarse en silencio. Si alguien hubiese sido capaz de recordar, de seguro les habrían dicho lo feliz que se veían juntos.
La memoria se había ido. Pero evidentemente los sentimientos seguían allí. El amor seguía allí. Y es que no importa que tan apocalíptico sea el momento. Si queda amor sobre la tierra, habrá vida. Y mientras haya vida. Hay esperanza. Esa que nos ayuda a recibir los golpes del destino y que nos guía a seguir adelante. Seguir más fuertes.
Seguir unidos…
Es esa misma esperanza, la que lleva a creernos que este no fue el fin del mundo.
Sino el comienzo de uno nuevo...
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