En el bullicioso barrio de Flores, había un vecino peculiar que todos conocían por su inusual manera de lidiar con las travesuras de los perros del vecindario. Don Raimundo, un hombre de setenta años con un sombrero siempre presente y un bigote bien cuidado, vivía en una casa con una puerta vibrante que destacaba entre las demás. Sin embargo, lo que realmente llamaba la atención eran los numerosos papelitos con mensajes que Don Raimundo pegaba en su puerta, reclamando a los dueños de los perros que no se orinaran en su entrada.
Cada mañana, antes de salir a comprar el pan, Don Raimundo inspeccionaba su puerta para ver si algún perro travieso había dejado su "marca". Con una mezcla de resignación y determinación, tomaba papel y pluma y escribía un nuevo mensaje. "Por favor, educa a tu perro", "Esta puerta no es un baño", "Evita problemas, controla a tu mascota". Una vez escrito, lo pegaba cuidadosamente en la puerta, asegurándose de que estuviera visible para todos.
Los vecinos, algunos divertidos y otros un poco molestos, comenzaron a notar los numerosos papelitos que adornaban la puerta azul de Don Raimundo. Aunque algunos dueños de perros se esforzaban por asegurarse de que sus mascotas no causaran más problemas, siempre había algún perro rebelde que no seguía las reglas.
Un día, la joven Mariángeles, vecina de toda la vida y dueña de un perrito juguetón llamado Bruno, decidió hablar con Don Raimundo. Con Bruno bien sujeto por la correa, se acercó a la puerta azul y tocó el timbre. Don Raimundo, sorprendido por la visita, abrió la puerta con una sonrisa.
"Buenos días, Don Raimundo. Quería disculparme por si Bruno alguna vez causó algún problema en su puerta. Sé que ha tenido algunos inconvenientes con los perros del barrio", dijo Mariángeles, mientras Bruno miraba a Don Raimundo con ojos curiosos.
Don Raimundo, conmovido por la sinceridad de Mariángeles, suspiró y le explicó su frustración. "Verás, querida, no tengo nada en contra de los perros. De hecho, solía tener uno cuando era joven. Pero a mi edad, mantener la casa limpia y lidiar con estas molestias se vuelve un poco difícil".
Mariángeles, comprensiva, le contó a Don Raimundo sobre una solución que podrían intentar. Le sugirió instalar un pequeño jardín de plantas aromáticas frente a su puerta, lo cual no solo embellecería la entrada, sino que también podría desalentar a los perros a hacer sus necesidades allí. Don Raimundo, intrigado por la idea, aceptó con gusto la ayuda de Mariángeles.
Durante los siguientes días, vecinos y amigos se unieron para ayudar a Don Raimundo a crear su pequeño jardín. Plantaron lavanda, romero y menta, y adornaron la puerta azul con macetas coloridas. El jardín no solo añadió belleza a la casa de Don Raimundo, sino que efectivamente mantuvo a los perros alejados.
Con el tiempo, los papelitos en la puerta desaparecieron y fueron reemplazados por el aroma fresco de las plantas. Don Raimundo encontró paz y se acercó más a sus vecinos, agradecido por la comunidad solidaria que lo rodeaba. Y así, en el barrio de Flores, la puerta azul de Don Raimundo se convirtió en un símbolo de cómo la cooperación y la comprensión podían traer soluciones prácticas y armonía a la vida cotidiana.
Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.