José Andrés, un niño de 10 años con una imaginación desbordante y manos rápidas como el rayo, tenía una habilidad que dejaba a todos maravillados. Mientras sus amigos disfrutaban de los juegos de video y las aventuras al aire libre, José Andrés encontraba su pasión en un rompecabezas colorido: el cubo Rubik 7x7.
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Todo comenzó un día cuando vio un video de un campeón mundial de cubos Rubik resolviendo el intrincado 7x7 en cuestión de minutos. Desde ese momento, quedó cautivado. Sus padres, al ver su entusiasmo, le regalaron un cubo Rubik 7x7 para su cumpleaños. Con una mezcla de emoción y determinación, José Andrés se dispuso a dominarlo.
Al principio, resolver el cubo parecía una tarea imposible, pero José Andrés no se dejó intimidar. Pasaba horas viendo tutoriales, aprendiendo las técnicas y algoritmos necesarios para resolver cada capa. Poco a poco, sus dedos empezaron a moverse con precisión, y los colores comenzaron a alinearse.
Sin embargo, José Andrés no se conformó con simplemente resolver el cubo. Su creatividad lo llevó a un desafío aún mayor: armar banderas. Comenzó con la bandera de su país, Argentina. Con precisión matemática, movía los colores azul y blanco para formar las franjas distintivas, y luego, en el centro, creaba un sol radiante con los colores disponibles. El resultado era asombroso.
Pronto, su patio se llenó de banderas de distintos países, todas creadas con su cubo Rubik. La bandera de Brasil con sus colores vibrantes, la de Estados Unidos con sus rayas y estrellas, y la de Japón con su simple pero elegante círculo rojo. Cada bandera era una obra de arte en miniatura, y cada una contaba una historia de perseverancia y talento.
Su habilidad no pasó desapercibida. En la escuela, sus compañeros y maestros admiraban su destreza. Fue invitado a demostrar su talento en ferias escolares y eventos comunitarios. Los aplausos y las miradas de asombro eran constantes cada vez que mostraba una nueva creación.
Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.