Había una brisa suave aquella tarde de 2016 cuando Harry se arrodilló en el piso del parque, abrazando a sus dos hijos, Emma y Lucas. Emma, de cinco años, miraba la cámara con una sonrisa radiante mientras sostenía un peluche desgastado que nunca dejaba. Lucas, de dos años, estaba sentado en el regazo de Harry, mirando distraídamente una mariposa que pasaba.
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Harry sabía que aquel momento sería especial. Estaba a punto de embarcarse en una nueva aventura laboral en Curazao, un lugar tan distante que parecía casi irreal. Sentía la mezcla de emoción y melancolía inundar su corazón. Sabía que no sería fácil estar lejos de su familia, pero también entendía la importancia de aprovechar la oportunidad que le ofrecían.
El chasquido de la cámara capturó la esencia del momento. La sonrisa de Emma, la curiosidad de Lucas y la cálida expresión de amor y orgullo en el rostro de Harry quedaron inmortalizadas. Sería la última foto que se sacarían juntos antes de su partida.
Durante los primeros días en Curazao, cada vez que Harry miraba aquella fotografía, sentía una oleada de energía y determinación. A pesar de la distancia y la nostalgia, su corazón estaba ligado a su familia. Esa imagen era su ancla, su fuente de inspiración y fortaleza.
Los meses pasaron y, aunque el trabajo era demandante, Harry se aseguraba de mantener contacto constante con Emma y Lucas, compartiendo historias y risas a través de videollamadas. Siempre les recordaba la promesa que se había hecho a sí mismo: volver a casa con más historias y experiencias para compartir.
Y así, la última foto se convirtió en un símbolo de amor, compromiso y esperanza, recordándoles a Harry, Emma y Lucas que la distancia nunca podría desvanecer el lazo inquebrantable que los unía.
Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.