En un barrio tranquilo de Buenos Aires, una nueva escuela secundaria abrió sus puertas, prometiendo una educación moderna y centrada en el pensamiento crítico. Fernanda, una estudiante de catorce años, comenzaba su primer año en esta institución, llena de emoción y expectativas. Poco sabía ella que detrás de las fachadas brillantes y las promesas de innovación, se escondían prácticas de adoctrinamiento que transformarían su forma de ver el mundo.
La primera señal de alarma para Fernanda fue el discurso del director el primer día de clases. En lugar de las palabras inspiradoras que esperaba, el director habló extensamente sobre la importancia de la lealtad absoluta a los ideales de la escuela. Cada asignatura, desde matemáticas hasta historia, estaba diseñada para inculcar una visión muy específica del mundo, una en la que no había espacio para el cuestionamiento o la disidencia.
Las clases de historia se convirtieron en lecciones de propaganda, donde los eventos históricos se presentaban de manera sesgada para apoyar una narrativa particular. Los maestros evitaban cualquier discusión que pudiera llevar a los estudiantes a pensar por sí mismos. Incluso en las clases de literatura, los libros seleccionados eran aquellos que promovían los valores de la escuela sin lugar para la interpretación personal.
Fernanda, siempre curiosa y con un fuerte sentido de la justicia, comenzó a notar las inconsistencias y la falta de debate en sus clases. Sus preguntas eran constantemente reprimidas, y se le instaba a aceptar las enseñanzas sin cuestionarlas. Esto la incomodaba profundamente, pero al mismo tiempo, le dio la determinación de buscar la verdad por su cuenta.
A medida que pasaban los meses, Fernanda se unió a un grupo secreto de estudiantes que también habían comenzado a notar las tácticas de adoctrinamiento. Juntos, empezaron a investigar y discutir temas fuera del aula, utilizando la biblioteca pública y recursos en línea para aprender sobre diversos puntos de vista. Este grupo clandestino se convirtió en su refugio, un espacio donde podían debatir abiertamente y nutrir su pensamiento crítico.
Un día, Fernanda y sus amigos decidieron que ya era hora de enfrentarse a la dirección de la escuela. En una reunión escolar, durante una sesión de preguntas y respuestas, Fernanda se levantó y, con valentía, expuso sus preocupaciones sobre la falta de diversidad de pensamiento y la imposición de una única perspectiva. Su valentía inspiró a otros estudiantes a unirse a ella, creando una ola de voces que pedían una educación más inclusiva y abierta al diálogo.
La repercusión fue inmediata. Los administradores de la escuela, sorprendidos por la fuerza y la coherencia de los argumentos de los estudiantes, no tuvieron más opción que reconsiderar sus métodos. Se realizaron cambios en el plan de estudios, se promovió el debate y se alentó a los maestros a presentar múltiples perspectivas sobre cada tema.
Fernanda y sus amigos lograron lo que parecía imposible: transformar su escuela en un verdadero centro de aprendizaje crítico. Su historia se convirtió en un ejemplo de resistencia y el poder de las voces jóvenes para cambiar el sistema desde adentro.
Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.
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