José era un amante del verano y, sobre todo, de las piletas. No había nada que disfrutara más que sumergirse en el agua refrescante y nadar bajo el sol radiante de Buenos Aires. Sin embargo, su entusiasmo por la piscina a veces lo llevaba a subestimar los efectos del sol en su piel.
Una semana de enero particularmente calurosa, José decidió ir a la pileta tres días seguidos. El primer día, disfrutó al máximo, pero olvidó aplicarse protector solar de manera adecuada. Al día siguiente, aunque su piel ya estaba un poco roja, no pudo resistirse y volvió a la pileta. Esta vez, se aplicó protector solar, pero el daño ya estaba hecho y la protección no fue suficiente.
Para el tercer día, la piel de José estaba visiblemente quemada, pero su amor por el agua pudo más. Pese a las advertencias de sus amigos y familiares, decidió ir una vez más a la pileta, pensando que una camiseta sería suficiente para protegerse. Pasó la mayor parte del día en el agua, disfrutando de cada momento, pero al regresar a casa, la realidad lo golpeó: su piel estaba enrojecida, dolorida y caliente al tacto.
Los siguientes días fueron un verdadero suplicio para José. No podía moverse sin sentir dolor, y las quemaduras eran tan graves que tuvo que visitar al médico. Le recetaron cremas y le recomendaron reposo absoluto, además de evitar la exposición al sol durante varias semanas.
Aunque el proceso de recuperación fue largo y doloroso, José aprendió una lección valiosa. Entendió la importancia de proteger su piel adecuadamente y de no subestimar el poder del sol. Cuando finalmente pudo volver a la pileta, lo hizo con una nueva actitud y un gran respeto por el cuidado de su piel. Llevaba siempre consigo protector solar de alta protección, una camiseta UV y un sombrero.
José siguió disfrutando del verano y de la pileta, pero esta vez de una manera mucho más consciente y segura, asegurándose de que nunca más las quemaduras del sol arruinaran su diversión.
Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.