El viejo Chevette año 1990 de su padre no era solo un coche; era un pedazo de historia, de recuerdos compartidos, de viajes inolvidables. Cada vez que miraba el auto, podía ver a su padre detrás del volante, cantando canciones desafinadas de los años 80 mientras conducían por los caminos polvorientos de Mendoza.
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Aquel Chevette había sido testigo de innumerables momentos: los picnics familiares en el Parque San Martín, las tardes de verano en el Aconcagua y las noches estrelladas en las Termas de Cacheuta. Pero los últimos dos años no habían sido amables con el vehículo. Desde que su padre enfermó y no pudo volver a conducir, el Chevette había permanecido estacionado en la calle, acumulando polvo y deteriorándose con cada día que pasaba.
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Antes de fallecer, su padre le hizo a Rodrigo un regalo que cambiaría su vida. Le entregó las llaves del Chevette, junto con una mirada llena de amor y esperanza. "Cuida de él", le dijo, "como cuidaste de mí".
Rodrigo sabía que restaurar el Chevette sería un trabajo arduo, pero también era una forma de honrar la memoria de su padre. Durante meses, dedicó cada minuto libre a trabajar en el auto. Aprendió a desarmar el motor, a pulir la carrocería y a reconstruir cada pieza con sus propias manos. Cada día de trabajo era un homenaje a su padre, una forma de mantener viva su presencia en su vida.
Hubo momentos de frustración, cuando alguna pieza no encajaba o cuando parecía que el Chevette nunca volvería a ser el mismo. Pero también hubo momentos de alegría, como cuando el motor finalmente rugió de nuevo y el coche se llenó de vida. Rodrigo sentía que, de alguna manera, su padre estaba con él en cada giro de la llave, en cada acelerón.
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Finalmente, el día llegó. El Chevette estaba completamente restaurado. Brillaba bajo el sol, tal como lo recordaba en sus mejores años. Rodrigo se subió al coche, puso las manos en el volante y, por un instante, pudo sentir el abrazo cálido de su padre.
Arrancó el motor y empezó a conducir, con el corazón lleno de orgullo y nostalgia. El Chevette no era solo un coche; era el legado de su padre, una prueba del amor y la dedicación que habían compartido. Y mientras recorría las calles de Mendoza, supo que su padre estaría siempre con él, en cada kilómetro del camino.
Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.
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